domingo, 18 de septiembre de 2016

A PROPÓSITO DEL ANIVERSARIO DE VELA

LOS VELA

ALFONSO IX, SANTA TERESA, EL PRIMER VIRREY DEL PERÚ, MARTINEZ DE HOZ, BIOY CASARES Y TANDIL

 Si el autor de estas líneas le propusiera a usted, amigo lector, relacionar a Alfonso IX, a Santa Teresa de Jesús, al primer Virrey del Perú, a Martínez de Hoz y a Adolfo Bioy Casares con Tandil, podría pensar que se trata de un entretenimiento o acertijo, al que no acostumbra  habitualmente.
Sin embargo una parte de la historia de Tandil, tiene algunas relaciones escondidas a la vista rápida y a los espíritus poco entusiastas de averiguar sobre el pasado lugareño, que deparan atrapantes historias que pueden llevarnos hasta puertos insólitos.
Tal es el caso que hoy le proponemos, cuando nos dediquemos a adentrarnos en los primeros años del poblamiento tandilense, en especial del espacio rural, cuando las tierras de horizontes infinitos y lejanos, eran la meta de los pobladores, generalmente ajenos a nuestro espacio geográfico y por lo tanto estaban allí para que por decisiones de gobernantes políticos o militares, se facilitasen en propiedad, a través de instrumentos diversos.
Así podemos recordar que entre la fundación de Tandil y 1836, parte de las tierras tandilenses estaban en manos de enfiteutas. El 10 de marzo de 1836 se sancionó la ley que facultaba al gobierno a vender 1500 leguas cuadradas  otorgadas en enfiteusis, dando prioridad de compra a los poseedores de las mismas con un plazo hasta fines de 1837. Por esos tiempos la valuación era de $ 4000 la legua cuadrada.
De esta manera, varios enfiteutas en el Tandil pasaron a ser propietarios en territorios rurales. Nos dedicaremos hoy a quienes ocupaban buena parte de los actuales cuarteles 6º, 8º y 9º, es decir en la zona de las actuales María Ignacia y estación Vela.
Apellidos como Valerio, Ponce, Morillos, Guerrico, fueron algunos de los detentadores de posesiones en esta zona a la que nos referimos
Otro, el Cnel. Martiniano Rodríguez, había sido agraciado por el gobierno con 4 leguas cuadradas en propiedad en 1834, las que vendió el 19 de setiembre de 1836 a Pedro José Vela, quien finalmente adquirió al Estado-decreto del 14 de marzo de 1836- poco más de 6 leguas cuadradas en la misma zona, con lo cual este propietario pasaba a ser uno de los poderosos hacia fines de 1838, dado que era dueño de todo el actual cuartel 6º y parte del 7º.
Por su parte y avanzando en el tiempo, diremos que las tierras del tal Ponce, desde el arroyo Los Huesos al Chapaleofú, extendiéndose por los hoy partidos de Tandil, Juárez y Azul, fueron adquiridas  por Vicente Casares e hijos, el 27 de febrero de 1857, con un total de 29.536 hectáreas.
Ahora bien, ¿quiénes eran estos hombres, de dónde provenían y qué relación tuvieron con Tandil, especialmente en esa zona geográfica en las que todavía no existían ni la estación ni el pueblo,  ya citados?
Aquí viene entonces esta pequeña historia entretejida, que desembocará en la dilucidación de estos pequeños enigmas planteados al comienzo.
Oportunamente y gracias a la colaboración de descendientes y amigos de estas antiguas familias y la investigación paciente en fuentes genealógicas y documentales, hemos podido precisar algunos datos de quienes fueron personajes con posesiones en Tandil y que además tuvieron funciones políticas importantes y hasta nominaron parte de la actual geografía del partido.
Pedro José Vela, había nacido en 1790, en Ávila, España, llegando muy joven al país, como inmigrante en busca de nuevos horizontes, pese a provenir de una familia de larga prosapia y fortuna.
Originario-como ya expresamos- de Ávila, la famosa ciudad amurallada de Castilla la Vieja, los Vela constituían una familia en la que muchos de sus integrantes tuvieron funciones y riquezas acreditadas, entre los que pueden citarse a Blasco Núñez Vela, que fuera el primer Virrey designado en el Perú, en 1544 y que tuviera poca fortuna y duración en el cargo.
Su hermano, Francisco Vela, por su parte, fue padrino de bautismo de Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, luego nada menos que Santa Teresa de Jesús (1515-1582), Doctora de la Iglesia, quien junto  a Santa Catalina de Siena, son las únicas mujeres que ostentan ese título y cuya huella perdura hasta los días que corren. Tres de sus hermanos varones, se alistaron en la expedición de Francisco de Pizarro, conquistador del Perú.
Asimismo, un hijo de Blasco Vela- el citado Virrey, amigo personal del padre de Santa Teresa, Alfonso Sánchez de Cepeda-Cristóbal Vela, fue Arzobispo de Burgos y  consejero de Santa Teresa, que a su vez fue gran amiga de María Vela, hija de su padrino de bautismo, Francisco Vela.
En las Obras Completas de Santa Teresa, puede leerse la carta XXX, dirigida precisamente a ella .
La casa troncal en Ávila, es hoy la Alcaldía de la ciudad, frente al templo principal, y parte de un Museo. Sobre la puerta de acceso puede verse el escudo de armas de los Vela: un brazo en alto sosteniendo una antorcha, sobre azur, plata y oro, donde puede leerse el lema que reza: " Quien bien vela, Vela".
De aquellos Vela, que doscientos años antes de su nacimiento, habían tenido la prosapia que de alguna manera reflejamos en estos breves datos, provenía este ahora inmigrante, que tendría estrecha relación y participación en la historia de Tandil.
En Buenos Aires se desempeñó como dependiente de una tienda en la Recova, encarando luego con éxito otras tareas y negocios, llegando a ser propietario de una importante tropa de carretas, con la que alcanzó a redondear una interesante fortuna.
La afinidad de estas ocupaciones con la labor de campo, lo impulsó a obtener tierras y desarrollar en ellas tareas especialmente ganaderas, de tal suerte que entre 1820 y 1830 solicitó las mismas en la todavía frontera con el indio, en el centro sud de la provincia, adjudicándosele en Tandil, en tiempos del gobierno de Juan Manuel de Rosas, varias leguas cuadradas, concretadas en propiedad en 1836 en la compra ya citada.
Con el paso del tiempo su patrimonio fue aumentando y surgieron las estancias "San José ", " Loma Partida"," Cinco Lomas", "Sierra Alta", "El Amparo", " El Mangrullo", "Loma Negra", " La Argentina","La Blanqueada" y otras que abarcaban los antiguos partidos de Tandil, Chapaleofú y otros aledaños.
En el actual partido de Tandil, hacia 1838, poseía alrededor de doce leguas cuadradas, en la zona citada, limitando con las posesiones de Vicente Casares.
Su capacidad y rápida inserción en el medio porteño de la alta y media burguesía, le permitieron a Vela alcanzar cargos políticos importantes en la provincia, siendo además Presidente de la Casa de la Moneda y mucho más tarde, de la Comisión que la reformó, en 1854, pese a que Rosas-a quien acompañó en sus ideas- ya había sido desalojado del poder.
Entre sus destacadas actividades, estuvo además la de haber sido activo propulsor de la creación del Banco de la Provincia, impulsando diversas obras públicas y estimulando la ganadería.
Vela había contraído matrimonio con la criolla Petrona Vázquez, del que nacieron catorce hijos, siendo su primogénito Felipe Tobías, de intensa actuación política en Tandil-como veremos-, y algunos de los restantes, Eduarda Vela, casada luego con Alvear,  Teresa Vela de Fontán,  Inés Vela de Troncoso- la que luego sería heredera de gran parte de las tierras en Tandil-, Ángel, José León, Agustín, Pedro José- que luego alcanzaría cierto renombre como pintor-, Antonio y otros.
Las tierras tandilenses eran poco frecuentadas por los Vela, salvo el caso del ya citado Felipe Vela, quien una vez instituida en Tandil la  figura del Juez de Paz, luego de la Revolución de los Libres del Sud en 1839, fue designado en el cargo en 1841, 1844, 1849 y en 1852, año en el que también lo fue Albino Vela, otro integrante de la familia. A la caída de Rosas, Felipe Tobías Vela dejó de ocupar cargos políticos en el partido de Tandil, aunque siguió estrechamente relacionado a las actividades del campo.
A Felipe Vela le correspondió una etapa complicada de la política, dado que luego de la citada revolución, la represión fue dura y muchos perdieron sus campos confiscados por el gobierno, como represalia, dado que el Tandil había tenido una  participación activa en el levantamientos fracasado contra el Restaurador, quien hasta le cambió el nombre al partido, imponiéndole el de Chapaleofú.
En ese contexto, Felipe Vela se manejó con cautela y   cierta moderación lo que le  ganó  algún respeto de los vecinos de la aldea que recién comenzaba  a delinearse alrededor del Fuerte, en cercanías del cual Vela tenía una pulpería, además de la consabida tropa de carretas.
El joven Felipe contrajo nupcias con Mercedes de Iturralde, que le dio trece hijos, nietos del fundador de la familia Vela en Argentina, algunos de los cuales no alcanzó a conocer, dado que Pedro José Vela falleció en Buenos Aires el 14 de noviembre de 1857, heredando sus inmensas posesiones su viuda doña Petrona Vázquez, que fue en su época una de las más grandes propietarias de tierras en Tandil y la mayor contribuyente, datos que ampliaremos más adelante. Doña Petrona falleció también en Buenos Aires, el 25 de agosto de 1881.
De los hijos de Felipe y doña Mercedes , el primogénito fue Alberto Cecilio, le siguieron : Jorge, Eduardo, quien luego desposó a Dolores Victorica y Urquiza; Raúl, casado luego con Joaquina Salas Oroño; César Mauricio, que  contrajo matrimonio con María Elisa Harilaos y Bosch; Ernesto, quien casó con Angélica Acosta; Pedro José, casado luego con Ernestina Bonfanti; Mercedes, quien se casó con Carlos Alcobendas; Adela, casada con Natal T. de Torres; Ema, casada con Carlos Duncan, y Sara, María y Lucía que fueron solteras.
Estas uniones matrimoniales, como puede apreciarse por los apellidos, potenciaron aún más los bienes de los Vela, dado que los esposos o esposas pertenecían en general a familias de propietarios de importantes negocios rurales.
Decíamos al comienzo, que otro de los grandes propietarios de tierras en el Tandil de la época y en la misma zona de las posesiones de Vela, fue Vicente Casares.
Este vizcaíno, llegado al país joven a finales del siglo XVIII, fue luego el primer representante consular de España en la Argentina y tronco de esta familia en el Río de la Plata, casado con Gervasia Rodríguez Rojo, hija del tesorero del Virreinato del Río de la Plata, habiendo tenido una destacada actuación en las invasiones inglesas. Falleció en 1870.
Los campos adquiridos por Casares y sus hijos, comprendían, además, los que después fueron los establecimientos "Lauraleofú", "Los Potreros", " Vigilante" y "La Laguna". Una mensura del profesional Enrique Nelson, del 8 de octubre de 1864, daba para el campo de los Casares 29.197 hectáreas, es decir 200 menos que las que figuraban originalmente.
Otras familias, como la de los hermanos Juan y Nicolás Anchorena, también quedaron en posesión de tierras en la zona que estamos explorando, siendo origen más tarde, por ejemplo, de la famosa estancia "Acelain", que Josefina de Anchorena y su esposo, el ilustre escritor Enrique Larreta, legaron a la posteridad, siendo actualmente un orgullo para todos los que habitamos estas tierras.
Fallecido don Pedro Vela, heredó las tierras-como quedó dicho- su viuda doña Petrona Vázquez, vecina de los Casares, siendo el Chapaleofú Chico el límite parcial de sus tierras.
En 1865 se fijaron los límites definitivos del partido de Tandil- el que luego de la caída de Rosas había recuperado su antiguo nombre-con lo cual a partir de esa fecha podemos comparar planos y mapas con más exactitud, visualizando más claramente las enormes dimensiones de tierras de Tandil, que por entonces estaban en manos de estas dos familias.
El 20 de junio de 1870, los hermanos Sebastián, Mariano y Vicente Eladio Casares, herederos de la firma Vicente Casares e hijos, dejaron como propietarios de la inmensa fracción a Mariano y Vicente Eladio, quien a su vez el 14 de febrero de 1873, quedó como único dueño, al venderle su hermano la parte correspondiente.
Vicente Eladio Casares, nacido en Buenos Aires en 1817, había contraído matrimonio con María Ignacia Martínez de Hoz, descendiente de José Martínez de Hoz, madrileño llegado a Buenos Aires a fines del siglo XVIII y que fuera, en 1786, Regidor del Cabildo, falleciendo en 1819 y siendo fundador de la familia de este apellido en la Argentina.
Aquí nace otra rica historia que enlaza nuestro suelo con más personajes de la historia hispanoamericana. Efectivamente, por  la rama materna, María Ignacia Martínez de Hoz, descendía del Adelantado Juan de Sanabria, nacido en Medellín y descendiente del  Alfonso IX, rey de León, que combatió con éxito a los moros (1171-1230), que había sido designado gobernador del Tucumán en 1549 y que murió al poco tiempo.
Del matrimonio de Sanabria con Mencia Calderón, nacieron varios hijos, entre ellos María Sanabria y Calderón, quien casó con Hernando de Trejo y luego de enviudar con Martín Suárez de Toledo.  Entre los ilustres personajes que descendieron de esta rama, están Fray Fernando de Trejo y Sanabria, que fuera obispo de Tucumán y fundador de la Universidad de Córdoba; Hernando Arias de Saavedra, que alcanzara a ser gobernador del Río de la Plata; Dalmacio Vélez Sarsfield, el ilustre autor del Código Civil y más cerca de nuestros tiempos,. Martha Ignacia Casares, quien se casó con Adolfo Bioy, que fuera Ministro de Relaciones Exteriores entre 1931 y 1932, matrimonio del cual nació el escritor Adolfo Bioy Casares. También el economista José Alfredo Martínez de Hoz, de polémica actuación en la reciente historia del país, fue descendiente de aquellas familias troncales.
Por su parte en Martha Ignacia Casares  se entrecruzan a su vez  lazos de sangre con descendientes del Adelantado Domingo Martínez de Irala- a través de su hija Ursula de Irala- el que con Ayolas fuera clave en la historia del Paraguay.
En estas tierras del Tandil, venían a confluir estas familias con ascendientes, tanto los Vela como los Casares-Martínez de Hoz, de antiguas raíces en la historia, no sólo del país sino de Hispanoamérica, lo que todavía nos deparará algunas novedades.
De la citada unión de María Ignacia Martínez de Hoz y Vicente Eladio Casares, nacieron Vicente L., Emilio, Héctor y Josefa, nombres más cercanos a la historia reciente , en especial en la zona que llamaríamos "velense", ya veremos por qué.
En 1879, el libro de la "Colecturía de la Provincia, tercera sección (Tandil)" registra las contribuciones directas y nos dice que Petrona V. de Vela, poseía 28 1/3 leguas cuadradas en el viejo cuartel 4º, hoy 6º, que estaban valuadas oficialmente en $ 9.100.000, por las que debía abonar una cuota de $ 45.000 (el 5 por mil), con lo que se constituía en la mayor contribuyente del partido de Tandil, como lo mencionáramos en su oportunidad.
Por su parte, los Casares tenían registradas 12 leguas cuadradas con una valuación fiscal de $ 4.000.000 en el mismo cuartel, por las que abonaba $21.000, en tanto su vecino Anchorena, figuraba con apenas 3 leguas cuadradas y una tasación de $ l.800.000, debiendo abonar $ 9.000.
Al comenzar la famosa década del ochenta, los veinte mayores contribuyentes del Tandil, aportaban- o debían hacerlo- casi el 45 % de la recaudación fiscal de la provincia en nuestro partido, la que alcanzaba a $ 606.000.
Ese pequeño número de propietarios- aproximadamente el 3 % del total de contribuyentes empadronados- poseía más de la mitad de la superficie del partido.
Para enriquecer esta parte de nuestra historia, digamos que esos veinte propietarios de la época, más poderosos, eran en orden decreciente: Petrona V. de Vela, Benjamín Zubiaurre, Vicente Casares e hijos, Ramón Santamarina, Prado y Pereira, Luis Bilbao, José Castaño, Bartolo Vivot, Juan Peña, Anchorena, Pourtalé Hnos., Mercedes Miguens, José Buteler, Norberto Ramírez, Ramón Gómez, Agustín Ramos, Tristán Gómez, Norberto Melo, José C. Gómez y Federico Girado.
Los Casares tuvieron intensa actividad política. Carlos, otro de los hijos de Vicente, fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1875 y 1878, presidente del Banco de la Provincia y presidente de la Sociedad Rural Argentina, casándose también con otra Martínez de Hoz, María Josefa.
Por su parte Vicente L., hijo del ya citado Vicente Eladio con María Ignacia, fue el fundador del célebre establecimiento  La Martona, en Cañuelas, exportando a Inglaterra el primer trigo y la primera manteca procedentes de sus establecimientos, siendo el introductor de la pasteurización de la leche. Fue asimismo presidente del Banco de la Nación, en 1891 y primer presidente de la Lotería Nacional. Falleció en Buenos Aires en 1910.
Tandil crecía a buen ritmo bajo los mandatos de los Jueces de Paz, merced a su actividad especialmente ganadera, incipiente agrícola, luego de la pionera tarea de Fugl y ya se comenzaban a explotar las canteras de  su famoso granito.
El transporte sin embargo, hacia comienzos de la década del ·80, seguía siendo la tropa de carretas, aunque el ferrocarril ya había llegado hasta las proximidades de nuestro pueblo.
Le correspondió al Juez de Paz Dr. Eduardo Fidanza, ilustre médico, de quien ya hemos hecho diversas referencias , ser el que encarara con vigor y entusiasmo la iniciativa de bregar por la llegada de las vías ferroviarias hasta Tandil, entendiendo -inteligentemente- que con ello se favorecería el transporte tanto de carga como de pasajeros.
Su lucha, que lo llevó a fundar un periódico con el nombre de El Ferrocarril, fue perseverante hasta lograr que el Ferrocarril del Sud extendiera sus rieles y así en agosto de 1883, se iniciaban los servicios regulares con Buenos Aires, en medio de una gran algarabía.
Las estaciones de Iraola y Tandil eran una avanzada más en pos del progreso, especialmente económico con la salida de la producción hacia Buenos Aires.
Otros pueblos del interior provincial siguieron la iniciativa y el vecino Juárez (hoy Benito Juárez), fue uno de ellos, logrando en forma bastante rápida que se extendieran las vías desde Tandil hasta la localidad.
Las vías atravesaban tierras del partido de Tandil, para lo cual los propietarios cedían o vendían bajo régimen indemnizatorio las tierras respectivas.
Entre los propietarios más conocidos estaban precisamente los Vela, los Casares y los Gómez. Los trabajos se iniciaron no sin incidentes en su desarrollo, puesto que los empresarios ingleses se apropiaban de tierras que no estaban entre las que les correspondía.. Las cosas llegaron a tal punto, que en "El Eco del Tandil " del 9 de marzo de 1884, se denunciaban estos hechos, surtiendo efecto la denuncia y  arreglándose las cosas para que las obras continuaran.
El 23 de mayo de 1884, salía la primera locomotora desde Tandil- que todavía no poseía la estación actual terminada-para probar las flamantes vías hasta la sección chacras. El duro invierno no fue obstáculo para que los trabajos avanzaran a buen ritmo y ya para la primavera los trabajos iban llegando a su fin. Los campos tandilenses ya estaban atravesados por el camino de hierro.
En el recorrido se habían previsto dos "estaciones": una que se denominó Pilar (poco después Gardey), en homenaje a doña Pilar Gómez y la otra Vela, que tomaba el apellido de quien había sido dueño de esas tierras, y de quien ya hemos hecho referencia , don Pedro José ( y no Felipe T. su hijo, Juez de Paz, como figura en algunos diccionarios y otras publicaciones).
En enero de 1885 se anunció la inauguración del ferrocarril a Juárez, que debía efectuarse el 15 de febrero, pero por diversas causas la misma se postergó, obteniendo en su transcurso, la Municipalidad vecina, la autorización para gastar $ 2.000 en la celebración del arribo ferrrocarrilero.
Finalmente el domingo 8 de marzo de 1885, se hizo el viaje inaugural atravesando las estaciones de Pilar y Vela hasta arribar a Juárez, donde llegó el Juez de Paz de Tandil, Dr. Fidanza, entre grandes festejos de la población y también la alegría de los vecinos rurales de nuestro partido, que fueron deslumbrados por el paso del " caballo de hierro".
El apeadero o pomposamente la "Estación Vela", quedaba oficialmente inaugurada en esa fecha y con ese acontecimiento.
Días más tarde, el 27 de marzo, quedó librado al servicio público el tramo Tandil- Juárez, con el siguiente curioso horario: Salida desde Tandil a las 7,30 p.m., arribando a Pilar a las 8,24, a Vela a las 9,04, a López ( ya en el partido vecino) a las 9,45, llegando a Juárez a las 10,10.Típicamente inglés…
Así quedaba inaugurada esta estación, en esa fecha, que sería la que debería celebrarse, y no como se hace el 11 de setiembre, cuestión que expusimos hace más de veinte años y que sin embargo continúa en el error histórico de insistir, sin fundamentos fehacientes que lo avalen. En fin, cosas  ya clásicas en nuestras costumbres....
Así como en materia de transportes se avanzaba en el interior de la provincia, también los gobiernos, en la segunda mitad del siglo XIX, elaboraban lentamente políticas tendientes a incrementar la colonización de zonas rurales, con el objeto, entre otros, de fomentar la inmigración, distribuir mejor la tenencia de la tierra y apuntar al desarrollo de la agricultura.
A Tristán Gómez, uno de los veinte poderosos propietarios ya mencionados, le correspondería ser el último Juez de Paz antes que se designara el primer Intendente, don Pedro Duffau, en 1886.
Fue en esos tiempos, en que los objetivos mencionados acerca de la colonización, se concretaron cuando en la gobernación de Máximo Paz, se presentó en la Legislatura un proyecto con su firma y la de Manuel Gonnet, para la creación de Centros Agrícolas.  Luego de arduos debates, el mismo fue aprobado y sancionado el 22 de noviembre de 1887, siendo promulgado tres días después.
Esta Ley proponía la formación y organización de centros agrícolas en la provincia, tomando como base las tierras que rodeaban las estaciones ferroviarias, si es que ya no los tenían.
Estos Centros Agrícolas podían establecerse o crearse por expropiación del gobierno, por empresas o por particulares,  otorgando beneficios para el uso del ferrocarril y creando la Oficina de Agricultura, que sería la encargada de dirigir los Centros y fomentar la inmigración.
A lo largo de sus cincuenta y tres artículos, la Ley dejaba establecidas las obligaciones de empresarios y agricultores.
En Tandil, rápidamente se acogieron a la Ley- que finalmente no obtuvo los resultados deseados, salvo en escasos lugares- José Luis Tagle, con el Centro de su apellido; Juan Mariano Zubiaurre, con el Centro también de su apellido y el de nuestro conocido Vicente L. Casares, concesionario de dos: el " Cnel. Martínez de Hoz" y el "María Ignacia", de 6,302 ha.
Nació así, lindante a la Estación Vela, como lo pedía la Ley, el núcleo que con el tiempo sería la importante localidad rural de nuestro partido, cuyo nombre le fue puesto en homenaje a María Ignacia Martínez de Hoz de Casares, madre de Vicente L. Casares, fundador del Centro Agrícola.
Según el "Estado de los Centros Agrícolas al 31 de diciembre de 1892", el "Centro Agrícola María Ignacia", tenía el número hipotecario 11.459, con un precio estimado y acordado de $ 56 por hectárea ( las había de hasta casi diez veces más), habiendo sido escriturado por Casares, en favor del Banco Hipotecario de la Provincia, el 21 de diciembre de 1888, por ante el escribano Irineo Collado, habíéndosele acordado un préstamo de 354.000 valores cédulas de la serie "N", luego transformado en ordinario por decreto del 14 de julio de 1890.
Según el informe de 1893, el Centro, como tal, no respondió a las expectativas que la Ley pretendía, lo que no fue obstáculo, sino más bien un estímulo para que las mensuras y traza del Centro y la existencia de la estación ferroviaria acicatearan el asentamiento, en las proximidades, de pobladores que levantaron sus viviendas modestas, conformando primero en forma desordenada, por la errónea traza de calles, y luego más prolijamente, un núcleo poblacional que fue creciendo a buen ritmo.
Vicente L. Casares había adquirido las tierras de su padre Vicente Eladio, el 17 de diciembre de 1888, entre ellas las que  comprendían Los Potreros, Vigilante y  La Laguna, aunque años más tarde esta operación fue anulada y las tierras entraron en la sucesión de Vicente Eladio.
El panorama ofrecía interesantes perspectivas, por lo que se establecieron comercios diversos, esperando poder hacer sus ventas y prestar sus servicios a los presuntos colonos y a quienes se movilizaban por la Estación. Surgieron así apellidos de pioneros, que aún hoy poseen descendientes en la zona, tema del que alguna vez nos ocuparemos en otra nota, como es merecedor el tema.
La cría del ganado era la actividad más importante, adquiriendo el ovino un crecimiento destacado, de tal suerte que entre 1880 y 1900, se registraron las cifras más elevadas, situación de predominio sobre el vacuno que se mantuvo casi hasta la década del veinte.
La confusión para  designar la incipiente localidad en que se iba transformando el lugar, tuvo tempranas raíces y hacía el 1900 se hablaba del Pueblo de María Ignacia, por otros también llamado Vela, que fue el que dejó para sus pobladores el patronímico de "velenses".
En 1896, hemos verificado que el martillero Martín Iparraguirre ( abuelo de nuestro amigo y colega Carlos), levantó un plano del "Pueblo" que tenía delineadas 44 manzanas rodeadas de quintas y de chacras, figurando como propietaria destacada Josefa Casares de Nouguier, una de las herederas de las tierras, que había sido favorecida con las que incluía buena parte de María Ignacia, también denominada como Reserva Segunda, con una superficie de 1.856 ha., rodeando a la Estación, que era parte del antiguo establecimiento Vigilante.
El crecimiento demandó una escuela, que con el Nº 13, aún perdura, una capilla, - donada  en 1901 por la familia Casares-Nouguier- e inaugurada con grandes pompas hasta con la presencia del Obispo de La Plata Mons. Alberti- y servicios varios cubiertos por la Municipalidad: alcalde, inspectores, médico y hasta "casas de tolerancia" o prostíbulos, dado que era la época de la prostitución legalizada.
Las enormes posesiones de los Vela y los Casares, según puede observarse en el mapa de 1919, levantado por el cartógrafo Fulgencio Domínguez, estaban divididas y las fracciones más importantes  que habían sido de los Vela, estaban a nombre de la heredera Inés Vela de Troncoso, poseedora  de la mayor en el cuartel 6º. Las de los Casares, por su parte, estaba en manos de la ya citada Josefa C. de Nouguier.
Pese a estas consideraciones, analizadas las posesiones hacia 1930, de los cuarteles 4º, 5º.6º,7º, 8º, y 9º, las tierras continuaban de una u otra manera en manos de los apellidos mencionados en la presente nota, es decir, Vela, Casares, Zubiaurre, Anchorena, Peña, Castaño, etc.-
Hasta aquí hemos intentado brindarle-amigo y paciente lector -un panorama que además de ilustrativo, ha tenido rasgos curiosos y hasta poco conocidos-por no decir desconocidos hasta hoy-, pero la historia nos depara todavía algo más, que será el cierre de este relato nacido a partir de reyes y conquistadores.

Felipe Tobías Vela, el ya citado Juez de Paz de la época de Rosas, tuvo los trece hijos mencionados. El mayor de ellos Alberto Cecilio, que había casado con Joaquina Cazón, tuvo a su vez siete vástagos, uno de ellos Nicolás Alberto Vela, que contrajo matrimonio con Amalia Isasmendi Varela, con quien tuvo tres hijos, siendo el mayor de ellos Alberto Nicolás Vela, quien en quinta generación unió los destinos-lo  que parecía  casi inevitable-y se casó con María Inés Bullrich Casares.  Finalmente las sangres de las dos familias más poderosas y que han sido el numen de esta nota, se unían, de alguna manera cerrando una historia, en la que de aquí en más los hijos de este matrimonio, Ana Inés, Marina, Nicolás Alberto, el primogénito varón, y Clara Vela Bullrich Casares, contemporáneos nuestros, tienen tras de sí esta rica historia de pampa, carretas, pulperías y también de poder y de gloria, de apellidos que quedaron fijados para siempre en la geografía y la historia del Tandil.

Daniel Eduardo Pérez   

martes, 13 de septiembre de 2016

QUÉ COMÍAN NUESTROS ANTEPASADOS...

VIDA Y COSTUMBRES EN EL TANDIL DEL SIGLO XIX
Qué comían nuestros antepasados…
                                                               “Venía la carne
                                                                con cuero,
                                                                la sabrosa carbonada,
                                                                mazamorra bien pisada,
                                                                los pasteles
                                                                y el güen vino…” Martín Fierro

                                                                                   
El pasado ofrece tantas posibilidades de enfoques atrayentes para el conocimiento, la comparación y el aprendizaje, que hoy hemos querido reflejar muy someramente algunos aspectos de la vida de nuestros antepasados, en este caso cómo y qué comían. Este viaje gastronómico ha sido reconstruido sintéticamente a través de la palabra de viajeros, testigos y estudiosos.
Muy tempranamente, Manuel de Pueyrredón, que participó en 1824 en el intento de fundación de Bahía Blanca saliendo del Fuerte Independencia, nos decía:Después de terminados los trabajos de fundación, y asegurarla con un hermoso fuerte en forma de estrella, de haber hecho grandes huertas, plantadas de árboles las unas, y sin plantar otras, para el sostén de la guarnición, se retiró a la capital a preparar los medios de una grande expedición al Sur, que tuvo lugar en 1824, y de la cual vamos a ocuparnos.".
Por su parte Juan Fugl en sus Memorias, afirma que hacia 1850: “Un par de estancieros que habían sembrado un poco de trigo para locro, me dieron cuatro fanegas (medida antigua de capacidad que equivale a 55,5 l.). Como era tarde para preparar tierra para sembrar, se lo di a  dos portugueses chacareros, para sembrar a medias, y con un  resultado de 30 fanegas. Ahora tendría semilla para el próximo año y me sentía muy feliz con esta idea”.
La vida cotidiana por esos años no era fácil y el mismo Fugl nos habla de su modesta y austera vida: “Yo vivía económicamente, acostumbrado desde mis primeros años de lechero y carrero cerca de Buenos Aires. Comía prácticamente sólo carne. Continué así hasta que yo mismo coseché trigo y fabriqué harina. Una copa de vino era sólo para el sábado a la noche cuando después del trabajo iba al pueblo para comprar un poco de café y azúcar para la semana. Era un lujo que siempre conservé”
Notable perseverancia y confianza  las que puso el pionero, el que además nos cuenta con franqueza total sus sinsabores en sus intentos de agricultor. Así nos dice por ejemplo que “No podía trabajar fuera de casa para ganar algo, pues necesitaba quedarme para vigilar el trigo y unas papas que había sembrado, además de una pequeña quinta. Continuamente montaba a caballo para ir a espantar otros animales que lo invadían, y mi pobre caballo no estuvo desensillado durante tres meses, y yo mismo nunca desvestido, ya que durante día y noche recorría mi sembrados”.
John Miers, que fue un botánico inglés que trabajó y exploró en América del Sur de 1819 a 1838, afirma: “Recién hacia 1848 (con la introducción del alambrado), los cultivos “campaña adentro” se libraron de la “tiranía animal” para iniciar el desarrollo que convirtió a la región en el centro más dinámico de un país que llegó a pensarse como “el granero del mundo”.
 Narciso Parchappe, ingeniero que participó en la fundación de Bahía Blanca en 1828, describe: “…el gaucho, eventualmente peón o miliciano, requiere para su subsistencia de ciertos “vicios” como yerba mate, alcohol de caña y tabaco; y algunos productos básicos, como ponchos, chiripa, espuelas y cuchillos. Productos que, ofrecidos exclusivamente en estos ámbitos, debe forzosamente comprar a precios exorbitantes al comerciante minorista rural. Una vez que ha consumido en la pulpería la totalidad de su salario, termina endeudándose con el pulpero/avaro”.
Y el mismo Parchappe, nos informa: Los caminos de la provincia de Buenos Aires están cubiertos de pulperías, especie de tabernas que no dan alojamiento [...]. Se puede comprar en las pulperías vino, aguardiente, refrescos, yerba mate, tabaco, pan, queso, algunos artículos de quincallería; sirven de lugar y descanso a los viajeros y son el sitio de reunión de todos los holgazanes y gente de mal vivir de los alrededores; por eso a menudo se convierten en teatro de peleas que terminan, por lo general, en puñaladas”
Entre los múltiples aspectos de la pulpería rural, también es destacado por los viajeros, su carácter de ámbito de reunión, pero desde una perspectiva negativa como espacio de “vicios” y “juego”.
Los investigadores, en general, no dejan de resaltar la importancia de las pulperías como lugares de encuentro donde podían comprarse vituallas varias y bebidas, intercambiar informaciones y noticias, jugar a los naipes y tocar la guitarra sin embargo, cabe notar que la pulpería rural no es vista como un ámbito de “sociabilidad” y “civilidad”. Destacando las características errantes, solitarias e individualistas del gaucho, estos historiadores expresan que “El hombre de la pampa, nuestro campesino, careció del sentido de la sociedad como el que estimuló la creación del club. Cuando llegó a la pulpería lo hizo más con el espíritu de un esparcimiento circunstancial, que por un acuerdo de seres en sociedad
En 1833, el célebre Charles Darwin, realizó un viaje por el país, dejando sus impresiones en un memorable trabajo. Allí también está presente Tandil en su pluma, quien dice sobre nuestros pagos, por esos tiempos: " ...en el Plata, el puma caza principalmente ciervos, avestruces, vizcachas y otros pequeños cuadrúpedos, rara vez ataca al ganado vacuno o caballar y menos frecuentemente aún al hombre".
William Mc Cann, en su muy interesante " Viaje a caballo por las Provincias Argentinas", nos regala una deliciosa descripción del Tandil de 1842. Nos relata: “Tandil era el punto más distante a que pensaba llegar en mi viaje;  tal vez por ello me hice la ilusión de que allí terminarían mis andanzas. También en ese día sentí por primera vez las angustias del hambre. El tiempo estaba hermoso y nos entretuvimos cazando armadillos, que constituyen un buen manjar. Las perdices son tan abundantes y mansas que las matábamos con los rebenques; de esta suerte nos procuramos un excelente almuerzo”.
H. Armaignac, quien recorrió nuestro Tandil hacia 1870, reflejó en páginas de su "Viaje por la pampa argentina" su experiencia aquí y nos dice: “En consecuencia, nos dirigimos a un hotel francés que pasaba por ser el mejor de la localidad, y nuestro primer cuidado fue encargar un almuerzo a la francesa, excelente almuerzo, por otra parte, en el que no faltó ni la alegría, ni el burdeos, ni el champagne. Todo esto me parecía tanto mejor, cuanto que llevaba tres años sometido al régimen del desierto, donde la galleta, la carne, los huevos, los productos  de la caza, el vino, el café y algunas legumbres, formaban invariablemente el menú de todas las comidas; gracias que de cuando en cuando podíamos conseguir algunos pancitos criollos o de esos pasteles de hojaldre que amasan las mujeres del lugar con harina, huevos y grasa fresca.
"El pan criollo se hace con harina de trigo candeal, a la que se mezcla una cierta cantidad de grasa de vaca o de oveja que tiene la propiedad de conservarlo fresco bastante tiempo. Se lo cuece en pequeños hornos de barro o de ladrillos calentados con huesos de animales, leña de oveja o troncos de cardos.
……….
"Los pasteles de que hablo no son tampoco muy finos que digamos. La harina y los huevos, a los que se añade sebo de carnero en lugar de manteca, sirven para hacer una pasta de hojaldre que se corta en trozos de diversas formas, se rellenan con huevos duros y carne picada y luego se ponen a freír en grasa de vaca como los buñuelos”. Delicioso relato…
Por su parte Juana Manuela Gorriti (1818-1896), escritora salteña, que también se hizo célebre por las peripecias de su vida y por haber tenido una notoria afición por la cocina, nos anoticia: Durante el siglo XIX se comía en forma muy variada.  Los menús sociales incluían entre cinco y seis platos más postre. En las casas de familia, los platos básicos eran la olla podrida -así se llamaba al puchero-, una gran cantidad de vegetales -mucha mandioca-, las carnes asadas y los pescados de río. Las mejores dulcerías y reposterías provenían de Tucumán, Chile y Asunción del Paraguay.  Los licores (vinos y brandies) venían de Europa y las infusiones se reducían a la yerba mate.
Estas mesas fueron empobreciéndose a medida que transcurrió el siglo XIX y entramos al siglo XX, con una gastronomía muy aburrida: carne asada, bifes y pucheros; casi nada más. Las excepciones eran algunos toques afrancesados en las clases urbanas más acomodadas y, en la sociedad rural y el interior, los locros, las empanadas y las humitas siguieron teniendo una fuerte presencia.
Los hábitos comenzaron a cambiar y a enriquecerse al final del siglo XIX, gracias la llegada de inmigrantes que dieron paso a la nueva cocina Porteña. Aunque la más importante fue la cocina italiana, alemanes, británicos y judíos de diversas nacionalidades también aportaron lo suyo.”
Asimismo mencionaba en su  «La cocina ecléctica:  sopas variadas (especialmente de gallina) salsas varias, variedades de puré, pasteles de carne y otros, empanadas, frituras diversas, tortillas, budines (de carne etc.), aves diversas (gallina, pato, perdices, palomas, etc.), cazuelas, mondongo, albóndigas, estofado, pierna de carnero, tortugas, ranas, cerdo, cordero, morcillas y salchichas varias, huevos fritos y al agua, todo tipo de legumbres y verduras, el infaltable asado, repostería variada: gelatina, torta de natas, buñuelos, dulce de leche, mazamorra, arroz con leche, ponches varios, también helados, café y chocolates. Gorriti escribió su libro  en las postrimerías del siglo XIX, cuando ya buena parte de las preparaciones que menciona habían sido olvidadas entre la gente de la región central y pampeana y era la época en que se producía el gran influjo innovador de la comida italiana traída por los inmigrantes.
Lucio V. Mansilla, a su vez, recuerda en sus “Memorias” que en las ciudades eran comunes el quibebe (plato de origen guaraní, con una textura de punto medio entre una sopa y un puré),  los postres de mazamorra,  los pescados pacú, surubí, sábalo asados. Tanto la gente del campo como la de la ciudad basaba su dieta cotidiana en el consumo masivo de carne vacuna, lo que reafirma  el escritor e historiador Roberto Elissalde-presidente de la Academia Argentina   de Historia     Gastronómica -, que considera a la gastronomía gaucha en esta región, como “hiperrproteínica                                                                                 debido al elevado consumo de carnes (incluso las gallinas eran alimentadas frecuentemente con trozos de carne en lugar de granos), es célebre el refrán gaucho «todo bicho que camina va a parar al asador» y un ejemplo de ello era el consumo de asados, carbonadas, horneados y guisos de vizcachas, mulita y peludo. Elissalde relata que “a fines de siglo XVIII e inicios de siglo XIX no existía una señalada diferencia entre los alimentos que consumían los pobres y los ricos ya que la comida era muy abundante (especialmente las carnes vacunas y el pescado, así  como las de aves) y muy barata; a tal punto abundaba la carne que cuando los carros que transportaban cuartos de reses perdían una pieza, los carreros o conductores no se preocupaban en cargarla de vuelta; pero las carnes aunque abundantísimas solían ser duras por lo que eran muy comunes los cocidos donde la carne había hervido durante horas. Lo que a inicios del siglo XIX resultaba relativamente caro era el pan ya que aún no había grandes cultivos de cereales y, por ende, escaseaban las harinas, peor aún: al no haber todavía alambrados hombres y animales pisoteaban muchas veces los escasos sembrados de esa época”- recordar a Fugl. Preparaciones comunes eran sopas con trozos de chancho, huevos, porotos y legumbres varias; rodajas de pan que remojaban en caldos de buey; gallinas y perdices, cocidas con legumbres, panes con espinaca y tiras de carne; guisos de cordero. Entre las especias, las más importantes eran el perejil, el ajo y la pimienta, que era importada, teniendo las comidas un gusto fuerte, el ajo y la pimienta junto a la sal de mesa, eran usados para ayudar a conservar los alimentos con carne. Hasta 1880, aproximadamente, lo común era comer casi todos los platos del almuerzo y de la cena en forma de puchero, donde abundaban las hortalizas (zapallos, papas, zanahorias, etc.) y verduras (repollos, puerros, cebollas, etc.) que se obtenían de las quintas que por entonces abundaban en «las afueras" de las ciudades a pocas cuadras de las plazas centrales.
El Mansilla recuerda asimismo en su  obra «Una expedición a los indios ranqueles”, que en 1860 los indígenas de la pampa occidental le agasajaron con tortillas de huevos de «avestruces» (ñandúes) y nos informa que también consumían diversos frutos y carnes de animales, hasta de un ofidio llamado curiyú o también langostas, que asfixiadas por humo que producían, eran recolectadas, desecadas y hechas luego harina.….
Por estos pagos, hombres como el gallego Manuel Suárez Martínez (1845-1917) comenzaban a  hacer su huerta, tal como lo dice su hijo en los Apuntes autobiográficos: “La cosecha de tomates fue espléndida, como lo fue la huerta bien provista y cultivada.
La huerta fue después, junto con la carpintería bien provista, uno de los entretenimientos de mi padre, para sus ratos libres, como ejercicio físico y despreocupación de sus negocios.
Más tarde se fue ensanchando fuera de la tapia, con un ampuloso zapallar y los no menos extendidos melonar, sandial, y maizal, en terreno que por haber sido corral de ovejas, producía juntamente con exquisitos choclos, especiales y deliciosos ejemplares de sandías rojas, deliciosos melones "escritos" y
"cantalupi".
…………
“Evocación de aquellos años debe florecer aquí su recuerdo, íntimo y emotivo con el perfume fresco y agreste del orégano, del cedrón, de la menta y el perejil; con la policromía, que vive aún en la retina, de aquellos lirios blancos bordeando el camino principal, recostado sobre "las casas"; de las grosellas de rojo, apretado y jugoso fruto; de las ásperas, ácidas y pequeñas guindas, únicas frutas conseguidas allí, no obstante alternar, dentro de la tapia con durazneros que, impertérritos, negaron su deseado fruto
Perduran aún en mi recuerdo los bien trazados tablones de cebollín, ajos, apio, lechuga y escarola, de zanahorias y nabos, de repollos y coliflores, habas, porotos y alverjas y de papas los más extensos. Los caminos anchos y los angostos, cubiertos de carnosa verdolaga que, alguna vez, mezcló su autóctona prosapia con la sustanciosa papa y los carnosos tomates, en sabrosas ensaladas.
El maizal rectilíneo destinado a los choclos incomparables por su dulzura, merece un evocativo comentario.”
Finalmente citaremos a Sarmiento quien dijo que la ciudad de Buenos Aires era de «señoras gordas» y esto porque hasta fines de siglo XIX era común comer seis platos por persona entre el almuerzo y la cena. Se cenaba muy temprano, apenas «caía el Sol», luego la mayoría de la gente se acostaba y los niños y niñas eran enviados a dormir. También durante el siglo XIX en las principales ciudades se distinguían los tamaños de los platos, los platos «a la francesa» eran más chicos que los tradicionales «a la española».
Por lo común los niños y niñas -aproximadamente hasta los 12 años de edad- eran obligados a comer en mesas apartadas de las de los mayores. Las mesas de mayores estaban presididas en su cabecera por el patriarca familiar -o la mujer más anciana y respetada, es decir la matriarca- o por el padre de familia cuando el hogar carecía de adultos mayores. Hasta esos tiempos el modo más común de servir la mesa era «a la francesa», es decir poner todas las comidas ya preparadas sobre una gran mesa y que cada comensal eligiera lo que quisiera. Luego, esta tradición dio paso al modo actual «a la rusa» en el que los platos se van trayendo a la mesa por turno. Cabe considerar que la actual modalidad «a la rusa», se impuso en Argentina donde ha predominado el protocolo inglés (los tenedores y cucharas se disponen en la mesa con las puntas hacia arriba, de un modo contrario al protocolo francés).

Si bien recién con la llegada de inmigrantes, especialmente italianos, se comienzan a popularizar las pastas, el citado Mansilla comenta la existencia de los ravioles en las principales ciudades rioplatenses hacia la década de 1880, pero esto es una exageración, en cambio Borges dice que «la primera vez» que conoció los ravioles fue a inicios de siglo XX al concurrir, siendo muy niño, a la casa de unos inmigrantes italianos. Pero ya entramos al siglo XX…

Daniel Eduardo  Pérez

sábado, 10 de septiembre de 2016

EN EL CENTENARIO DE LA ESCUELA GRANJA DE TANDIL

LA ESCUELA GRANJA
Recordando sus inicios centenarios…

Antecedentes de la educación agropecuaria en la Argentina
El primer antecedente que puede señalarse en la materia, es la creación en 1823 de la “Escuela de Agricultura Práctica y Jardín de Aclimatación" dispuesta por Bernardino Rivadavia. Posteriormente, en 1868, se registra la fundación del "Instituto Agrícola" en Santa Catalina (hoy partido de Lomas de Zamora). En 1870, el irlandés P. Boockey, su propietario, vendió las tierras al estado provincial y poco tiempo después se estableció allí un Instituto Agrícola, proyecto  que no se llegó a ejecutar. Inmediatamente se propuso la fundación de una Escuela Práctica de Agricultura, con la cual se inicia una etapa distinta en la historia del lugar, fomentada por el Ing. Agr. Eduardo Olivera y asociada al desarrollo científico y educativo, la que funcionó hasta 1880, creándose al año siguiente el Instituto Agronómico-Veterinario, que inició sus actividades el 6 de agosto de 1883, quedando establecida esa fecha como el día de los Estudios Agronómico-Veterinarios en la Argentina.
En 1897, atendiendo a las necesidades de los productores, se creó en Santa Catalina, una nueva Escuela Práctica de Agricultura y Ganadería con el objeto de brindar una enseñanza esencialmente práctica y destinada a las labores de campo.
Hacia 1870 ya existían escuelas de la modalidad en el nivel secundario: las escuelas agronómicas de Salta, Tucumán, Mendoza y otras provincias, concebidas durante la presidencia de Sarmiento.
Por decreto Nº 877 de 1961, el establecimiento de Santa Catalina fue declarado Lugar Histórico Nacional por ser el sitio que vio nacer la Educación Agropecuaria en el país.
Entre los años ´60 y los ’80, fue ampliándose muy significativamente la cantidad de escuelas de la modalidad dependientes de las provincias y también de gestión privada. El panorama de la educación agropecuaria de todo el país, al iniciarse el proceso de transferencia de los servicios educativos a las provincias (1993), muestra así una diversidad notable respecto a los planes aplicados y a los modelos organizacionales.
EN TANDIL
Próxima a Tandil, a unos  10 km. de la ciudad,  sobre la ruta 30 (acceso a la 74) y dentro del denominado "Circuito " se encuentra la hoy  Escuela de Educación Agraria N° 1 “Dr. Ramón Santamarina”. Enmarcada  por una añosa arboleda  con las más variadas especies forestales, se destaca el viejo edificio escolar, de una concepción arquitectónica, típica de principios de siglo XX.  A la entrada principal se observa el monumento erigido en homenaje al Dr. Ramón Santamarina obra del español Miguel Blay  realizada en Carrara y ejecutada en Madrid en 1914.
Por caminos internos del parque se accede a otras construcciones que pertenecen a distintas secciones. El campo de producción y el parque abarcan una extensión total  de 297.5 Has., con un paisaje ondulado típico de la zona, de fértiles tierras y singular  belleza.
Esta Escuela nació por la voluntad de honrar la memoria del Dr. Ramón Santamarina (1861-1909), por parte de un grupo de sus más allegados amigos que formaron en el año 1913 una Comisión de Homenaje, presidida por Luis E. Zuberbuller, cuyo secretario fue Julián Solveyra, en tanto representaba a la familia Santamarina, el Dr. Semprún.
El 24 de diciembre de ese año, María Gastañaga, viuda de Santamarina, donó 100 ha. a esta Comisión con la finalidad de levantar en ellas una Escuela de Agricultura, la que por medio de una suscripción pública logró reunir la cantidad de 250.000 pesos e inició la construcción del edificio escolar y los anexos.
A partir de una entrevista, en 1915, el Dr. Calderón, ministro de Agricultura, hizo activas gestiones para que se destinara este terreno y los edificios donados, a la organización de la Primera Escuela del Hogar Agrícola para Mujeres. Como consecuencia, el 8 de mayo de 1915, el Gobierno nacional, aceptó la donación por medio de un decreto  firmado por el Presidente de la Nación Victorino de La Plaza  y los ministros Horacio Calderón, Enrique Carbó, Ángel P. AlIaria y Miguel S. Ortiz. En él se establece que sobre la donación recibida "con sus construcciones totalmente terminadas"  se creará la “Escuela del Hogar Agrícola Ramón Santamarina” para mujeres, previendo además la asignación de una suma de 10.000 pesos m/n para los primeros gastos y nombrando a la primera Directora, Graciela Road de Rueda (Vice-directora de la Escuela "Dolores de Lavalle”). Se establecía también un Plan de Estudios que comprendía: Arboricultura, Horticultura, Lechería, Cría e Industria del Cerdo y  de aves de corral, Agricultura General y Especial y Economía
Doméstica, (cocina, lavado, planchado, higiene, orden interno, contabilidad y costura).
Se establecieron como condiciones para ingresar, que las aspirantes tuvieran cumplido los 17 años de edad y cursado el 6to. grado de la escuela primaria. El 30 de junio, en Tandil, el Sub-director de Enseñanza e Investigaciones Agrícolas Ing. Luis M. del Carril, en nombre y representación del ministro de Agricultura, recibió de la Comisión de Homenaje, representada por Luis E. Zuberbuller  y   Julián Solveyra, el título de propiedad de los terrenos, edificios e instalaciones anexas, para la fundación de la Escuela de Agricultura que recibió el nombre de "Escuela del Hogar Agrícola Ramón Santamarina" destinada a la instrucción doméstica y profesional de mujeres. 
El 23 de setiembre de 1915, en el despacho del Presidente  Victorino de La Plaza se firmó la escritura Nro.198 ante el Escribano Mayor de Gobierno, Enrique Garrido, por parte del Presidente de la Nación, el ministro de Agricultura y los Sres. Zuberbuller y Solveyra; en calidad de testigos lo hicieron Eduardo Pacheco y Bernardo Echegaray.
La Escuela creada dependía directamente de la Dirección General de Enseñanza e Investigación agrícola, que aprobó el Reglamento y plan de estudios, estableciendo los objetivos:
Art. 1°: “La Escuela del Hogar Agrícola Ramón Santamarina" tendrá por objeto:
a)  'Enseñar a las mujeres jóvenes que tengan una orientación y una instrucción previa determinada, todos los detalles de la vida del hogar, considerados como modelos, habilitándose de esta forma a la mujer para su intervención en las administraciones rurales, así como para extender a todo el País los beneficios de este género de enseñanza".
b) "Enseñar a las hijas de los agricultores a aprovechar de los recursos que les brinda la propia chacra, cimentando en las clases rurales eI amor del hogar, inculcándoles principios de orden, economía, y tratando de desarrollar la habilidad para coordinar los actos cotidianos, en el sentido de realizar un fin práctico determinado y en persecución de un ideal profesional".
c) "Llevar por los medios expresados, hasta los centros más remotos, una Educación profesional práctica y concreta".
A partir de este momento comenzó su organización. Para ello y para cumplir los objetivos propuestos, el Ministerio de Agricultura otorgó dos becas para cada provincia destinadas a la formación de maestras o profesoras diplomadas para realizar el primer curso y luego difundir este tipo de enseñanza en el país. La respuesta a esta difusión fue de tal magnitud que hubo que restringir el número de las aceptaciones de las solicitudes de aspirantes, dado que los recursos de entonces solo preveían 50 alumnas.
En noviembre de 1915 se iniciaron los primeros cursos, que se prolongaron durante el año siguiente en medio de grandes dificultades financieras, con carencia de elementos industriales para la enseñanza técnica y del suficiente número de maestras y profesores, pero con la extraordinaria voluntad del personal y alumnas, se logró un funcionamiento adecuado.
La inauguración oficial de la Escuela se realizó el día 24 de setiembre de 1916, egresando las primeras 15 alumnas en noviembre de ese año, a quienes se entregó el título de “Maestras del Hogar Agrícola", cuya función estaba destinada a la enseñanza práctica directa a las hijas de los agricultores de las distintas regiones del país, para lo que la Dirección de Enseñanza e Investigaciones, organizó cursos de verano, que las egresadas de esta Escuela realizarían en Escuelas de Agricultura en distintas zonas en período de vacaciones.
En 1917, ya con instalaciones más adecuadas y más materiales para la enseñanza, se incorporaron 50 alumnas internas para su capacitación como maestras, y, en forma paralela, se organizó un curso de aplicación destinado a hijas de productores locales, con un cupo máximo de 50 alumnas con régimen de medio-internas.
En diciembre de 1918 se designó Director de la Escuela a  Marcial E. Boudin que debió afrontar las dificultades presupuestarias y técnicas  que se presentaron, lo que sumadas a otras, determinaron su cierre en enero de 1919 por resolución del Ministerio de Agricultura, cierre que se prolongó hasta octubre de 1922.  En noviembre de ese año el Ing. Alberto Mugarza reemplazó en la Dirección a Boudin, destinando el establecimiento a Granja con el dictado de cursos cortos hasta que en 1925 y previa modificación del reglamento General y Planes de Estudios para Escuelas Especiales y Prácticas de Agricultura, la Escuela fue dotada de nuevas construcciones y mejoras; y por Resolución Ministerial del 25 de agosto de 1925 se dispuso la creación de una Escuela Práctica de Lechería e Industrias de Granja denominándose a la Escuela con el nombre “Granja Nacional Dr. Ramón Santamarina", con el dictado de cursos especializados de lechería, con el objeto de ejecutar una enseñanza práctica un tanto similar a la de la explotación privada
Se puede decir que en el año 1924 la Escuela logró su consolidación definitiva, ya que fue contratado en el extranjero por el Ministerio, John E. B. Radcliffe, designado Director en junio y que fue el que contando con el apoyo del ministro, se abocó a la tarea de la reorganización de la Escuela. Se levantaron importantes construcciones, como la fábrica de productos lácteos, se efectuaron obras de reparación de los edificios existentes, dado el largo tiempo en que la Escuela permaneció prácticamente inactiva y asimismo se incorporó nuevo equipamiento. En esta época la Fábrica de Productos Lácteos fue provista con la última palabra en maquinarias y también una cámara frigorífica con su correspondiente ante-cámara y una ordeñadora mecánica "Alfa Laval”. La enseñanza era esencialmente práctica y "a pie de obra" y como complemento se daban clases teóricas de 5 o 6  horas semanales. Estas modificaciones en la estructura de la Escuela, así como el equipamiento necesario, se concretaron gracias a la gestión de Radcliffe y el apoyo del ministro Le Bretón. Su gestión  se extendió hasta mayo de 1926, en que fue nombrado Director el Ing. Agr. Segundo E. Heredia.
Terminadas las reparaciones y transformaciones a que fueron sometidos los edificios y las instalaciones y equipos de la Escuela, en agosto de 1927 se procedió a la apertura de cursos, uno elemental y otro de especialización en lechería. El primero destinado a quienes hubieran aprobado 4to. grado de la escuela primaria, y el segundo para egresados de las Facultades y Escuelas de Agricultura, con una duración total, en ambos cursos, de 10 meses.
El equipamiento y la organización fueron acompañados por una amplia campaña de difusión sobre la enseñanza que se impartiría en la Escuela, y a través del Ministerio de Agricultura, conjuntamente con el Director  Heredia se enviaron artículos para su publicación en periódicos y diarios latinoamericanos, ya que se contaba con una infraestructura y planes de estudios que estos países no habían desarrollado
EI rendimiento de la fábrica de productos lácteos, a sólo un año de iniciar la elaboración,  comenzó a obtener excelentes resultados. En 1927, dirigida por el profesor Christian Lauridsen (de  origen dinamarqués y especialmente contratado por el Gobierno Nacional) obtuvo los primeros lauros. En ese año se exportaron a Inglaterra 6.000 kg. de queso Cheddar, por medio del representante en Londres del Ministerio de Agricultura.   Al respecto, informaciones periodísticas de la época dan cuenta de la aceptación que tuvieron los quesos elaborados en la Escuela.
Éste y otros logros obtenidos por estos productos hablan a las claras de la excelencia, capacidad y empeño del jefe de la fábrica, quien, además, supo generar discípulos que se desempeñaron eficientemente en otras fábricas de Iácteos de la época, y también en el manejo de los recursos de la Escuela, capacitados en el arte de la producción, de tipo artesanal, de quesos de gran calidad. Lauridsen debió ser reemplazado por el Agr. Horacio M. Dimier,  ya que debió solicitar licencia.
Periódicos de la época señalan la participación, con destacado éxito, en diferentes exposiciones a las que  concurría exhibiendo todos los productos elaborados. En “La Razón” del 22 de junio de 1927 se lee: "Los quesos cheddar han obtenido los más altos premios de las exposiciones de Palermo y Rosario, gozando de general aceptación en los mercados de consumo nacional”. En ese año la producción tuvo un aumento pronunciado y se participó de exposiciones importantes como Palermo y otras, obteniendo premios relevantes.
De 1930 en adelante.
En 1935 dejó la dirección Heredia y asumió el Ing. Agr. José López Galán. En 1936 el 86 % de la producción lechera de la Escuela fue dedicada a la fabricación del afamado queso Cheddar, batiéndose al  año siguiente el récord en la producción de sus quesos más famosos por la época: el ya citado Cheddar, el Banquete y el Sierras del Tandil, superándose  nuevamente la marca en 1941 y continuando en alza ininterrumpida, dejando atrás cifras de años anteriores. El refinado Cheddar  y el ya por entonces tradicional Banquete fueron los “reyes” de la producción “granjera”.
Fue bajo la Dirección de López Galán cuando se produjeron las diferentes transformaciones  en la búsqueda de un perfil escolar definido. Las diferentes orientaciones dadas a la Escuela, priorizando  a distintas  secciones en detrimento de otras, que se produjeron, siempre fueron en función de las directivas recibidas de las autoridades,  que no siempre interpretaron no sólo la realidad regional, sino el espíritu de los hombres que lograron desarrollar, equipar y especializar producciones o sectores que luego, por las restricciones impuestas, se debieron desactivar.
El período 1952 a 1955, con el sistema de total gratuidad de la enseñanza impartida en la Escuela, el pago de porcentajes sobre lo producido y la disminución del presupuesto asignado, produjo situaciones difíciles, a tal punto que no se pudo continuar con este sistema.
La dirección de la Escuela continuó a cargo de  López Galán, hasta junio de 1961, haciéndose acreedor a un merecido descanso. Su gestión al frente de la Escuela lo ubica como el Director de mayor permanencia en el cargo: 26 años en los que dejó lo mejor de sí para el establecimiento escolar. En su recuerdo se bautizó con su nombre un grupo de aulas  inauguradas en la Escuela en 1986 al cumplirse los 70 años de su fundación.
En junio de 1961 se hizo cargo de la Dirección el Ing. Agr. Alberto Antonio Novelli, bajo su Dirección  se constituyó la Asociación Cooperadora con características especiales en cuanto a sus integrantes. La gestión de Novelli fue intensa y duró hasta 1969, en que fue ascendido a Supervisor, cubriendo interinamente el cargo el Ing. Agr. Alfredo Martínez Goya, hasta 1970 en que asumió la Dirección el Ing. Agr. Juan B. Larco cuya idónea conducción ejerció hasta 1983, sucediéndole: el Ing. Agr. Alfredo Martínez Goya hasta 1992, luego el Ing. Agr. Guillermo Martignoni, posteriormente el Prof. Carlos Dillon y el Méd. Vet. Carlos Merzario.
El devenir de la Escuela llevó a crear un Área de Educación No Formal, que dio posibilidades de capacitación en prácticamente todos los estratos laborales que componen la explotación agropecuaria y de apoyo al hogar rural asistiendo asimismo a otras ramas de la educación, capacitando docentes de primarias rurales y urbanas aportando apoyo pedagógico y didáctico en temas agropecuarios, desarrollando cursos destinados a sus alumnos, complementando la formación, y también para aquellos que abandonan la educación formal capacitándolos en aspectos que les brinda posibilidades de realización personal en el mundo del trabajo.
La Escuela  continúa en su apoyo a la comunidad, la región, la provincia y el país esgrimiendo como estandarte el lema que figura en su escudo: ”Ad Astra Per Aspera” , que significa  en castellano «A través del esfuerzo, el triunfo», o «Por el sendero áspero, a las estrellas”.
La gestión de las distintas autoridades que pasaron por la Escuela le fueron dando proyección, superando momentos difíciles, con la experta conducción de los ya citados directores y de la actual, Jorgelina Preciado.

Hoy en su centenario, la “Escuela Agraria N° 1 Dr. Ramón Santamarina” continúa en el sendero que la constituyó en un prestigioso símbolo de Tandil.

Daniel Eduardo Pérez