EL COMANDANTE OTAMENDI Y EL COMBATE DE SAN ANTONIO DE IRAOLA
Nuestra historia tiene personajes de características heroicas y en muchos casos poco o casi nada conocidos aún cuando sus descendientes conviven con nosotros diariamente caminando nuestras calles tandilenses.
Tal es el caso, entre otros, del Comandante Nicanor Otamendi., el héroe-junto a sus soldados- del combate San Antonio de Iraola.
Originario de Navarra el pater faimilis en el país de esta rama Otamendi, fue Juan B. de Otamendi, nacido en 1777, quien llegó a las playas de Buenos Aires muy jovencito, casándose en 1796 con Maria M. I. J. y Pelliza.
Entre los hijos del matrimonio, estuvo José Martiniano quien desposó a doña María Pereyra y Arambulo, padres de los hermanos Nicanor-nuestro personaje- y Fernando J.
Según cuenta la tradición familiar de los Otamendi, Nicanor estuvo de novio con Eufemia Matallana y aunque el noviazgo no concluyó en matrimonio, el hermano de Nicanor, se enamoró de Eufemia y superando prejuicios propios de la época, Fernando y Eufemia se casaron teniendo nada menos que once hijos.
Uno de ellos, Fernando Víctor, fue el padre de Juan Aníbal Otamendi quien a su vez tuvo de su matrimonio a Susana y a nuestro generoso informante Carlos.
Por su parte los tres hijos de Susana Otamendi, casada con Huberto Cuevas Acevedo: Huberto, Patricio y Máximo Cuevas Otamendi, (sobrinos tataranietos) son hoy-junto a la rama de los Dupuy Otamendi, nuestros vecinos herederos de aquel héroe de nuestra historia y del que daremos algunas noticias a continuación.
Don José Martiniano-padre de Nicanor- ya poseía tierras hacia 1831 en la zona sudeste de la provincia y allí se dedicó a tareas rurales junto a sus hijos.
Sin embargo Nicanor, nacido en Buenos Aire el 5 de agosto de 1823, pronto se hizo hombre de armas y se alistó en las fuerzas anti rosistas.
Producida la caída de Rosas, luego de su derrota en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852, en los meses que siguieron las provincias del interior llegaron a un amplio acuerdo con el general Urquiza, a quien dieron el mando provisorio del país y encargaron organizar la Convención Nacional que debería sancionar la Constitución. En Buenos Aires, en cambio, una alianza de unitarios y ex rosistas se negó a aceptar el acuerdo y rechazó sus cláusulas en la Legislatura.
Así las cosas, el 11 de setiembre, cuando Urquiza estaba en viaje hacia Santa Fe para inaugurar sus sesiones, los líderes unitarios derrocaron al gobernador delegado y rechazaron una vez más el Acuerdo. De hecho, se separaron del resto del país, iniciando lo que se llamó el Estado de Buenos Aires que si bien no era formalmente independiente, en los hechos se manejaba como tal. Urquiza quiso volver a la ciudad por la fuerza, pero a los pocos días cambió de idea e inauguró la Convención sin la presencia porteña quienes organizaron dos ejércitos: uno se estableció en San Nicolás, al mando del general José M. Paz, que pidió permiso para viajar al interior a tratar con los demás gobernadores, pero ante la negativa santafesina y cordobesa, comenzó a organizar una invasión a Santa Fe, que nunca se llevó a cabo.
El otro ejército invadió Entre Ríos en noviembre, dividido en dos cuerpos, uno al mando del Gral. Juan Madariaga y el otro con el Gral. Manuel Hornos al frente, pero la doble invasión fue derrotada por los entrerrianos.
El sitio de Buenos Aires
Los jefes de las milicias de campaña de Buenos Aires, en general ex colaboradores de Rosas, estaban descontentos con la separación de la Confederación Argentina. El Comandante de Campaña, coronel Hilario Lagos, se aseguró el apoyo de casi todos ellos y se pronunció contra el gobierno el día 1 de diciembre. En pocos días, dominaron los partidos del interior de la provincia y se dirigieron sobre Buenos Aires. La rápida reacción de las milicias urbanas, dirigidas por Bartolomé Mitre, evitó que la ciudad fuera tomada en el primer asalto, sin embargo las tropas de Lagos rodearon con un cerco militar la ciudad y, en menos de una semana, le impusieron sitio. El gobernador Manuel Guillermo Pinto se entrevistó con Mitre y con el coronel Pedro Rosas y Belgrano quien le aseguró que contaba con simpatías suficientes entre los indígenas en los cantones de la frontera sur, como para enfrentar a Lagos desde la retaguardia, entonces el gobernador Pinto envió a Rosas y Belgrano con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú, partiendo de Buenos Aires el 8 de diciembre, con la promesa de enviarle un fuerte refuerzo de infantería.
Apenas desembarcado, Rosas y Belgrano convocó a los caciques indígenas para que cumplieran sus compromisos de un año antes, en que habían prometido defender a Buenos Aires de un ataque exterior. La noticia de la expedición de Rosas y Belgrano levantó los ánimos de los porteños, mientras que los federales se dedicaron a tratar de detenerlo antes de que aumentaran las fuerzas a sus espaldas.
Rosas y Belgrano unió varios grupos dispersos y marchó hasta Dolores, donde logró reunir unos 3.500 hombres y algo más de 1.000 indios, regresando rápidamente hasta la costa del río Salado, a esperar la prometida expedición naval con armas y municiones, instalándose cerca de la desembocadura de este río, en su orilla sur, por consejo de Ramos Mejía, que no quería quedar con el río a sus espaldas. No obstante, como el lugar no era adecuado para acampar, poco después cruzaron el río y se instalaron en el "puesto de San Gregorio", apenas un monte de talas y un rancho, algo mejor que la ubicación anterior. Pero los refuerzos y armas no llegaron nunca: de los cuatro barcos en que debían ser transportados, tres fueron capturados por la escuadra de la Confederación, y el otro encalló. El jefe de la vanguardia del ejército de Lagos, Juan Francisco Olmos reunió algunos hombres y se estacionó en la Laguna de Lastra, actual estación Monasterio, donde fue repentinamente atacado por las fuerzas de Ramos Mejía, que, aunque con fuerzas inferiores en número, logró causarle 15 muertos y 8 prisioneros. Olmos se retiró en dirección a Chascomús, donde se unió al ejército enviado por Lagos, al mando del coronel Jerónimo Costa.
La batalla de San Gregorio
Al llegar frente al ejército enemigo, Costa puso a sus tropas al mando del general Gregorio Paz, en tanto Rosas y Belgrano delegaba el mando de las suyas en el coronel Faustino Velazco, recién incorporado al ejército porteño.
Las tropas de ambos ejércitos formaron como indicaba la tradición, con sus alas de caballería y su centro de infantería y artillería, sin embargo, antes de terminar de ubicarse, los indígenas del ejército de Rosas y Belgrano conferenciaron con los indios que venían en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla. Con ese cambio, la situación quedaba ampliamente a favor del ejército de la Confederación: casi en una proporción de 3 a 1; además, contaban con mejor armamento y mandos intermedios y más experiencia en las tropas, la única ventaja del ejército unitario eran sus mejores y más numerosos caballos.
Paz, que no estaba seguro del número de sus enemigos, inició el ataque con una carga de caballería muy cautelosa. Tanto, que fue fácilmente rechazada por las exiguas infantería y artillería porteñas. Pero cuando el teniente coronel Nicanor Otamendi, al frente de su escuadrón, pretendió contraatacar, sus hombres se negaron a obedecer y lo tomaron prisionero. Pasaron entonces dos horas de expectativa, con los dos ejércitos intentando mejorar sus posiciones, pero cerca de las 11, un tercio de la caballería unitaria desertó, huyendo por las orillas del río Salado.
Era el 22 de enero de 1853. Viendo la situación, Paz ordenó un ataque general de su caballería, que arrolló al ejército enemigo en minutos. Muchos de los soldados intentaron salvarse lanzándose al río, pero las barrancas de la costa les impidieron terminar el cruce y murieron ahogados; entre ellos estaba el coronel Acosta. Otros, como el coronel Velazco, quedaron encerrados contra las altas barrancas y fueron muertos. Los que fueron alcanzados antes por los oficiales que por los soldados, como Rosas y Belgrano, salvaron su vida y fueron tomados prisioneros al igual que Ramos Mejía y Otamendi. Sólo muy pocos pudieron escapar, entre ellos el coronel Campos y el joven José Hernández, luego autor del Martín Fierro. Al mediodía, la batalla había terminado. Las bajas por muerte, de ambos bandos, fueron poco numerosas, pero más de la mitad de los efectivos del ejército porteño cayeron prisioneros.
Nicanor Otamendi, como quedó dicho, estuvo entre ellos pero su hermano Belisario y su primo Dalmiro murieron en el campo de batalla. Como consecuencia los oficiales prisioneros fueron enviados al ejército de Lagos, y los soldados incorporados a las fuerzas de Costa, que se unió también al sitio de Buenos Aires, el que quedó más reforzado, permitiendo a Lagos cerrar el cerco sobre la capital.
Por esos mismos días comenzaba a sesionar la Convención Constituyente de Santa Fe, en la cual estaban representadas todas las provincias, menos la de Buenos Aires. Los federales organizaron elecciones en los pueblos del interior de la provincia y reunieron una legislatura en San José de Flores que eligió gobernador al general Lagos. El sitio se prolongó por varios meses más, con escaramuzas casi todos los días.
El 1 de mayo de 1853, la Convención de Santa Fe sancionó la Constitución Nacional, pero ésta fue desconocida por Buenos Aires, que no había participado en su sanción. Ante la deserción y empobrecimiento de sus posiciones y armas, finalmente, el general Urquiza ordenó la retirada hacia Rosario, seguido por Lagos. Desde entonces, la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires funcionaron como dos estados independientes.
En los años siguientes, Buenos Aires sancionó su propia constitución, que dejaba abierta la posibilidad para una independencia definitiva, la que no se produjo debido a la derrota porteña al mando de Mitre a manos de Urquiza en la batalla de Cepeda el 23 de octubre de 1859 y la consecuente firma del Pacto de San José de Flores. Finalmente, en la batalla de Pavón, el 17 de setiembre de 1861, Mitre al frente de las fuerzas porteñas derrotó a Urquiza, al mando del ejército de la Confederación e inició lo que sería el camino a la unión definitiva de la Nación.
Pero sigamos con nuestro personaje. Después de liberado, Otamendi pasó a servir en las fuerzas del Gral. Hornos, el 5 de marzo de 1853, como teniente coronel de los Guardias Nacionales, siendo dado de baja en junio de ese año y pocos meses después reincorporado como teniente coronel de milicias fue destinado a la frontera interior para luchar contra lo indios araucanos que respondían a Calfucurá y Catriel.
El Combate de San Antonio de Iraola, una masacre.
Prestó su concurso en la defensa organizada para rechazar las incursiones indígenas: en 1855 operó en combinación con las fuerzas del coronel E. Mitre batiendo a las indiadas comandadas por los caciques citados, las de Calfucurá habían cercado al coronel Laureano Díaz, encerrándolo circunstancias en la que fue reforzado por Otamendi y el capitán Alejandro Díaz.
Los indios atacaron en los campos de San Antonio, (actual partido de Benito Juárez), al capitán González el día 8 de septiembre de 1855, quien contando con pocos elementos de defensa, mandó un parte al jefe de la frontera del Azul, general Manuel Hornos, el que impartió órdenes al comandante Nicanor Otamendi para que se pusiera en marcha con 80 hombres de su escuadrón y 50 húsares, a fin de batir a los invasores. En San Antonio la columna se vio hostilizada por los indios, razón por la cual el jefe resolvió atrincherarse en un corral de palo a pique, en los campos de Don. José Gerónimo de lraola los que después pertenecieron a su nieto, el Dr. Martín Jacobé y allí esperó el ataque.
En previsión de que las caballadas podían serle arrebatadas y a fin de no quedar a pie en medio del desierto, Otamendi las mandó encerrar en el corral en que se atrincheró.
En la madrugada del 12 de septiembre de 1855, los indios de la tribu de Yanquetruz (después autor del maloqueo al Tandil) atacaron el corral en número de 2200 hombres de pelea, luego de haber dejado numerosos muertos. Los indígenas fueron sometidos a medianoche, pero al amanecer del día 13, Otamendi resolvió atacar, abriendo el fuego con un pequeño cañón y disparos de carabinas, A la cabeza de sus soldados fue el primero en cargar contra el enemigo cayendo muerto en la puerta del corral. Los indios echaron pie a tierra y llevaron un ataque formidable con sus lanzas y boleadoras en medio de una gritería infernal, que hizo espantar a la caballada encerrada, lo que motivó que los animales pisotearan a los defensores.
El capitán Cayetano Ramos, que tuvo una actuación distinguida en el sitio de Buenos Aires, al salir del corral para atacar, también fue muerto a lanzazos y así murieron 124 valerosos oficiales y soldados además de Otamendi y Ramos, uno a uno después de una lucha desesperada. Sólo un soldado de apellido Roldán se salvó de la matanza, quedando por muerto, y es el que dio los detalles de aquella trágica jornada. Inmediatamente de ocurrido el desastre, acudieron fuerzas del Azul y encontraron el lugar del suceso lleno de cadáveres. Ya era tarde…
El historiador tandilense Salvador Romeo, en su libro “San Antonio de Iraola”, por su parte, nos dice: al respecto: “El Comandante Nicanor Otamendi, en Azul, a las órdenes del General Manuel Hornos, recibe instrucciones con el fin de repeler la invasión. La columna del Comandante Otamendi sumaba 126 hombres. Apenas empezada la marcha, la caballería cristiana se vio súbitamente flanqueada por ligeras y numerosas partidas de indios que en el trayecto la obstaculizaban sin descanso. Casi acorralado llegó el bravo jefe a la estancia ‘San Antonio de Iraola’. Acosado y acometido, se vio obligado a dar desigual combate. Más de dos mil indios de Yanquetruz atacaron la madrugada del 13 de setiembre de 1855 a la fuerza de Otamendi. Ëste buscó un corral de palo a pique, donde también encerró a la caballada, para no quedar a pie en el desierto (sic). Lucharon bravamente, pero el número impuso la victoria. Allí murieron Otamendi, el segundo jefe Capitán Cayetano Ramos y sus hombres, lanceados. Salvaron la vida uno o dos soldados, según los documentos (...) Existe al respecto información inédita que vincula los resultados desastrosos de la hecatombe a las autoridades de la región, en forma tal que aquella dolorosa acción encierra todavía muchos misterios.”
El mismísimo coronel Emilio Mitre, Jefe de la Frontera Sur, en carta a su hermano Bartolomé, ministro de Guerra y Marina, relata los hechos de la siguiente manera: «Por lo que me ha dicho este soldado (Roldán), los indios fueron sentidos como a la media noche del día 12, y al amanecer del 13 nuestros bravos se encontraron rodeados por todas partes; pero sin que decayese su ánimo. A pesar de la inmensa superioridad numérica del enemigo, resolvieron defenderse hasta el último trance dentro de un corral; los indios, para atacarlos en esta posición, echaron pie a tierra y los cargaron con audacia, sin que los contuviera el fuego constante de nuestros tiradores, hasta llegar contra los mismos palos del corral, en donde hicieron varios portillos para entrar, lo que consiguieron, debido en gran parte al desórden que causó entre nuestros soldados el alboroto de los caballos que estaban encerrados dentro del mismo corral.
«El Comandante Otamendi que defendía la puerta, fué de los primeros que murieron, y habiendo logrado. algunos indios entrar dentro del corral, siendo cada vez mayor el desorden que causaban los caballos, el capitán Ramos que había quedado al mándo de las fuerzas, mandó salir afuera, donde no pudo seguirlo dicho soldado, aunque después lo vió muerto lo mismo que a los demás compañeros".
«Esta noticia me la ha confirmado también el mayor Lescano, el cual llegó a "San Antonio” pocas horas después del combate, y vió que nuestros muertos estaban fuera y dentro del corral. Por lo que dejo dicho, se puede calcular que las descubiertas del Comandante Otamendi no habían en el día descubierto a. los indios, los cuales, probablemente permanecieron ocultos en alguno de los grandes bajos que hay en esos campos.
“Este suceso fatal ha facilitado a los indios para dar un golpe con ventaja, pero también ha servido para mostrar el valor heroico de nuestros compañeros, valor que confío sabrá imitar la División del Sur, con la confianza de que no está lejos el día en que podamos vengar la sangre de los valientes Otamendi y Ramos y demás Oficiales y soldados que han perecido en tan heroico como desgraciado combate. Dios guarde a V. S. muchos años.”
Según cuenta la tradición familiar de los Otamendi, trasladada de generación en generación, habría ocurrido un hecho poco divulgado y casi legendario que relata que a la muerte de Nicanor Otamendi, varios indios comieron su corazón para obtener así los valores de su valentía….
En cambio, se tiene certeza que cuando Yanquetruz murió borracho en una riña en Bahía Blanca, el cacique vestía la chaqueta de Otamendi….También nos dice don Carlos Otamendi-recordemos sobrino bisnieto de Nicanor-que días antes del combate, y previendo posiblemente su cercano fin, Nicanor envió con un chasque su sable y su reloj de oro a su madre. Hoy el sable está en poder de los Dupuy Otamendi .
El gobernador Pastor Obligado envió a su padre, José Martiniano, en ese momento diputado en la Legislatura, una nota de pésame. Un mes después de la masacre, el gobierno celebró en la catedral de Buenos Aires los solemnes funerales.
Hoy el pueblo Comandante Nicanor Otamendi, en el partido de Gral. Alvarado, recuerda a este héroe. La historia de esta localidad se remonta a comienzos del siglo XX, cuando Balbina Josefina Otamendi de Iñurrigarro, donó en 1910 un predio para la instalación de una estación del FFCC del Sur, que en 1908 se había decidido crear en la zona., la que se bautizó originalmente con el nombre de Dionisia, como homenaje a la madre de la donante. Finalmente en febrero de 1911 se abrió la estación, simultáneamente con la de Miramar. Luego de ello, doña Balbina autorizó el loteo de sus tierras circundantes a la estación para fundar un pueblo que llevaría el nombre de su tío abuelo y cuya traza quedó a cargo del Ing. Gustavo Otamendi-familiar de la donante.
En 1952, el poder Ejecutivo Nacional, resolvió eliminar el nombre de “Dionisia”, que correspondía a la estación ferroviaria, unificándose con el de “Comandante Nicanor Otamendi”, que fue el del pueblo desde su fundación. En octubre de 1975, por el decreto 6682/75, sancionado por el gobierno provincial, el pueblo fue elevado a rango de ciudad, ocupada hoy por aproximadamente 7.000 habitantes y que con la zona rural se estima que llega a 10.000.
Daniel Eduardo Pérez
Hola! Soy el administrador del blog Fotos Viejas de Mar del Plata y me gustaria contar la historia que relatas en tu blog citando las fuentes. Te felicito por el relato. Es muy bueno. Te dejo el mail para contactarnos: habitier@gmail.com. Un saludo cordial!
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