HISTORIA,
MAGNIFICENCIA Y MISTERIO…
EL CASTILLO DE
EGAÑA
La
Historia de Tandil y la región nos suele deparar páginas poco conocidas y que
poseen el mágico atractivo de lo misterioso y legendario. Tal es el caso del
denominado “Castillo de Egaña”.
Apenas
habían transcurrido un par de años de
fundado el Fuerte de la Independencia, cuando las feraces tierras de la zona
comenzaron a ser entregadas en enfiteusis. Hacia 1825, en época de Rivadavia,
el general Eustoquio Díaz Vélez,
protagonista del proceso revolucionario iniciado en mayo de 1810, obtuvo en
enfiteusis algo más de 17 leguas en la zona del Fuerte Independencia, hoy
Tandil. Poco después, sumó 20 leguas más, dando origen a una inmensa estancia,
a la que en honor a su esposa, Carmen Guerrero y Obarrio, bautizó con el nombre
de “El Carmen”.
Díaz Vélez había nacido en Buenos Aires en 1790. De joven
se dedicó al comercio, actuando contra las invasiones inglesas y posteriormente
participando en las luchas por la Independencia, en Suipacha, luego en Huaqui y
bajo el mando del Gral. Belgrano en Tucumán y Salta, así como en Vilcapugio y
Ayohuma.
En 1814 fue designado teniente Gobernador de Santa Fe.
Desempeñó otros cargos hasta que en 1818, fue designado gobernador interino de
Buenos Aires en reemplazo de Balcarce. Alcanzó el grado de general y se retiró
a la vida privada.
Entre los ganaderos del sur de
la provincia se gestaba, en 1839, un levantamiento contra Rosas que contaba con
el apoyo de Lavalle. Tandil tendría un papel especialmente importante, por
cuanto nuestro personaje, uno de los más prominentes hombres del alzamiento y
candidato a suceder a Rosas, era el dueño-como quedó citado- de "El
Carmen", epicentro local de la “Revolución de Los Libres de Sur".
Concretado el levantamiento y
derrotado sangrientamente el 7 de noviembre de 1839 en la batalla de Chascomús,
Tandil participó tardíamente-las noticias de la derrota no habían llegado-
cuando previa intervención de Díaz Vélez ante el comandante del Fuerte, Pablo
Muñoz, para evitar derramamiento de sangre, el grupo revolucionario local
comandado por los capitanes Sotelo y Valdez se apoderaron del Fuerte de la
Independencia en la madrugada del 10 de noviembre, haciendo prisionero a Muñoz
que fue enviado hasta Corrientes, donde
luego de ordenarse su ejecución, se suspendió por pedido especial de Martínez
Castro, uno de los "cerebros" del levantamiento de Dolores.
Tras su derrota, fue encarcelado y luego liberado en
mérito a su trayectoria como guerrero de la Independencia. Detenido en Corrientes por un tiempo, sus bienes fueron confiscados y luego de liberado, emigró a Montevideo. Después de Caseros regresó, recuperando sus bienes y
falleció el 1 de abril de 1856.
La estancia “El Carmen”, de
casi 38 leguas originales, fue fraccionada. La faja sureña quedó para Manuela
Díaz Vélez casada con Pedro Egaña. En estos campos, que lindan con el partido
de Tandil, está marcado un puesto llamado "San Francisco". Sus
vecinos eran los Miguens, con varias estancias y un almacén rural y también
Ramón Santamarina, con su estancia "Los Angeles”. La faja central fue de
Eustoquio Díaz Vélez (h), campo en el que está la laguna Un Durazno , con un puesto cerca del arroyo Langueyú, señalado como
de Ana Sagasti, deformación del apellido Anasagasti, un vecino de la época, cuya descendencia
poseía importantes campos en la zona. La faja del lado norte del campo quedó
para Carmen Díaz de Cano. Lindando con la
fracción anterior, donde está marcada la primitiva población de la estancia
"El Carmen", muy cerca de la pulpería del mismo nombre. En las
inmediaciones está la posta "Las Ruinas". Toda esta antigua población
junto al arroyo Langueyú. En este mismo campo está Once Duraznos y cerca de ella, el terreno de cuatro leguas,
destinado al pueblo de Rauch-nos
anoticia Guzmán.
Luego de 1839 y la Revolución
del Sud, Rosas dividió territorio creando nuevos partidos. Antes de esa fecha,
sólo estaban al sur del Salado, los partidos de Dolores y Tandil, ambos
castigados en sendas subdivisiones por su intervención en la revuelta.
Eustoquio Díaz Vélez (h) casado
con su sobrina Josefa Cano, hija de su
hermana Carmen, tuvo a su vez, dos hijos varones, Carlos y Eustoquio. En sus
respectivas heredades situadas en el pago de Chapaleofú, Carlos formó la
estancia "Un Durazno" y
Euqenio., la "San Francisco”..
Luego de su muerte, sus
hijos Carmen, Manuela y Eustoquio (h), hicieron efectiva la propiedad de las
tierras y, tras la sucesión, el varón se quedó con la estancia, manteniendo su
antigua denominación. Eustoquio Díaz Vélez (h) acrecentó la fortuna a lo largo
de su vida, y, cuando finalmente falleció en 1910, la estancia “El Carmen” se
dividió entre sus dos hijos varones: Carlos, que era ingeniero, y Eugenio,
arquitecto. También sus cuatro nietas recibieron una fracción del campo.
Eugenio,
el arquitecto, levantó sobre la tierra heredada, el casco de la estancia San Francisco, muy cercano a la
estación Egaña, por donde pasaba el tren desde 1891. Así es como nació el
famoso castillo protagonista de nuestra historia de hoy.
Al
edificio lo proyectó siguiendo un estilo europeo ecléctico y trasladó desde
Buenos Aires y Europa-como era común- la mayor parte de los materiales de
construcción. Los trabajadores fueron contratados en Bs. As. y enviados al
sitio de la obra; que se prolongó desde 1918
hasta 1930. A lo largo de esos doce años, el castillo experimentó
ampliaciones, mejoras y una magnífica decoración.
Cuando
Eugenio murió, el 20 de mayo de 1930, “San
Francisco” fue heredada por su hija mayor, María Eugenia, quien arrendó las
tierras, administradas por la Casa Bullrich y Cia.
La viuda y sus dos únicas
hijas, Eugenia y Josefina, no quisieron volver más a la estancia y la
casa-castillo quedó abandonada. “Poco a
poco, el monte avanzó hacia los altos paredones, las ramas se extendieron hasta
tocar las ventanas y sombrear los bordes de los
techos grises. Mientras las palomas hacían nidos en sus huecos, algunas raíces
levantaban las baldosas , en tanto las puertas,estaban más selladas que
cerradas
Al ser humano le atraen moradas abandonadas, sospechosas de contener
memorias, novelescos aconteceres y esta casa llenó, en la imaginación lugareña,
la necesidad humana de fabular en torno a los enigmas”-apunta Guzmán.
Durante la presidencia de
Arturo Frondizi el Estado se
interesó en estas tierras y la
expropiación cortó implacablemente la extensa heredad de la descendencia de
Carlos y Eugenio Díaz Vélez. Fue en 1958, en la gobernación de Oscar Alende, que
la inmensa propiedad fue expropiada por la provincia, por leyes de diciembre de
1958 y marzo de 1960. De este modo,
antiguos arrendatarios se convirtieron en propietarios de las tierras que antes
alquilaban, apoyados por créditos del Banco de la Provincia -nos dice Soto Roland.
Los
descendientes coinciden en afirmar que, desde entonces, se inició la lenta y
persistente decadencia de la estancia y su fabuloso edificio
El
Ministerio de Asuntos Agrarios creó allí la colonia Langueyú, dentro de la cual quedó gran parte de la estancia
San Francisco y su reputado casco.
Más tarde, la estancia se subdividió y adjudicó en lotes a los colonos, en
tanto el mobiliario, equipos de trabajo y demás enseres del edificio, fueron
subastados y en algunos casos saqueados.
El
paso del tiempo y la desatención hicieron que el castillo comenzara a sufrir el
deterioro. Finalmente, en 1965, el gobernador Anselmo Marini lo transfirió al
Consejo General de la Minoridad con la
intención de convertirlo en un hogar/granja que, terminó convertido en un
reformatorio, alojando a jóvenes con problemas de conducta.
Hacia
mediados de los ’70, y tras un asesinato que comprometió a uno de los internos,
los menores fueron reubicados y el castillo quedó, una vez más, deshabitado y
abandonado.
Con
77 habitaciones, 14 baños, 2 cocheras, galerías, patios, talleres, un mirador y
varios balcones, el castillo de Egaña es el escenario ideal para el imaginario
más frondoso.
Protegido
por la inmensidad de la pampa, rodeado por leguas de terreno llano, el castillo
de Egaña , con su monte circundante, semeja una isla de exuberante verdor. De
lejos, la tupida arboleda que lo contiene en su seno mantiene al edificio fuera
del campo visual de los ocasionales viajeros; lo que antaño fuera un parque
prolijo, un espacio para el solaz y el esparcimiento, se ha convertido en un
matorral. Las ramas, con sus millones de hojas, las malas hierbas, los yuyos y
plantas trepadoras empezaron a abrazar al castillo; y sus paredes se rajan, los
techos se desmoronan y las rejas se oxidan con la humedad, dándole una
apariencia lúgubre, muy propicia para que la imaginación lo pueble de entidades
tan extrañas como inmateriales.
Desde
un punto de vista simbólico, una de las maneras en que puede presentarse es la
de una mansión de monstruos y alquimistas, habitado por caballeros oscuros y
fantasmas, en esta acepción, el castillo adquiere el significado de puerta, de
pasaje, de acceso al otro mundo; especialmente cuando está abandonado, como en
el caso del castillo de Egaña.
No
es entonces para asombrarse que en torno al castillo en ruinas de Egaña,
circulen algunas historias que hacen referencia a “misteriosas apariciones
espectrales” en el lugar.
Según
dicen, en el viejo casco de la estancia San
Francisco, suelen escucharse ruidos extraños, pasos y lastimeros sollozos
que espantan a los siempre anónimos testigos que arriesgan pasar por las
ruinas. Naturalmente, esta “actividad paranormal” (como les gusta llamarla a
los “especialistas”) siempre afecta a personas difíciles de encontrar, testigos
ausentes y nunca directos. Si seguimos las habladurías, el espectro que ronda
en el castillo parecería no ser otro que el de su antiguo propietario y
constructor, el arquitecto Eugenio Díaz Vélez.
Según una de las leyendas que circulan, un
accidente fatal sería el responsable del encantamiento del castillo de Egaña.
Cuentan que en el día de la inauguración, con la fiesta preparada y todas las
mesas puestas para celebrar el acontecimiento, los invitados empezaron a
ponerse ansiosos por el retraso de dueño de casa; su hija y heredera universal
los calmó diciéndoles que estaba en camino desde Buenos Aires y que llegaría de
un momento a otro. Pocas horas más tarde, y frente a las insistentes preguntas
de parientes y amigos, la joven mujer fue informada que don Eugenio se había matado
en la ruta en un accidente.
El
desconsuelo fue absoluto y la fiesta se suspendió, convirtiéndose la
inauguración en velorio. Los comensales
abandonaron la estancia y la heredera hizo lo propio para no volver nunca más.
A partir de ese día de 1930, el edificio permaneció cerrado durante tres
décadas, sufriendo el deterioro y el saqueo.
En principio esa
sería la historia que “explicaría” la actividad fantasmal en el castillo, pero
hay un inconveniente: el relato es producto de la imaginación colectiva. Nunca hubo fiesta de
inauguración, ni mesas abandonadas con el servicio listo, menos aún invitados
y, por sobre todas las cosas, tampoco existió el accidente en la ruta. Eugenio
Díaz Vélez murió en Buenos Aires en su palacio de avenida Montes de Oca, en Barracas.
Nunca hubo viaje, ni choque, ni muerte violenta-señala Soto Roland.
Cuenta
otra leyenda, que el castillo estaría “maldito”, por una “venganza espectral”
que ha caído sobre el edificio y los responsables son los errantes espíritus de
los indios pampa, muertos en el siglo XIX durante las campañas del fundador de
Tandil, Martín Rodríguez .La “venganza india del más allá”, un clásico en el
imaginario americano, se convierte en una denuncia.
Los
lugares encantados o embrujados tienen-o deben tener-en su acervo algún hecho
traumático, y, si se puede ser un asesinato mejor, y el castillo de Egaña lo
tiene, porque fue escenario de un hecho que se llevó la vida de un hombre
joven. A diferencia del imaginario accidente
de don Eugenio, el hecho ocurrió el 14 de mayo de 1974. Poco antes de mediados de la década de los ’70, cuando el
castillo funcionaba como reformatorio de menores, Eduardo Daniel Burg
que trabajaba para el ministerio de Asuntos Agrarios de la provincia, fue
enviado a administrarlo. Según relata la
hija de Burg, a la sazón una niña, en el castillo había un muchacho ya mayor al
que Eduardo tuvo que pedirle, que se volviera a su casa, porque por su edad ya
no podía permanecer allí. Comenta que acompañó al chico hasta el tren, pero el
muchacho no se marchó. Se quedó rondando por la zona, masticando odio; y el 14
de mayo de 1974, mientras Burg volvía a su casa desde el castillo, lo esperó a
la vera del camino y lo mató de ocho tiros. Después se subió al auto en el que
Burg viajaba y se fue. Finalmente, un hecho de sangre cercano al castillo queda confirmado, alentando al imaginario
popular.
En
febrero de 2014 un equipo de Crónica
se llegó hasta el castillo con el objeto de estudiar esos posibles
fenómenos extraños que luego Jorge Fernández Gentile relató.
Crónica Fenómenos Paranormales comenzó a idear en 2013.el
proyecto, y el sábado 8 de febrero, la fecha
elegida, se comenzó a concretar el desafío, que requirió de una gran
infraestructura y de varios estudiosos del tema, además de equipos de avanzada
tecnología para encarar el análisis.
La investigación se inició después de las dos de la madrugada del domingo, con el equipo ya preparado, se hizo una recorrida por el interior del castillo para efectuar mediciones, reconocer y marcar varios lugares bastante peligrosos de transitar en la oscuridad, Se utilizaron grabadores digitales, cámaras de fotos, medidores de temperatura, sensores de movimiento y luz, sensores de movimiento con alarma sonora, cámara de video con infrarrojos, linternas, medidores de campos electromagnéticos y un péndulo de cuarzo con un atril para ver si se percibía actividad y mostraba algún movimiento ondulatorio, Al comenzar a destellar sus luces. López, jefe del grupo, le pidió que se detuviera y así lo hizo. Entonces comenzó una conversación que duró cerca de veinte minutos., se le consultó a la entidad si era un niño, pero contestó que no al detener sus luces totalmente. En cambio, a la pregunta de si había sido el “cuidador “que había muerto cerca del lugar (Eduardo Daniel Burg, quien fuera director), dio un rotundo sí. Las luces, se encendieron a pleno cuando se le preguntó si estaba contento que su hijo Daniel junto a Maribel García y otras personas lucharan por conservar el lugar. Sin embargo en esos momentos, mientras las luces se detenían y todo era filmado por dos cámaras, una -la que portaba López- se apagó sin explicación, mientras que, por detrás del camarógrafo Nicolás, López alcanzó a divisar nítidamente la figura de un niño que se movía cerca de la puerta. Los resultados definitivos de lo realizado, que incluye evaluar miles de fotografías, imágenes, audios y demás elementos, darán un resultado más acabado, aunque algo es seguro: el castillo de Egaña todavía tiene habitantes y algunos de ellos aún quieren brillar.
La investigación se inició después de las dos de la madrugada del domingo, con el equipo ya preparado, se hizo una recorrida por el interior del castillo para efectuar mediciones, reconocer y marcar varios lugares bastante peligrosos de transitar en la oscuridad, Se utilizaron grabadores digitales, cámaras de fotos, medidores de temperatura, sensores de movimiento y luz, sensores de movimiento con alarma sonora, cámara de video con infrarrojos, linternas, medidores de campos electromagnéticos y un péndulo de cuarzo con un atril para ver si se percibía actividad y mostraba algún movimiento ondulatorio, Al comenzar a destellar sus luces. López, jefe del grupo, le pidió que se detuviera y así lo hizo. Entonces comenzó una conversación que duró cerca de veinte minutos., se le consultó a la entidad si era un niño, pero contestó que no al detener sus luces totalmente. En cambio, a la pregunta de si había sido el “cuidador “que había muerto cerca del lugar (Eduardo Daniel Burg, quien fuera director), dio un rotundo sí. Las luces, se encendieron a pleno cuando se le preguntó si estaba contento que su hijo Daniel junto a Maribel García y otras personas lucharan por conservar el lugar. Sin embargo en esos momentos, mientras las luces se detenían y todo era filmado por dos cámaras, una -la que portaba López- se apagó sin explicación, mientras que, por detrás del camarógrafo Nicolás, López alcanzó a divisar nítidamente la figura de un niño que se movía cerca de la puerta. Los resultados definitivos de lo realizado, que incluye evaluar miles de fotografías, imágenes, audios y demás elementos, darán un resultado más acabado, aunque algo es seguro: el castillo de Egaña todavía tiene habitantes y algunos de ellos aún quieren brillar.
Imponente
en medio de la nada, el castillo de Egaña es únicamente una sombra, aún digna,
de lo que supo ser. Mudo y silencioso, carente de humanos. Lúgubre y
misterioso. Atrapante. Seductor por donde se lo mire. Sus múltiples ventanas se
abren en todas direcciones. Receptáculo de suciedad, óxido y manchas de
humedad. Sólo los mosaicos de los pisos, que cambian de diseños en cada
dependencia, conservan algo del color original. Hasta sus rincones menos
importantes sobresalen por la calidad y belleza de su factura. El impulso de
muerte se sobreimprime y triunfa sobre el impulso de vida. Norma generalizada
en todos los sitios abandonados. Y el castillo de los Díaz Vélez no es la
excepción a la regla-comenta Soto
Roland.
Hoy, un grupo de vecinos a través de una ONG,
intenta recuperar este tesoro, que
es el
Castillo de Egaña, que en completa
situación de abandono, requiere su restauración para devolverlo a la comunidad
y al público en general, como un espacio con aspiraciones a consolidarse como
un Centro Cultural. Se necesitará de un esfuerzo grande para que una
empresa se encargue de la completa reparación del Castillo y de sus espacios
verdes. Sería un gran aporte histórico-cultural.
Bibliografía básica usada: Guzmán, Yuyú: “El país de las
estancias”. Tandil, 1983.
Por la reconstrucción del CASTILLO DE EGAÑA: en
https://m.facebook.com/?_rdr#!/groups/264906174878?view=info&ref=bookmark ,
este link corresponde al grupo que se está encargando de su puesta en valor.
Soto
Roland, Fernando Jorge: “El Castillo de Egaña,
historia y ficción”, en http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/el_castillo_de_egana.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario