DE BOTICAS Y FARMACIAS EN EL TANDIL
La salud humana ha sido desde muy antiguo un tema de
preocupación para la especie. En el tomo I de Historias del Tandil nos ocupamos oportunamente, de la medicina,
siempre con el acento de su historia en nuestro Tandil.
Allí, asimismo, brindamos algunos datos referidos a la
profesión del boticario –farmacéutico, indispensable complemento del médico.
Hoy trataremos de desarrollar, siempre en los límites que
el espacio nos permite, lo que iniciamos en el citado capítulo.
Farmacia, (del
latín pharmacia y éste del griego pharmakeia, veneno, droga, medicamento)
es la palabra que usaron los hipocráticos para describir a una sustancia que
puede causar beneficio o daño al organismo. Luego, por extensión, denominó a la
ciencia y práctica de la preparación y dispensación de fármacos y también al lugar donde se preparan y se venden
esos productos medicinales, aunque este último es denominado oficina de
farmacia (antiguamente llamado botica
, especialmente en España), para distinguir el concepto de ciencia del concepto
de lugar. La farmacia es entonces una de las ciencias de la salud que estudia
la procedencia, naturaleza, propiedades y preparación de medicamentos.
Los farmacéuticos comparten con los químicos y los médicos, la
responsabilidad de sintetizar compuestos orgánicos con valor terapéutico.
Además, cada vez con más frecuencia, se solicita sus consejos en materia de salud. La Farmacia incluye,
también a los conocimientos sobre fármacos y medicamentos, sobre sus efectos en los seres y las
propiedades químicas y biológicas del cuerpo donde actúa, con ayuda de
disciplinas de la misma farmacia o de otros campos afines. La oficina de farmacia, el local digamos, es el lugar o establecimiento donde el farmacéutico ejerce su profesión, o sea, proporciona servicio de salud a un paciente ofreciéndole consejo, dispensándole medicamentos fruto de este consejo o por receta del médico y también otros productos de la llamada parafarmacia, tales como los de perfumería, cosmética, alimentos especiales, productos de higiene personal, ortopedia, etc. Popularmente se le suele llamar simplemente farmacia y tradicionalmente se le llamó botica, ella puede albergar también un laboratorio de análisis clínicos (hoy están en general separados) o uno de elaboración de productos medicinales mediante las llamadas fórmulas magistrales, cada vez más raras por la existencia generalizada de los grandes laboratorios multinacionales.
Durante la colonia, se solía llamar farmacia a la profesión, y botica al establecimiento. Según el Diccionario de la Real Academia Española el vocablo farmacia designa la ciencia y la profesión de esta ciencia, y no el local donde se preparan y expenden las drogas, que llama Botica, y que es la oficina en que se hacen y despachan las medicinas o remedios para la curación de las enfermedades, como quedó dicho.
Según Francisco Cignoli, historiador de las farmacias argentinas, en las primeras décadas de la vida de los pueblos que constituyeron el virreinato del Río de la Plata, se aprecia que no existía cosa alguna que pudiera compararse a farmacia o botica.
Los primeros médicos que vinieron a esta parte de América preparaban ellos mismos los remedios que aconsejaban. Así, en el acta del 24 de enero de 1605 del Cabildo de Buenos Aires, se consigna que el vecindario debía pagar al primer cirujano que solicitó se le recibiese como tal, don Manuel Álvarez, la suma de cuatrocientos pesos al año, más el importe de las medicinas y ungüentos que suministrase a los enfermos de la población.
Si Buenos Aires debió aguardar desde su segunda fundación, 25 años para que su Cabildo considerara la primera presentación de un profesional titulado ofreciendo prestar sus servicios médicos; la primera oportunidad de considerar una gestión similar proveniente de un boticario, tardó casi dos siglos, pues en los Acuerdos de 1770 aparece la iniciada por Agustín Pica, a quien se lo considera como el primer boticario laico que solicitó del Cabildo autorización para ejercer su profesión en Buenos Aires según informan las Actas Capitulares del 5 y 26 de mayo de aquel año.
Mientras Buenos Aires no contó con el Protomedicato, el Cabildo intervenía directamente en los trámites necesarios para dar validez a los títulos y antecedentes presentados por los médicos, cirujanos, boticarios, etc., cuando se radicaban en la ciudad y asimismo, permitía la instalación de los profesionales, autorizaba las boticas, fiscalizaba su funcionamiento, etc.
Cignoli señala que en 1782, en el virreinato del Río de la Plata, había unas 31 boticas establecidas y 4 botiquines. De ellos, 16 boticas y 3 botiquines se hallaban en tierra argentina, 11 boticas y 1 botiquín en Bolivia, y 4 boticas en el Uruguay.
De las de la Argentina, 9 estaban establecidas en Buenos Aires; 4 en Córdoba; 2 en Salta; 1 en Tucumán; 2 botiquines en Mendoza y 1 en Jujuy, aunque ya antes de 1763, existían las boticas de presidios y con anterioridad aún las de los conventos.
Antes de crearse el Protomedicato, "el pueblo estaba sujeto para la administración de remedios, aún los más delicados, a la ignorancia de Mercaderes y Pulperos, o a la voluntariedad de Médicos y ejercitantes de esta facultad y de la cirugía, que consultaban demasiado el interés propio" (Gorman. Manuscritos Nº 45)
Al principio el Protomedicato se encargó de surtir de artículos farmacéuticos a todas las boticas del país, encargándolos en cantidades considerables a las casas de Diego Thomas Fanning de San Lúcar y de José de Llano y Sanginés de Cádiz, a cambio de cueros y lanas de vicuña. Poco después, en 1782, se nombró "asentista boticario" a Francisco Marull y posteriormente a Narciso Marull , quien figura ocupando dicho cargo hasta 1809.
Desde España se recibían "los compuestos" y desde el virreinato se enviaban toda clase de árboles y plantas útiles y, "para la Real Botica, todos los géneros medicinales, con las noticias respectivas de su uso y virtudes". (Gorman, manuscritos).
Un aporte relativamente reciente y muy útil para conocer el pasado de esta profesión fue la creación del Museo de la Farmacia, en Buenos Aires, inaugurado el 22 de agosto de 1970, con un acto realizado en la antigua farmacia “De la Estrella”, declarada oportunamente patrimonio nacional, con la dirección a cargo de la Dra. Rosa D’Alessio Carnevale Bonino, cuyo nombre lleva hoy.
En 1977 se tuvo que entregar el local y recién el 16 de setiembre de 1981, el Dr. Juan C. Sanahuja otorgó un local en el primer piso de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, permitiendo con ello que la institución se consolidara, brindando a la comunidad su patrimonio valiosísimo, donde desde profesionales a vecinos curiosos por conocer esta rama de ciencias de la salud, pueden apreciar parte de su historia.
EN EL TANDIL
Tal como
lo señalamos en el capítulo V del tomo I de Historias
del Tandil, pasarían varios años desde que se fundara el Fuerte, para que aparezca documentada la existencia de un "facultado". Es en un exhorto del 30
de diciembre de 1854, cuando se
nombra a un tal "don Daniel",
cuyo apellido se perdió en el tiempo y que según reza el documento ejercía en
el Tandil, continuando citado en otros documentos en 1855, cuando se incorpora a un boticario,
Agustín Cuadri y una partera
innominada.
En el capítulo
citado decimos: Los malones de ese año
seguramente también se llevaron, con el famoso éxodo, a estos pioneros. Un tal
Cruz pasó a ser en los hechos una mezcla de enfermero y boticario, hasta que
después de 1861 se perdió su rastro.
Anterior a su llegada, algunos curanderos y
"manos santas", practicaban su siempre atractiva actividad,
habitualmente propicia por la ignorancia y también por creencias de carácter
mágicas, que abrían el camino a estos antiguos-y aún vigentes-practicantes de
"artes" curativas.
Así un tal Pedro
Mallo había adquirido por el pago cierta fama, asociado a boticarios o
presuntos boticarios y en algunos casos a otros respetables que, como el
noruego Juan Darjap, había instalado
la botica "El Progreso", hacia 1862. Un año antes, los vecinos del
pueblo Miguel García y Manuel Letamendi habían fundado la que
sería la primera botica de origen local: " La Amistad",
de corta duración y que estuvo a cargo
de Honorio Guilbaux, también de ostentaciones curanderiles. El Juez Romero se quejaba por entonces que en
el pueblo " no hay médico ni botica. Mallo no tiene credenciales y Darjap
es un estafador., debemos seguir la suscripción pública para traer un
médico..."
Otros intentos, como el de un tal Luis
Cornille, proveniente de Dolores, habían conseguido convencer a los ediles
de establecer una botica regida por él, con aporte de acciones, para desplazar
a Darjap.
La idea
fructificó y así nació la " botica popular", que hasta el
mismo Fugl apoyó al entender que una botica de características como la
propuesta," cuasi" municipal, sería importante.
Figuras destacadas del pueblo como el citado Fugl,
Garrido y Lambín, apoyaban la tesitura de designar a Cornille como
"regente" de la botica municipal, con un sueldo de $ 2.000 mensuales,
cifra nada despreciable para la época.
La permanente amenaza de la difteria, la viruela, la
fiebre amarilla y el cólera, tenían en vilo a la población, por lo que muchas
veces aceptaban lo que tenían a mano en materia de presuntos
"doctores", calmando sus miedos.
La aplicación de la vacuna antivariólica fue entonces
un avance importante en el pueblo y pese a los permanentes entredichos y
situaciones conflictivas entre Mallo y
Cornille, la presencia del Dr. José
Fuschini imponía por entonces el
señorío del que sabe.
Juan Fugl, convencido de la importancia de Fuschini,
propuso otorgarle un subsidio de $ 3.000 mensuales, lo que fue aceptado con
complacencia.
En tanto Fuschini se debatía en la soledad en su
magnífico y denodado accionar, el dependiente de la botica municipal, un tal E.
Dubour, convenció a los ediles de poner al frente de la misma a su padre, que
ejercía en Dolores, lo que fue aceptado, siendo una vez más un dolor de cabeza
para la Corporación, dado que era otro personaje adicto a la bebida que poco
duró y obligó a las autoridades a intervenir la botica, a esta altura verdadera
protagonista de malos tragos en el pueblo.
Los "interventores" presididos por el vecino
Luis Arabehety, hicieron lo que pudieron a partir de su buena voluntad, lo que
además se complicó por la enfermedad de Fuschini, quien partió hacia Buenos
Aires para atenderse, llevando la comisión de tratar de conseguir un "farmacéutico", diríamos " en serio".
En “Historia de la farmacia argentina” de
Francisco Cignoli, se menciona a un tal Juan Baladia, como actuando en nuestros
pagos y en Azul, figurando entre los miembros honorarios y corresponsales en el
interior del país, de la Sociedad Nacional de Farmacia, entre 1860 y 1880, de quien no hemos
encontrado hasta el momento, otra referencia.
Quiso la suerte
que Fuschini en Buenos Aires se encontrara con otro italiano como él, también
graduado en Padua, pero como farmacéutico, Flaminio
Maderni y lo convenciera de venir al Tandil para ejercer su noble y requerida
profesión.
La llegada de
Maderni marcó otra etapa en la atención de la salud y la bendita "botica popular municipal", cuya
trayectoria e historia, Fontana califica de "cómica" y que sólo
provocó quebrantos económicos a la Comuna, pasó a ser superada por la acción
profesional del recién llegado Maderni.
En el valioso folleto que Enrique Spika publicó en su
periódico La Voz del Pueblo, el 20 de febrero de 1882, da cuenta de la existencia de cuatro boticas en la aldea que por
entonces contaba con 4093 habitantes (en la zona rural por su parte habitaban
4710 más). Ellas eran: la Botica del
Pueblo, de Manuel Ruibal, en
Gral. Pinto 36; la Botica Nueva, del
ya citado Flaminio Maderni en 9 de
Julio 113; la Botica del Sud, de Juan S. Jaca, en 9 de Julio 120 y la
Botica de Currás, frente a la Plaza Principal en Gral. Pinto 67, todos
según la nomenclatura anterior a 1897.
Gracias a don
Juan Jaca, nacido en Guipúzcoa y llegado con apenas diez años a nuestro país, a
la postre fundador de El Eco de Tandil, el
30 de julio de 1882, sabemos algo más sobre el tema, porque que en su periódico
Jaca puso avisos de su botica ya en el primer número. Allí decía: “En esta Botica establecida a la altura de
las primeras de la capital, se encuentran
toda clase de drogas al por mayor y menor a precios sumamente módicos:
Entre los muchos productos se expenden: la Colodina, remedio eficaz e infalible
para curar los callos; remedio para sabañones que en una o dos solas
aplicaciones cura completamente el mal; la Salitina para muelas que cura casi
instantáneamente las dolencias de las muelas; cápsulas mejicanas que sanan
pronto y radicalmente las enfermedades venéreas. Se preparan en el mismo
establecimiento botiquines para el uso de las familias que residen en el campo,
a precios muy económicos. Se aplican baños de vapor a domicilio y en casa”.
Curioso aviso
que nos ubica en la época y nos informa de algunos de los males que más
aquejaban a la población…
En el mismo
ejemplar apareció un aviso de la Botica
Nueva, de Maderni. Ëste decía: “En este importante establecimiento
montado como los mejores de Buenos Aires
y el primero de su clase de los de Tandil, se encuentra un completo
surtido de drogas frescas a precios ínfimos. En la misma se expende el legítimo
Tónico Tandilense que es muy confortable”. ¡Qué tal..!
Las andanzas de
aquel vasco boticario y periodista cesaron en Tandil luego que vendiera El Eco, en 1885, y regresara a Buenos
Aires.
Fue en ese año
en que un danés, Jorge Dahl, estableció en Buenos Aires la farmacia Danemark.
Graduado en su país, dos años después de abrir su farmacia en la Capital, se
estableció en Tandil lugar donde la herencia de don Juan Fugl ya florecía en la
comarca. Aquí en 9 de Julio 526 abrió en 1887 la Danemark que luego castellanizó pasando a ser la farmacia Dinamarca,
que por tantos años sirvió en la ciudad.
La original,
según testimonios de la época, estaba instalada con todos los detalles de
elegancia y calidad, desde sus vitrinas en cristal a su balaustrada en cedro y
vitrales que luego el ebanista, también danés, Johannes Bennike se encargó de
enriquecer más aún.
Pero no sólo
muebles nobles tenía, además fue el creador de un tónico que se hizo famoso, la
Yema Creosotada Dahl. Los denominados tónicos –para los lectores más jóvenes lo aclaramos- eran brebajes,
pociones, que se suponían, como la palabra lo dice, que tonificaban,
fortificaban al organismo....
Dahl la
vendió en 1913 a la sociedad de Ángel
Ávila y Tarsicio Fernández Ävila, quienes mantuvieron el nombre de la farmacia. En 1933 quedó al
frente el mencionado en segundo lugar por la muerte de su socio, trasladando la
misma a 9 de Julio 667, adonde continuó hasta su cierre el 15 de diciembre de
1995.
En 1906, Perfecto González Pérez abrió la Farmacia del León luego regenteada por
Adolfo Naveyra. Otras farmacias fueron
surgiendo al compás de las necesidades del pueblo y así en 1909, Manuel Esteves Lorenzo fundó la Farmacia Argentina, en Gral. Rodríguez
588, trasladándose poco después enfrente en el Nº 589, siendo adquirida por Manuel López Moyano, quien además se
desempeñaba como docente y tenía buenas dotes poéticas. A éste le sucedió el
idóneo Dante Torricela, con la
dirección técnica del Dr. Luis Luchessi
quien la compró en 1939 y fue su dueño hasta su venta a Humberto L. Conforti quien finalmente fue el último propietario,
dado que luego se vendió a una mutual, dejando de ser una farmacia colegiada.
Por la misma
época en que se fundó la Argentina, abrió sus puertas la Farmacia Tandil, ubicada en la calle Gral. Pinto al 600, con la
dirección de Felipe Cantón, hasta
que el Dr. Alfredo Rozzi se hizo
cargo desde la década del ‘30 hasta 1972.
Hoy está bajo
la dirección de Paula Echeveste, en 9 de Julio al 400 .Podría haber sido
originalmente la de Juan D. Buzón, el
que fuera destacado hombre público y tuviera su farmacia con su apellido hacia
1909, con domicilio en Gral. Pinto 636.
Otras farmacias
que comenzaron en la primera década del siglo XX fueron: la Roma en 9 de Julio 613, de Oca Villa y el italiano Enrique Pizzorno ( padre del que fuera
diputado y abuelo de Gino que fuera
Intendente); la Colón de Goncalves
Días; la de Alfredo Mattesius; la
Italiana de C. L.
Descotte; la Estación de Marcelo Sauqué; La Mutual de Inés Sada
Moreno, fundada en 1928 al igual que la Pérez de Bernardino Pérez;
la Cosmopolita de Eliseo Isasi y la Suiza ,fundada en 1937 por Roberto
Frigeri.
Por su parte la
Farmacia Central, habría sido
fundada por el químico farmacéutico Héctor
E. Hernández a fines de la década del ‘20-según la escasa documentación de
la fecha-y fue quien se la vendió a Raúl
A. Moreira último propietario antes que la adquiriera en 1991 su actual
directora técnica la farmacéutica Beatriz
E. Subelza.. Ubicada frente a la Plaza Independencia fue de las últimas en
estar “vestida” a la antigua hoy reciclada, sus valiosos muebles fueron donados
al Museo del Fuerte, donde están presentados magníficamente, desde el 8 de
julio de este año..
Hoy la Farmacia
del Pueblo detenta-como dijimos-el título de decana, como la única
sobreviviente de aquellas cuatro registradas en 1882, (aunque fuera
posiblemente continuidad de la antigua Botica Municipal…) cambiando sus propietarios. Hoy es de la
farmacéutica Gladys M. Barcia y Adolfo Edjin desde 1974.
En una parte
del edificio esta farmacia mantiene aún documentación antigua, como el registro
de recetas o libro recetario que data
de 1898 que se inicia con la receta
Nº 75.271, época en que el dueño era Juan
Adaro y donde se pueden leer curiosas recetas como una del Dr. Fuschini
llamada Poción Angélica…Ya en los
primeros años del siglo XX el dueño es el farmacéutico Arturo Massera a quien se la compró Francisco Anné Gaztañaga que la trasladó al actual domicilio de
Gral. San Martín. Muebles de rica ebanistería vestían esta farmacia, la que luego
de traslados y ventas fue cambiando. Hoy puede observarse parte de ese mobiliario
en el Hotel Plaza de Carretas y en Pizuela. En este sentido-el de preservación de los antiguos
elementos- debemos destacar a nuestro amigo Oscar Musso quien, como todos
sabemos, tiene en su casa un museo, donde la antigua farmacia tandilense ocupa
un lugar de privilegio.
En el Anuario de Tandil, de 1928 editado por la Cámara Comercial e Industrial, solamente figuran las
farmacias de los Ävila, la de Naveyra y la de Massera además de la citada Roma.
Los
profesionales del rubro vieron llegado el momento de agruparse para la defensa
de sus derechos e intereses y así nació el Colegio
Famacéutico de Tandil el 21 de abril
de 1934, siendo los firmantes del acta constitutiva: Francisco Anné
Gaztañaga, Adolfo Naveyra, Tarcisio Fernández Ávila, Héctor. Hernández, J. Carabelli,
Marcelo Sauqué, A. Goncalves Días, Luis
Luchessi, Bernardino Pérez y C. Descotte.
Las farmacias
que estaban asentadas para establecer los turnos eran por entonces: Naveyra,
Estación, Tandil, Pérez, Colón, Argentina, Italiana, Central y Ävila. Llama la
atención que no todas los hacían, faltando
por ejemplo, la Del Pueblo. Preside
actualmente el Colegio, la profesional Valeria Almando.
Años más tarde,
en 1947, el cronista Osvaldo .Fontana
publicó su Tandil en la Historia.
Allí señala a las siguientes farmacias con las fechas de fundación, coincidentes con las ya mencionadas: Tandil (A. Rozzi);
Dinamarca (T. F. Ávila); Argentina (L. Lucchesi);
Naveyra (A. Naveyra); Central (R. Moreira); La Mutual (Inés Sada Moreno); Colón
(A. Goncalves Díaz); Pérez (B. Pérez); Avenida (A. González); Suiza (R. Frigeri)
y Vasca (de Bertha Zalk, donde la
atención amable de aquel recordado amigo Zambrino, cosechó una legión de
amigos), sin embargo se omiten varias.
En la década
del ’50 se habilitan varias, entre ellas la Quaranta fundada por Irma
Quaranta de Boiardi (1953), donde trabajó el recordado Fito Roca, que con su
habitual bonhomía luego atendió en la Colón hasta su muerte.
Casi treinta
años después, por su parte, la entonces
famosa Guía Morel registraba en
nuestra ciudad las siguientes farmacias: Aranguren,:Argentina, Avenida,
Central, Colón, Del Pueblo, Dinamarca, Jaimovich, La Mutual, Marzocca, Pérez, Polich, Quaranta, Rabal,
Roveda, Rubbi, Suiza, Tandil, Teren, Trulls, Ugo, Vasca y Zazkin.
El crecimiento
demográfico de la ciudad exigió nuevas farmacias y así hoy existen 32
colegiadas y 5 de tipo mutual-sindical. La última
-creada en 1996- fue la Rabitti,
luego no hubo nuevas, sino cambios de dueños y nombres porque una ley
provincial establece el número de farmacias según la población de la ciudad,
por lo que habrá que esperar el nuevo censo para determinar si en Tandil se
pueden abrir nuevas. Sin embargo hay zonas de la ciudad que carecen de alguna
cercana y dado la expansión geográfica, sería necesario la apertura de nuevas
en barrios alejados.
En esta
apretada síntesis quisimos dejar una visión panorámica de esta actividad tan
antigua e importante para la salud de la
población, que nacida bajo los efluvios mágicos de pócimas, pociones, pomadas,
elixires y sellos (hoy serían
cápsulas), trataron de aliviar con sus preparados todo tipo de males, desde las
molestas callosidades y sabañones a los dolores de muelas, desde problemas respiratorios y de presión arterial
( para lo que sanguijuelas, ventosas y cataplasmas –entre otras-eran
herramientas útiles), hasta simples resfríos o descomposturas de estómago o
hígado, más de una vez provocadas por abusos alimentarios.
El antiguo
boticario y hoy el farmacéutico han sido y son nuestros leales aliados en la
lucha contra cualquier enfermedad, con tal de evitarnos sufrimientos
gratuitos…por eso merecen nuestro aprecio.
Daniel Eduardo Pérez
Estimado prof. Daniel Pérez. Desde Córdoba sigo su blog dado que estoy colaborando con la edición de un libro sobre Carlos Emilio Pizzorno, intendente de Villa María (Cba.) 1973/76. Había nacido en Italia y en 1938 llega a Tandil donde su padre había fundado la Farmacia Roma que Ud. consigna en su interesante crónica histórica. Necesito saber si Carlos cursó estudios secundarios en la Escuela Normal y entre que años lo habría realizado. He hablado con el Dr. Enrique Pizzorno (hijo) y no tiene referencia al respecto. ¿Cómo se podrá consultar este dato o algún otro de interés sobre la referida persona? Le dejo mis datos: Carlos Alberto Del Campo Correo: carlos.delcampo11@gmail.com (Córdoba)
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