GONZÁLEZ PACHECO
Tandilense, escritor y polémico anarquista
En nuestra tarea de dar a conocer y luego valorar aspectos que hacen a nuestra historia, en alguna oportunidad nos hemos ocupado de destacar los hombres y mujeres importantes que Tandil dio a la cultura nacional. En este capítulo queremos traer a la memoria a uno de los más destacados escritores en su época y que nacido en “el camino al Azul”, el 4 de mayo de 1881, -donde sus padres el uruguayo Agustín Pacheco y su madre Benicia González, instalaron un almacén de ramos generales en el trozo de campo que poseían-, se fue joven a Buenos Aires, distinguiéndose a la postre en el campo de las letras y en su militancia anarquista. Nos referimos a Carlos Rodolfo González Pacheco.
En ese ámbito por donde pasaban viandantes, obreros, integrantes de caravanas que iban o venían del Azul, y relativamente cercano a las actividades canteriles que cobraban por esa época intensa vida, el niño fue forjando su temprana personalidad, en contacto con la realidad de ese lugar periférico donde muchas veces se mostraban las miserias humanas.
Totalmente rural –no integraba el ejido urbano por esos años- el lugar dejó huellas indudables en González Pacheco.
Él mismo recordará años más tarde su contacto con la naturaleza y las nostalgias del pago natal, reflejando en su capítulo “La querencia” de Carteles, sus sentires, diciendo en un párrafo: “La querencia, la querencia…¡Con cuántas tintas y notas te he pintado desde lejos, como en cristales!“ y recordando su infancia y adolescencia en “El pico Blanco”, refleja su cariño por los caballos y lo que representaban para el trabajo rural de la época ,diciendo en uno de sus párrafos:”Era nuestro parejero: Pero lo evoco y se me hace que formaba parte de mi familia. Sin él no concebía entonces, ni ahora tampoco. A “Arbolito”: tres leguas de campo pampa virgen y abierto. Límites: los horizontes; tranqueras: los cuatro fosos desde donde los paisanos tiroteaban a los indios. De eso último ya hacía mucho, y ahora, crecida la tierra y entre los pastos, las zanjas parecían cicatrices mal ocultas por las barbas”
El estudio fue preocupación de sus humildes padres y así la escuela primaria le fue dando las primeras herramientas para su posterior formación autodidacta. De esta etapa él mismo refleja sus recuerdos cuando dice: “Qué sé yo qué vieja ciencia adquirida, hecha instinto en nuestros nervios, nos inclinaba a creer que en la escuela no nos enseñarían nada. Nada de lo que precisábamos saber en aquel entonces: cruzar a nado el arroyo, reñir a trompis, otear, desde el viejo pino o el aromo florecido, “la movediza”, como un ex voto de plata, arriba, y el tren, como una arteria de fuego, abajo…”
“¡Qué iban a enseñarnos ésto los pobres maestros patas de palo, brazos sin músculo, ojos con vidrios!... Estas cosas y estos hechos quedan para los discípulos”. Merece aclararse que pese a estas palabras, González Pacheco fue sin embargo un defensor de la educación, claro, a su manera…
El Tandil de 1900 quedó grabado en forma muy especial en él. Su contacto con la urbanidad de esos años y el paisaje, le motivarían a escribir, ya maduro, la página “Tandil”, donde nos dice en un párrafo: “A ver si puedo decirlo, en pocas palabras, bien y completamente. Mi Tandil es como un indio petiso, lampiño, grave, que ha muerto, al huir a la cordillera, en el primer altiplano, pero cuyas previsiones han rodado de sus hombros cuesta abajo. Su agua, sus yuyos, sus frutas, se han reproducido en fuentes, en huertos, en árboles. Sus angustias de vencido se le volvieron aves …”
Ya poco más que adolescente, comenzó a trabajar como escribiente en la Municipalidad, regida por entonces por los primeros intendentes radicales, allí el papelerío- la burocracia de hoy- lo hartaron y comenzó sus primeros escritos en el periódico Luz y Verdad, fundado por José A. Cabral en 1900, con el padrinazgo de la masonería.
Allí, con el seudónimo de Solrac (Carlos al revés), despuntó su pasión y su alegría por verter en escritos sus pensamientos y su juvenil rebeldía contra las injusticias y todo lo que él consideraba como fruto de opresiones.
Fueron etapas en las que las revoluciones de 1890 y 1893, radicales, quedaron flotando con sus proclamas en los aires de todo el país y a González Pacheco no le fueron indiferentes…
Su rebeldía casi innata y que se reflejaría en toda su vida, tiñó todos sus escritos de juventud y también los de su madurez, aunque ya éstos con contenidos ideológicos más definidos por sus lecturas.
Tandil le “quedó chico” y un buen día partió a Buenos Aires, viendo desde la estación tandilense cómo los campos inmensos se extendían hasta llegar a la Capital. Ese mismo paisaje que Ricardo Rojas describiría como “rompiendo con sus rapadas rocas plutónicas al blando lino vegetal” y que entre nostalgioso y ansioso por descubrir la gran ciudad, veía irse de sus ojos nuestro personaje.
En Buenos Aires respiró de cerca la nueva revolución radical de 1905, encabezada por Yrigoyen, esta vez contra el Presidente Quintana.
Como bien señala Alfredo de la Guardia, su biógrafo más importante, la plaza y la imprenta comenzaron a ser sus dos escenarios preferidos… claro, hasta que sus viajes y su militancia lo llevaron a conocer otros lugares, personajes y situaciones…
En la gran ciudad todo lo deslumbró y especialmente la vida bohemia y las ideas del anarquismo que unidas al sentir libertario, estarían presentes en toda su obra.
Rápidamente se hizo de amigos y comenzó su colaboración en varias publicaciones de orientación afín con su pensamiento y sus sentimientos.
En ese contexto, fue un desconfiado de los intelectuales a quienes en alguna oportunidad los calificó duramente, escribiendo en el capítulo “¡Sabandijas!” de Carteles:”¡Sabandijas! Pero ahora no lo decimos, precisamente por ellos, los ratones y las pulgas, sino por otros, mujeres y hombres, que los emulan con idéntica presteza e igual cinismo: por la tanda intelectual, periodistas, dramaturgos y poetas; y la otra tanda: la histriónica de las actrices y los actores. Las primeras y primeros a embarcarse y a prenderse en el malón militar.
“Ellas y ellos: los primeros. Con decir que les ganaron de mano a los caudillos de comités y obreristas… ¡Ya es decir!”
Qué tal…como hoy, donde en realidad los seudo intelectuales son
quienes merecen una mirada menos complaciente por parte de la sociedad y aún de los medios-tan poderosos siempre-porque alejados de la realidad viven en sus mundos mirando “desde arriba”- como los políticos- lo que “abajo” sucede…
El ansia de conocer más allá del porteñismo, lo llevó a viajar, siendo varias las ciudades que visitó y de las que dejó sus impresiones, entre ellas La Plata, Bahía Blanca, Mendoza, describiendo en sus Carteles sus impresiones sobre sus viajes por ellas, y de las que por razones de espacio no podemos dejarle algún párrafo, que verdaderamente no tienen desperdicio…
Cruzó la cordillera y visitó Chile del que también nos legó algunas interesantes páginas.
A su regreso fue a Uruguay, país que lo atrajo- recordemos que su padre era uruguayo- y de su visita y de sus políticos, entre ellos el caudillo Batlle, nos dejó una pintura de época. También Paraguay, México y Cuba fueron países que visitó, afanoso por conocer otras experiencias fuera de nuestras fronteras.
En la literatura, fue un respetuoso admirador de Florencio Sánchez y de Alberto Ghiraldo, es indudable que además de lo literario lo unían los leit motiv de sus escritos…
Sus inquietudes literarias lo llevaron a colaborar en numerosas publicaciones, la primera de ellas Germinal, fundando él mismo luego varias de carácter contestatario y anarquista.
Su prosa filosa y sin medias tintas –usted, amigo lector, ya lo habrá vislumbrado en algunos de los párrafos transcriptos-le costaron la cárcel en 1911, cuando el gobierno lo despachó nada menos que a Tierra del Fuego, a la temible prisión de Ushuaia por luchar contra la Ley Social y la de Residencia, vivencias que plasmó en páginas dignas de lectura en sus Carteles y que no le impidieron que a su regreso a Buenos Aires, creara la “Libre Palabra “ y “El Manifiesto”, y tiempo después “La Obra”, que luego de la Semana Trágica de enero de 1919, fue clausurada por el gobierno del radical Yrigoyen. Ya por entonces, González Pacheco había comenzado a trabajar en La Protesta.
Nuestro fogoso escritor, pese a la situación, no se amilanó y fundó la “Tribuna Proletaria” durante el gobierno de Alvear, lo que nuevamente le costó una condena de seis meses de cárcel por elogiar a Kurt Wilckens, el obrero alemán que había matado al oficial Varela en la citada Semana Trágica.
Sus inquietudes lo llevaron a emprender nuevas “aventuras” en aras de la libertad y así, luego de un temprano primer viaje a España, regresó a la península en plena Guerra Civil, en 1938, donde escribió –como usted bien supone-a favor de los republicanos y contra el franquismo, como no podía ser de otra manera, y donde fue un combatiente-con la pluma y la palabra, parafraseando el Himno a Sarmiento-en esos años de plomo, que reflejó en cuarenta y tres títulos del capítulo “España” de sus Carteles
Llegada la paz, regresó a la patria, a cuestas con la experiencia dolorosa vivida.
Fue por esa época que su biógrafo y estudioso más importante, el ya citado Alfredo de la Guardia, lo conoció y lo pintó con trazos firmes.: “Ya no andaba a la ventura. El gaucho había dejado de ser un nómade. Pero él seguía viviendo ”a lo pájaro, más que en la tierra en el aire.”, porque aún tan hincado en élla, en sus dolores y esclavitudes, siempre se remontaba en éste, como en un ensueño de nubes. La edad, la experiencia, el largo y hondo padecimiento y la aún más dilatada y profunda esperanza, le habían dado el regusto de una reflexión serena, de un tono atemperado, de la palabra pausada y puntual. Que, al ritmo de la idea, se encendía y vibraba, de pronto en un crescendo vivo e iluminado.
“Su figura era casi la misma de los años juveniles, algo menos espigada, pero siempre erecta y ágil. El cabello se le había cuajado de vetas plateadas…””… sus prendas eran casi iguales a las que usaba en la plaza, corazón del mitín, o en el escenario cuando salía, arrastrado materialmente por los actores, para que agradeciese los aplausos: el sombrero aludo, la chalina negra, el traje oscuro, el ponchito al hombro en las noches frías…”
Su ideario y su acción lo convirtieron en uno de los más interesantes exponentes de la literatura social, sobre todo expresada en el teatro, donde muchas de sus obras fueron llevadas a escena por las compañías más importantes del país. La primera, “Las víboras”, fue estrenada en 1916 en el Teatro Nuevo (hoy el Teatro Gral. San Martín) por la compañía de Muiño-Alippi; al año siguiente dio a conocer “La inundación”, en este caso representada por la compañía de Pablo Podestá; le siguieron otras obras entre las que se destacan “Hermano lobo” de 1924. Su producción teatral continuó prolífica, obteniendo en 1940 el premio de la Comisión Nacional de Cultura por su obra “Manos de luz”, que interpretó la compañía de Blanca Podestá en el Smart.
Varias obras que González Pacheco escribió, fueron en colaboración con Pedro E. Pico, amigo y colega.
El cine no le fue ajeno y escribió el argumento de “Tres Hombres del Río”, adaptación de un cuento de E. Montaine, hecha junto a Mac Dougall, película premiada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en 1944.
Cuando llegó el peronismo sus obras desaparecieron de los teatros obreros y sus conferencias se suspendieron porque, como dice un autor: “en las asambleas ya no se canta “Hijo del pueblo te oprimen cadenas…” o “Arriba los pobres del mundo…”, sino el “Perón, Perón…”
Diccionarios como el de Abad de Santillán le dedicó buen espacio y, pese a equivocar la fecha de nacimiento, aporta datos interesantes, dado que conocía al autor y compartía con él el ideario anarquista.
Su herencia fue recogida por algunos autores, pero ya los nuevos tiempos de la política y de la literatura encontraban otros horizontes, sin que por ello perdieran vigencia su ideal de libertad y su abominación de todo tipo de opresión.
El hoy tan mentado y de moda Osvaldo Bayer, se refirió a González Pacheco diciendo: “Fue un nato sembrador de ideas un orador político por excelencia. Estuvo en todo el país para hablar. Habló en todas las campañas: la de Radowitzky, la de Sacco y Vanzetti, la de los mensúes, la de los mineros. Pero ante todo fue el creador de “Los Carteles”: eran recuadros que se publicaban en los periódicos anarquistas y donde se tomaba posición ante los acontecimientos públicos que se conocían”.
Sus obras completas fueron editadas por Américalee en 1953- 1956, reuniendo en dos tomos las obras de teatro y en otros dos sus escritos denominados Carteles
También otros autores dedicaron alguna página a nuestro hombre, pero en general el silencio lo cubrió luego de su muerte, así como la falta de reconocimiento, tal como acontece en general en nuestro país, con aquellos que los”entendidos”, “los especialistas”, “los académicos” o “los doctores”, los consideran de menor cuantía, “escritores menores”. Es que lo popular, la divulgación, continúan el camino del menosprecio por los necios que creen ser los dueños de la verdad…baste recordar épocas en que la revista “Todo es Historia” y su director Félix Luna sintieron la oquedad de los “sabios”, hasta que tuvieron que rendirse ante la evidencia de su obra y hoy está en el lugar que le correspondió siempre…
Con González Pacheco hubo excepciones y así historias de la Literatura como las de Enrique Anderson Imbert (1980); la más reciente “Historia esencial de la literatura española e hispanoamericana” de Felipe Pedraza y Milagros Rodríguez (2000) y la “Historia del Teatro Argentino” dirigida por Osvaldo Pelletieri (2005), entre otras, lo citan, no así la de Luis Ordaz (1999) y la más reciente de Martín Prieto (2006), por ejemplo.
De las más nuevas, la ya citada obra de Pelletieri dedica-además de un capítulo al teatro de Tandil donde omite en la bibliografía a quien esto escribe como coautor de la Historia del Periodismo de Tandil, allí mencionada-párrafos destacados sobre nuestro elegido de hoy. Así dice con referencia al Teatro Arte la Renovación:” Es indudable que la puesta en escena de La más fuerte, de August Strindberg, Espectros, de Henrik Ibsen, La madre, de Máximo Gorki o Hermano Lobo, de Rodolfo González Pacheco, entre otras, satisficieron con justeza el horizonte de expectativa del público que habitualmente asistía al Salón de Actos del Colegio Nacional Rafael Hernández, espacio propio de Renovación”.(la letra en negrita es nuestra) .
Rodolfo González Pacheco murió el 5 de julio de 1949, en esa Buenos Aires que adoptó y nunca más dejó.
Con motivo de cumplirse dieciséis años de su muerte el diario local “Nueva Era” del 7 de julio de 1965, con la firma de Alberto Sábato le dedicó una nota donde en aun párrafo dice:” Lo que da temple a todo lo que Rodolfo González Pacheco fue, es su saber: un saber purificado en la belleza que participa del bien; estimulador persistente y desconocedor de la envidia y la codicia…”
Por su parte nuestra educación, en sus distintos niveles y el mismo periodismo, salvo honrosas excepciones, así como los llamados medios “intelectuales”, prosiguen dedicándose más a conocer autores de moda y best sellers, que emprenderla con Héctor Eandi, José C. Ramallo, Héctor Miri, Juan A. Salceda ( hijo adoptivo de Tandil), Lauro Viana, José P. Barrientos, Huberto Cuevas Acevedo, Jorge Di Paola, Ángel Bassi, Fausto Etcheverry, Francisco Arrillaga, y los hermanos Francisco y Luis J. Actis ,entre otros, quienes , además de nuestro personaje de hoy , si bien no alcanzaron la fama de Osvaldo Soriano ( que no era tandilense) merecen al menos ser citados, mencionados y atreverse a leer algo, un poquito, de alguna de sus buenas obras…Creo que a nadie se le caería ninguna medalla…
Pese a todo, nuestro hombre tiene una calle que lo recuerda, impuesta por iniciativa de quien esto firma, en 1980, la que está ubicada al oeste- suroeste del Barrio Universitario.
Daniel Eduardo Pérez
miércoles, 7 de abril de 2010
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