viernes, 7 de enero de 2011

EL DIPLOMÁTICO DE LAS PAMPAS

DON RUFINO SOLANO
“EL DIPLOMÁTICO DE LAS PAMPAS”
Existen personajes en la rica historia de nuestra zona que han sido de gran valor para lograr una convivencia que podríamos llamar de alguna manera pacífica, entre blancos y aborígenes en los difíciles años del siglo XIX y que sin embargo apenas tienen una pequeña mención. Este es el caso de don Rufino Solano.
No muy lejos del Tandil, en los pagos del Azul, nació en 1837 , hijo del Teniente Coronel del Regimiento de Patricios Dionisio Solano (1776/1882), un guerrero en las Invasiones Inglesas y de la Independencia Nacional que actuó junto al Gral. Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y luego fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, en 1832, donde siendo Alcalde durante más de treinta años y muriendo allí a los ciento seis años.
Rufino vivió en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Le correspondió actuar en la frontera interior nada menos que entre 1855 y 1880, lapso en el que conoció y trató personalmente con las más altas autoridades del Gobierno Nacional: Urquiza, Sarmiento, Avellaneda, Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, y, al final de su carrera, Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió a las órdenes de los Coroneles Álvaro Barros, Francisco Elías, nuestro conocido Benito Machado y el Gral. Ignacio Rivas, entre otros. Fue asimismo el eslabón militar con el Arzobispado de Buenos Aires, en la figura de su Arzobispo Mons. León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Basílica de Nuestra Señora del Luján.
Afirma Omar Alcántara, que Solano era poseedor de un admirable aplomo y un gran poder de persuasión, también se relacionó con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros, incluso, por medio de sus oficiosas gestiones, recuperaron la libertad militares y funcionarios.
Su tarea mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y contener ataques a las incipientes poblaciones, actividad que le fuera encomendada por las autoridades nacionales. Es por ello, que el prestigioso historiador Raúl. Entraigas afirma que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic). El mismo Alsina siendo Ministro de Guerra, en 1875, ante una gran multitud reunida en el Azul, le reconoció : “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”.
Sus cualidades personales, su lealtad, sinceridad y honestidad en el trato-nos dice Alcántara- fue una virtud que le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos. Ello sumado a que desde su niñez y juventud estuvo en constante contacto con el pueblo indígena, especialmente de los Catriel, donde aprendió el idioma y también a domar, a fabricar sus armas, a cazar, a rastrear, a guiarse y sobrevivir en las inmensidades pampeanas y le permitió comprender cuáles eran los sentimientos y las necesidades del pueblo aborigen.
Su hábil manejo de situaciones críticas, evitó mayores derramamientos de sangre y por esto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. No participó en la Campaña de Roca. En cumplimiento de su tarea mediadora, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales. Cuando venía junto a estas embajadas, solía alojarse con ellos en el Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de esa ciudad, y en otras ocasiones en los Cuarteles del Retiro-nos dice Alcántara- y finalizadas las tratativas, regresaba junto a ellos, cabalgando rumbo a la frontera.
Su conducta tanto con sus superiores como con los jefes indígenas fue siempre la misma: lograr acuerdos ecuánimes y que se llegaran a cumplir. Esta honestidad en su comportamiento, le permitió ser respetado y siempre bien recibido en las tolderías..
Su actuación se extendió más allá de nuestra región y así fue reconocido en 1873, en un multitudinario acto, donde le fue entregada en Rosario, una medalla de oro en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Dicha misión fue cumplida con absoluto éxito. En dicho acto también se le hizo entrega de un pergamino de gratitud el cual manifiesta entre otras palabras:”… en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio”. Por su parte, el 14 de marzo de 1873, el diario “El Nacional”, de Buenos Aires, reflejó en forma destacada lo acontecido:
Luego de finalizar sus luchas, los indios continuaron buscando a don Rufino para que les ayudara a obtener tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su gran influencia y prestigio, conduciéndolos hasta el Presidente de la Nación, Gral. Julio A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; haciéndolo así con los Caciques Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, Lorenzo Paine-Milla, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros más.
Solano también participó en numerosos combates en defensa de pueblos fronterizos, entre los que se contaba nuestro Tandil junto a su amigo y ex jefe Machado, San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Tapalqué, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc., interviniendo en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Álvaro Barros, sentando así las bases de la actual ciudad de Olavaria. A partir de 1868, permaneció en Azul junto al Cnel. Francisco Elías. A las órdenes del General Ignacio Rivas, ya con el grado de capitán, participó en la batalla de San Carlos, contra las huestes de Calfucurá, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la que es hoy la ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán” En ella actuó como jefe del cuerpo de baqueanos y su intervención no le impidió que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la toldería del cacique Juan Calfucurá, su contrincante vencido. Este episodio es único e inolvidable-afirma Alcántara-“ porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, y viendo al Capitán Solano velando junto a su lecho, conmovido por este gesto, le indicó que debía retirarse de inmediato porque luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas”. Así lo hizo el capitán, e inmediatamente, luego del fallecimiento del cacique, salieron en su persecución y cabalgando durante toda la noche, finalmente don Rufino y las cautivas lograron salvarse llegando al día siguiente a un lugar seguro. De esta manera Rufino Solano habría sido el último blanco que vio con vida a este legendario cacique, el cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo ese gesto de grandeza y humanidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros y por el Presidente de la Nación y todo su gabinete. Mons. Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.
A propósito del Arzobispo citado, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, recurrió al Capitán Solano que le ofició de enlace e intérprete con diversas visitas de líderes indígenas, con quienes este recordado sacerdote mantuvo reuniones en el citado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado.
La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen. Ya en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se había internado en Azul para entrevistarse con el cacique Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este jefe, no pudiendo convencerlo que permitiera enseñar el catecismo en la tribu.
Catorce años más tarde, el 25 de enero de 1874, llegó al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de sus antecesores, pero esta vez contó este sacerdote con la invalorable presencia intercesora de don Rufino Solano, la prudencia y la cautela de este notable sacerdote le aconsejaron su intervención y así lo manifestó:“…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”.
Queda certificada su activa participación y su benéfica influencia por la existencia de cordiales cartas dirigidas al mismo durante las tratativas: por los caciques Alvarito Reumay y Bernardo Namuncurá, el “escribano de las Pampas”, ambas de 1874. Este último, fue el que salvó al Padre Salvaire cuando estaba a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá.
El capitán Solano colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al Padre Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, logrando así la Iglesia tener un contacto mucho más frecuente y fluido con los caciques como lo testimonian notas intercambiadas por Manuel Namuncurá y el Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre prelado.
Fue el Padre Salvaire quien, más tarde, colocó la piedra fundamental de la Basílica de Nuestra Señora del Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899. Sus restos fueron depositados en la cripta situada en el crucero derecho de la Basílica; por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.
Como contrapartida, resulta una verdadera injusticia que la tumba semiderruida de este destacado militar azuleño esté ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de Azul, en un lugar que sin ayuda, difícilmente se la podría localizar.
Por su labor desplegada junto a estas figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que se han referido a él en señal de reconocimiento por la valiosa colaboración; prueba de ello es la preocupación del destacado historiador Mons. Dr. Juan G. Durán, (miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina- quien disertó en Tandil con motivo del centenario de Santa Ana en 2009-), cuando en 2001, fue hasta Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” . También autores y universidades extranjeras han valorado su trayectoria, tal el caso-entre otros- de Susan Rotker de la Rutgers University (EE.UU.).
El capitán Solano, sirvió a la Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegó un sueldo desde Buenos Aires.
En su pueblo natal, Azul, fue homenajeado por el Honorable Concejo Deliberante el 14 de diciembre de 2009, al dictar la Ordenanza que impuso su nombre a un pasaje del ejido urbano como “Capitán Don Rufino Solano “El pacificador de las Pampas”.
Referencias biográficas de nuestro protagonista pueden encontrarse en las obras de, Antonio G. del Valle, D. Abad de Santillán, A. Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente Cutolo y Mons. J. G. Durán, pero corresponde a Omar Horacio Alcántara la investigación más interesante sobre este personaje excepcional, trabajo que publicó entre 2007 y 2008 en El Tiempo, Todo es Historia y El Federal y que ha sido la bibliografía fundamental para esta nota.
Tiempos quiso así sumarse a rememorar la vida de este hombre, que combinó la espada con la palabra conciliadora en tan difíciles etapas de nuestra Historia.

Daniel Eduardo Pérez