PICCIRILLI
Un maestro de la Historia en Tandil
La historia de Tandil tiene en el arcón de sus joyas, muchas personalidades que escribieron páginas de oro no sólo lugareñas sino también nacionales.
Este es el caso del profesor Ricardo Piccirilli, quien, sin ser tandilense, ejerció aquí por una década en la Escuela Normal y terminó su brillante carrera de historiador, presidiendo la Academia Nacional de la Historia, luego de aportar estudios ya clásicos sobre temas de la historia argentina.
Queremos hoy recordar a este docente e investigador que enriqueció no solamente el plantel docente de la Escuela Normal, sino que dejó su huella, con artículos diversos, en los periódicos de la época en nuestra ciudad.
Piccirilli había nacido en Azul el 22 de enero de 1900, de padres inmigrantes-zapatero italiano él y francesa la madre- que constituyeron un humilde hogar, pese a lo cual pudo seguir sus estudios en la Escuela Normal de su ciudad natal, que se llamaba “Bernardino Rivadavia”, nombre del prócer que marcaría parte de sus estudios posteriores.
Egresado como maestro normal y con su pletórica juventud, fue a Las Flores a iniciar su carrera docente, primero como maestro de grado y luego en la cátedra secundaria. Allí encontró el amor de toda su vida y en 1924 se casó con Teófila Alanis con quien llegó a nuestro pago en 1926, el año en que en el patio de la vieja Escuela Normal, se inauguraba el hasta hoy existente busto del Gral. D. José de San Martín, obra del escultor Juan Carlos Oliva Navarro
Rápidamente encontró su lugar en la escuela de aquella histórica casona de Maipú y Alem , alquilando por poco tiempo una vivienda, hasta fijar su domicilio en 9 de Julio 250, lindante con la casa de la familia Fort, de cuyo seno nacería el pediatra brillante y hombre de bien que fue el Dr. Alfredo Fort.
Piccirilli -.según nos informan datos de la época-, era un joven de mediana estatura, tez clara y sin bigote, ancha frente, mirada penetrante y voz clara y enérgica, con rasgos que recordaban, ligeramente, los del gran actor Charles Boyer, y que ejercía cierto magnetismo no sólo entre sus alumnos sino también entre sus colegas, quienes admiraban su figura, ataviada habitualmente de traje gris y caminando parsimoniosamente con las manos tomadas en la espalda.
Compartía las cátedras de Literatura y de Historia y condujo la regencia de la escuela con sobriedad y firmeza.
Una recordada colega- que tuvimos la oportunidad de entrevistar en vida-María Ortega de Peré, nos confesaba que “era brillante en sus exposiciones, denotando dominio absoluto de las materias que dictaba, se imponía por su erudición y aún por su figura. Se le quería y se le temía, su severidad era sin embargo perfectamente compatible con su sentido de la rectitud y de la justicia”.
Estudioso e investigador, la figura de Rivadavia lo sedujo a tal punto, que fue un especialista en el tema, tanto que el Dr. Leoncio Gianello-destacado historiador-lo llamó, muchos años después, en la despedida de sus restos, “El doctor en Rivadavia”.
En esos años, admirando el paisaje que tanto atrajo a hombres sensibles como Ricardo Rojas, B. Fernández Moreno, Horacio Butler, Abel Fleury, Lauro Viana, Antonio Alice o al mismo gran músico Alberto Williams ( su famosa obra” El rancho abandonado”, estuvo inspirado en nuestro Tandil), Piccirilli no se sustrajo a su contemplación ni tampoco a la magnética práctica del periodismo, que otro docentes colegas ejercían, como en los casos de Juan Manuel Cotta, Teófilo Farcy, Francisco Riva o Juan Manuel Calvo. Así Nueva Era, del radical José A. Cabral, Tribuna del caudillo conservador Juan D. Buzón o aquella famosa y prestigiosa revista literaria Prisma de los hermanos Laurora, contaron con sus desinteresadas colaboraciones, siempre sobre temas históricos.
En 1929 había tenido la alegría de la llegada de su único hijo, Ricardo Héctor, que pasó su infancia en Tandil. Fueron años prolíficos en el que además de la docencia colaboró con instituciones que recién nacían, como el Rotary Club-fundado en 1931-y que lo contó entre los miembros fundadores.
Amigo de hombres como Simón Adot- a la sazón gerente el Banco Provincia- y del Dr. Ramón Santamarina, Piccirilli fue llamado a asumir la vicedirección de la querida escuela, ejerciendo el cargo con la rectitud e idoneidad que le eran reconocidas.
Eran años en los que destacados jóvenes se formaron en aquellas aulas y que dieron al país frutos recordables, como Juan Carlos Pugliese-egresado en 1932-, el luego prestigioso catedrático y psicólogo Alberto Merani o el historiador Salvador Romeo….
Después de algunos años, Piccirilli y su familia se mudaron a la casona de Gral. Belgrano 748, donde permaneció hasta su partida de Tandil, en 1936. Fue una década en la que dejó su huella, aunque hoy el olvido-del que lo rescatamos una vez más-lo hizo su víctima.
Su académica figura no era ajena sin embargo a la práctica- casi pionera- del tenis, que lo apasionaba y lo distraía de sus largas horas entre el aula y la biblioteca.
La década tandilense fue consolidando su perfil de investigador y escritor y así desde estas sierras envió sus primeras colaboraciones a publicaciones prestigiosas de Buenos Aires, destacándose las aparecidas en La Nación a partir de 1935.
La carrera docente lo llevó a dejar Tandil-no sin cierta melancolía, como nos confesara muchos años más tarde su esposa- para continuar primero en la Escuela Normal de San Nicolás de los Arroyos y luego en la de Lomas de Zamora, donde ejerció la vicedirección. Ya en cercanías de repositorios y fuentes indispensables, su tarea de investigador se multiplicó, al igual que la de escritor, colaborando, entre otras, con revistas como Caras y caretas, El Hogar y el Diario Español.
Su prestigio comenzó a crecer, de tal suerte que en el Primer Congreso Internacional de Historia de América, realizado en 1938, fue designado secretario.
Por su obra “Rivadavia y su tiempo”, obtuvo el segundo premio de la Comisión Nacional de Cultura para el bienio 1940-1942, editándose este clásico en 1943, por Peuser.
Promovido a Inspector General de Enseñanza Secundaria en 1945, no extrañó que la Academia Nacional de la Historia lo designara Miembro de Número en ese mismo año, en la vacante del Dr. José Luis Cantilo.
No interrumpió sin embargo su carrera docente y fue designado en el cargo de Subdirector General de Enseñanza Secundaria y Normal Oficial, en el que se desempeñó hasta 1955.
En esos años su producción se intensificó, así como su participación en congresos nacionales e internacionales de historia, siendo reconocido especialmente en los países sudamericanos, de tal suerte que fue miembro del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, además de ser incorporado a la Real Academia de la Historia de Madrid y, en nuestro país, a los Institutos Nacionales Sanmartiniano y Belgraniano.
Su obra fue vasta y publicada en diarios, periódicos, revistas especializadas y naturalmente en numerosos libros, que en homenaje al espacio del que disponemos no podemos enunciar sino sintéticamente, señalando los más importantes tales como: la ya mencionada Rivadavia y su tiempo, Biografías navales argentinas, en colaboración con el Dr. Leoncio Gianello, Los López , una dinastía intelectual, San Martín y la política de los pueblos y el monumental Diccionario Histórico Argentino, en colaboración con los Dres. Leoncio Gianello y Francisco Romay, además de colaborar en la Historia de la Nación Argentina de la Academia.
Para la Universidad Nacional del Sur realizó investigaciones minuciosas sobre material documental de las regiones australes, entre 1968 y 1973.
En la Academia Nacional de la Historia fue sucesivamente: Secretario, Vicepresidente primero y finalmente Presidente en los años 1974 y 1975.
La vejez lo encontró en la plenitud intelectual la que no decayó hasta casi el final de su vida, en el que las energías vitales lo abandonaron, para fallecer el 25 de enero de 1976.
Su cuerpo fue trasladado a Las Flores, donde, recordemos, había formado su hogar y sepultado con las honras académicas correspondientes, haciendo uso de la palabra los Dres. Miguel Ángel Cárcano y Enrique William Álzaga, como, en la sesión de homenaje respectiva, lo hicieron los Dres. Enrique Barba y Leoncio Gianello.
El autor de este libro tuvo la satisfacción de recibir de Piccirilli, cuando era presidente de la Academia, una elogiosa nota fechada el 29 de setiembre de 1975, acerca de la aparición de la “Historia del Periodismo en Tandil” que había finalizado el trabajo iniciado por su tío José P. Barrientos.
Allí el maestro nos decía en un párrafo: “… La obra de ustedes, es obra de corazón y constancia; solamente los que han recorrido iguales caminos como el suscripto con el Diccionario Histórico Argentino, están en condiciones de estimar el esfuerzo…”.
En 1979, su viuda en carta a quien esto escribe, recordaba con cariño a Tandil “…esa culta y querida ciudad…”
Como justo homenaje, cuando el autor fue Director de Cultura, propuso la denominación con su nombre de una calle, lo que fue aprobado por Ordenanza Nº 2435 del 23 de marzo de 1979, junto al de otros grandes hombres que desde entonces tuvieron su reconocimiento en una calle tandilense, como los Dres. Saavedra Lamas, Houssay, Fleming, nuestro Osvaldo Zarini, Eandi, González Pacheco, Seritti y Barrientos, entre otros. De alguna manera Tandil saldaba una deuda con un gran maestro…
Daniel Eduardo Pérez
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