miércoles, 26 de octubre de 2016

ORIGEN DE LAS ESCUELAS DE ARTES EN TANDIL

ESCUELAS DE ARTES DE TANDIL
Breves referencias históricas

La historia de la educación en Tandil no queda completa si no referenciamos el área correspondiente a las artes. En este caso daremos una brevísima síntesis que comprende a las escuelas que la Municipalidad creó, quedan el Polivalente y el INPAT para más adelante.
Cronológicamente son las artes plásticas las primeras ya que se enseñaban en forma privada y asistemática, hasta la iniciativa municipal.
ESCUELA MUNCIPAL DE ARTES VISUALES N° 1 “VICENTE SERITTI”
Corría 1912, año de nefasto recuerdo para Tandil, por la caída de su célebre Piedra Movediza, cuando arribó quien a la postre se iba a constituir en la bisagra de la historia del arte en Tandil hasta casi las décadas finales del siglo XX. Nos referimos a Vicente Seritti, nacido en Avezzano (Italia), que con una formación sólida en la península, llegaba cargado de inquietudes y esperanzas a estas tierras.
Aquí, con la ayuda de José Manochi y el joven Ernesto Valor, hijo del pionero Gabriel, consiguió instalarse y comenzar la formación de alumnos en pintura y dibujo, que le permitieron sustentarse.
En abril de 1918 inauguró una Academia de Dibujo, siendo su anhelo la creación de una Academia de Bellas Artes que fuera gratuita.
En 1920 un grupo de vecinos entusiasmados por el éxito de los salones de aficionados y con visión de futuro, encabezado por el ya citado José Manochi y por el escribano Manuel Cordeu, tomando como modelo la existente en Buenos Aires desde 1876, fundó la Sociedad Estimulo de Bellas Artes, con el propósito de dotar a Tandil de la Academia gratuita de dibujo y pintura, que finalmente pusieron bajo la dirección del maestro Seritti.
El 1 de diciembre de 1920, en el local que había cedido gentilmente la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos, en Chacabuco 340 (actual sede de la Nueva Clínica Chacabuco), casi un centenar de jóvenes, en tres turnos, daban comienzo a las clases de la Academia, que a la postre sería la base del futuro emprendimiento docente y museístico, bajo la atenta guía del director y de los profesores Rita Gómez y Fernando Berreta.
La Academia se trasladó luego a un salón cedido por la Municipalidad y posteriormente a una casa de Gral. Belgrano 634, propiedad de Leovigildo Carmona, cuyo hermano, Saturnino, sería después ordenanza del Museo que todavía no estaba creado. Manochi  en convergencia con los ideales de Seritti, propuso un proyecto de Ordenanza en 1934, para crear el Museo Municipal de Bellas Artes, el que finalmente fue aprobado.
El 9 de febrero de 1937 la Academia logró el reconocimiento Municipal, pasando a funcionar en el local del flamante Museo Municipal.
En 1973 me correspondió la iniciativa de separar el Museo de la Academia Municipal de Bellas Artes, motivado por el crecimiento de ésta, pasando así a llamarse Escuela de Artes Visuales “Vicente Seritti”, que funcionó primeramente en una casa de Chacabuco al 400, frente a la Plaza Independencia. Cuando la Municipalidad adquirió la antigua propiedad de Juan Fugl, luego de Suárez Martínez y sus sucesores Usandizaga, en 9 de Julio 292, allí se trasladó la escuela.
Fueron sus directores: Vicente Seritti, Ernesto Valor, Ernesto Valor Darbón, Josefina Seritti, Ana M. Gárate, Cristina F. de Enríquez, Hilda Vertullo de Capponi, Miguel A. Di Giorgio y actualmente Angélica Merlo.
ESCUELA MUNICIPAL DE ARTES Y OFICIOS “ERNESTO VALOR”
La actual Escuela de Artes y Oficios “Ernesto Valor” tiene su origen a comienzos de 1966, en instalaciones de la Sociedad de Fomento Unión y Progreso, de Villa Italia, como filial de la Escuela Municipal de Bellas Artes “Vicente Seritti”, y su primera promoción fue en 1971, con el título de Maestro de Dibujo y Pintura.
En 1972 la institución obtuvo un doble logro, ya que deja de ser una filial y se muda a su edificio propio, sito en su actual emplazamiento, Quintana Nº 548 e identificada como Escuela de Artes Visuales Nº 2, asumiendo como Director el profesor Jorge Enríquez, a  quien sucedió, a mediados de los ’90,  la profesora Dorys Passucci quien, al jubilarse en los primeros años del 2000, cedió el cargo a la profesora Mónica Rodríguez, quien la conduce actualmente.
Durante estas décadas de su existencia, la institución ha logrado el reconocimiento de la barriada, como también ha sabido captar sus necesidades e intereses culturales y educativos, por lo que se ha ido adecuando a los intereses de la población, lo que le ha valido no sólo  una retención de matrícula zonal, sino  incrementarla con interesados que residen en puntos alejados de la sede, con lo que se ha ampliado el mapa de influencia.
Desde marzo de 2004 la formación que ofrece es de una tecnicatura en artes y oficios, que significa que, además de una sólida formación en lo estético, prepara al egresado para una posible inserción laboral, brindándole conocimientos de administración y comercialización de una pequeña empresa en tales rubros.
Además desde la misma época se brindan talleres libres para niños y adultos, éstos en una decena de ramas artísticas. En  2007 y a raíz de tal perfil, la escuela pasó a denominarse Escuela de Artes y Oficios “Ernesto Valor”.
La labor formativa se extiende hasta zonas alejadas por medio de sus seis filiales, tanto en bibliotecas barriales como en jardines de infantes y en escuelas de educación especial dependientes de la Pcia. de Buenos Aires, brindándose a sus alumnos la formación plástica que los contenidos curriculares de esas instituciones no contemplan..
Actualmente se están diseñando otros para agregar a su amplia oferta: la creación asistida por medios informáticos, lo que será una forma de ajustar lo estético en sus diversas manifestaciones a la tecnología computarizada.
ESCUELA MUNICIPAL DE DANZAS
Esta escuela fue creada por decreto municipal durante la gestión del intendente  José E. Lunghi el 11 de septiembre de 1965, como Escuela de Danzas y Música Folclórica. Su sede, desde su origen, es Gral. Rodríguez 329. Desde 1969 hasta 1978 la institución tuvo varias promociones de profesores de danzas tradicionales. En 1973 se creó, también por decreto municipal, la carrera de profesor de danzas clásicas y en 1981 egresaron las cuatro primeras alumnas de la carrera que en ese momento tenía una duración de 10 años. La formación de sus alumnas siempre contó con el aporte de profesores de Buenos Aires, Mar del Plata, La Plata y algunos primeros bailarines del Teatro Colon reconocidos internacionalmente. Entre ellos la directora del Teatro Argentino de la Plata Sabrina Streiff, las maestras Violeta Janeiro, Vera Stankaitis, María Delia Ponce, Cecilia Gesualdo; los maestros Héctor Mohr, Eduardo Helling, por nombrar algunos que pasaron por la institución y que brindaron lo mejor de ellos.
El primer director de la escuela fue Juan de los Santos Amores, le sucedieron Hilda Mateo de Compás, Hilda Tazza de Ros, Rosa Amutio de Barrera, Hebe Ballé, Miguel Rouaux  y su actual directora,  la profesora y egresada de la Escuela Julieta Moyano.
La Escuela ha participado de innumerables torneos, intercambios y viajes, siendo uno de sus mayores logros una medalla de oro en los Juego Bonaerenses de 1998. A lo largo de su trayectoria ha presentado un amplio repertorio clásico y contemporáneo con muestras anuales.
En la actualidad cuenta con cuatro carreras: profesorado de danza clásica,  intérprete de danza clásica,  profesora de danza contemporánea, intérprete de danza contemporánea. También posee talleres infantiles  desde los 4 a los 7 años, de adolescentes y adultos, de danza para varones y taller de flamenco.
Alrededor de 600 alumnos, cifra que se ha mantenido durante los últimos cuatro años, toman sus clases con un plantel cercano a los 40 docentes, cuatro de los cuales vienen de Buenos Aires, el resto son de la ciudad, muchos de ellos egresados de la escuela.
CONSERVATORIO DE MÚSICA “ISAÍAS ORBE”
Desde que Tandil se conformó como aldea tuvo actividad musical de importancia y sintió la necesidad de institucionalizarla.
Con el transcurso del tiempo llegaron  grandes músicos que fortalecieron la actividad  y es así que en 1943 se confirmaron en los cargos de Director y Ayudante de la Escuela de Música a los profesores Isaías Orbe y Aníbal Mancini, respectivamente.
El 16 febrero de 1962 se oficializó por decreto la Escuela Municipal de Música, siendo su director provisorio el maestro Isaías Orbe. En 1969 asumió la dirección el Prof. Ricardo Coria y en 1971 la recordada Luisa Ballé. En 1974 la Escuela Municipal recibió el nombre de Isaías Orbe.
Desde 1978,  la dirección estuvo a cargo de  la Prof. María del Carmen Alonso, hasta 1981 ya partir de ese año el ahora Conservatorio de Música "Isaías Orbe" de Tandil, pasó a la órbita de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, ya que se gestionó la provincialización para que sus títulos tuvieran más alcance.
Las carreras que allí se desarrollan son: Profesorado en Música; Profesorado en Música orientación Instrumento; Profesorado en Música orientación Canto; Profesorado en Música orientación Dirección Coral; Tecnicatura en capacitación instrumental.
Han sido directoras de la institución las Profesoras Nidia Landi, Estela Salomone y quien actualmente conduce la institución desde junio de 1998,  Ana Cecilia Moroder.
A partir de diversas gestiones realizadas en el transcurso de 1999, se logró la autorización para reponer el  nombre de “Isaías Orbe” al Conservatorio de Música de Tandil.
Desde 2000 el Conservatorio ha desarrollado un programa de capacitación a docentes de Música de los niveles de escolaridad obligatoria, como así también a Músicos Instrumentistas y Directores de Coros.
En la actualidad concurren al Conservatorio alrededor de 650 alumnos desde los 9 años,  que se distribuyen en los cursos de formación curricular, las carreras específicas y los talleres extra-currriculares. Atiende esta matrícula un cuerpo de 90 docentes, para el dictado de enseñanza de  violín, viola, violoncello, contrabajo, flauta traversa, guitarra, piano, clarinete y saxo. Para niños: de 9 a 13 años se realizan Talleres de Iniciación Musical.
Cuenta además con Cuerpos Estables: Coro de adultos, Coro de jóvenes, Coro de niños, Conjunto de cuerdas, Cuarteto de vientos, Orquesta de guitarras, Conjuntos de Cámara.
ESCUELA DE CERÁMICA
Gracias al  aporte personal de Antonio Rizzo, quien fue de los primeros ceramistas de Tandil, se creó esta escuela. El antecedente fue un taller de cerámica que armó Rizzo en la Academia Municipal de Bellas Artes, a pedido de Ernesto Valor quien estimuló asimismo la creación en 1964  de la Escuela, para la que Rizzo donó generosamente un horno para ponerla en marcha en el local del Museo.
En 1967 pasó a ser por decreto la Escuela Municipal de Cerámica y se nombró director de la misma a Rizzo quien también fue profesor a lo largo de todos los ciclos que se sucedieron hasta su retiro en 1981.
El local del Museo y la Academia, pese a las importantes ampliaciones que el Comisionado Domingo Otero había introducido en 1957, resultaba pequeño y la actividad educativa en la faz artística se había extendido, además, desde febrero de 1962, se sumó la creación de la Escuela de Música, que, con la dirección del maestro Isaías Orbe, reunía gran cantidad de niños, como ya citamos.
Años después, se gestionó (con la oposición de diferentes sectores) la provincialización de esta escuela, que contó con nuestro apoyo, lo que se concretó en 1981, tal como funciona en la actualidad, lo  que garantizaba un alcance profesional mayor por la validez de sus títulos.
Luego de la dirección del fundador, le sucedió en el cargo Liliana Montes, Silvia Caresía, Adriana González y actualmente Adrián Foschino.
La escuela funciona hasta ahora en la casa histórica, que fuera sede del primer correo, en 9 de julio 276.
ESCUELA MUNICIPAL DE TEATRO
La Escuela Municipal de Teatro es una institución educativa destinada a la formación integral de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores en el Lenguaje Teatral.
Fue creada por ordenanza municipal Nº 1578 del 6 de octubre de 1973 y  su modificatoria ordenanza Nº 10929 del 10 de  abril de 2008, en lo que respecta al marco legal, pero su estructura data de un largo antecedente histórico por las producciones que vieron su gestación en el  Auditorium Municipal, situado en el Museo de Bellas Artes y las reuniones de actores, directores y escritores del medio local que durante largos años llevaron a escena un repertorio de Teatro Nacional,  alternando sainetes, comedias,  grotesco y la escritura de la escena independiente. Esto fue posible a la articulación de dos espacios que supieron complementarse, la Comedia Tandilense como ámbito de realizaciones de puesta teatral y el Centro de Formación Actoral como espacio que proveía  nuevos actores, donde se destacó la labor docente del recordado Juan Beristain.
A partir del  año  2003, funciona en la ex confitería de la Estación de Ferrocarril (Av. Colón y Av. Machado), sumándose,  en  2008,  el  Teatro  de La Confraternidad (4  de Abril 1371), donde  hasta  la  fecha, ofrece a la comunidad la posibilidad de acceder en forma gratuita a  su  oferta   educativa  de  carácter anual,  a través de Proyectos y  talleres, dictados por un idóneo plantel de docentes.
Son objetivos generales, que las producciones logradas en la escuela cumplan una función social en ámbitos específicos de la sociedad y que el alumnado esté capacitado para crear y concretar sus producciones artísticas.
Fueron los Directores  de la  Escuela   desde  su  creación hasta  la  fecha: los recordados Ricardo  García  Navarro, José María Guimet y actualmente Mónica E. Pérez.
ESCUELA MUNICIPAL DE MÚSICA POPULAR “GUILLERMO ALTHABE”
Es la más “joven” de las escuelas artísticas. A partir de septiembre de 1988 comenzaron a reunirse integrantes de la Subsecretaria de Cultura y Educación de la Municipalidad  y un grupo de músicos abocados a la elaboración del proyecto de la Escuela de Música Popular, solicitando además asesoramiento a docentes de la similar de Avellaneda. Luego de numerosas reuniones y arduo trabajo, se inauguró con gran expectativa, el 8 de abril de 1989.
La Escuela de Música Popular trabaja en la formación de intérpretes Populares, comprometida con el registro, la difusión, la conservación, la recreación y creación de patrones culturales, que hacen al patrimonio Artístico cultural, contribuyendo así a mantener la vigencia y continuidad histórica de los mismos; tanto en su dimensión local, regional, nacional como universal”.
En esa tesitura, forma intérpretes en tango, jazz y folklore; de instrumento: guitarra eléctrica, bajo, batería, saxo, trombón, trompeta, piano, bandoneón, percusión afro - latina, guitarra criolla, instrumentos andinos y canto y tiene además Talleres de expresión musical infantil (a partir de los diez años) y Talleres infantiles de 5 a 11 años.
La orientación en animación cultural, permitirá al músico animador, elaborar proyectos de intervención, que favorezcan el intercambio de valores y saberes, en un marco que  destaca lo valioso de todas las aportaciones culturales populares, como condición de crecimiento comunitario  y del bienestar de todos los implicados.                   
Durante su historia ha pasado por diferentes edificios, hasta que en  septiembre de 2011 consiguió un lugar definitivo en el predio que era del Museo Ferroviario, en la Av. Del Valle 835, sitio donde actualmente está ubicada.      
Su primer coordinador-director fue Atilio Fischer, continuando luego Gustavo San Miguel, Coie Granato, Silvia Caresía, Adriana Cifuentes y el actual Mario Alba.


 Daniel Eduardo Pérez

domingo, 18 de septiembre de 2016

A PROPÓSITO DEL ANIVERSARIO DE VELA

LOS VELA

ALFONSO IX, SANTA TERESA, EL PRIMER VIRREY DEL PERÚ, MARTINEZ DE HOZ, BIOY CASARES Y TANDIL

 Si el autor de estas líneas le propusiera a usted, amigo lector, relacionar a Alfonso IX, a Santa Teresa de Jesús, al primer Virrey del Perú, a Martínez de Hoz y a Adolfo Bioy Casares con Tandil, podría pensar que se trata de un entretenimiento o acertijo, al que no acostumbra  habitualmente.
Sin embargo una parte de la historia de Tandil, tiene algunas relaciones escondidas a la vista rápida y a los espíritus poco entusiastas de averiguar sobre el pasado lugareño, que deparan atrapantes historias que pueden llevarnos hasta puertos insólitos.
Tal es el caso que hoy le proponemos, cuando nos dediquemos a adentrarnos en los primeros años del poblamiento tandilense, en especial del espacio rural, cuando las tierras de horizontes infinitos y lejanos, eran la meta de los pobladores, generalmente ajenos a nuestro espacio geográfico y por lo tanto estaban allí para que por decisiones de gobernantes políticos o militares, se facilitasen en propiedad, a través de instrumentos diversos.
Así podemos recordar que entre la fundación de Tandil y 1836, parte de las tierras tandilenses estaban en manos de enfiteutas. El 10 de marzo de 1836 se sancionó la ley que facultaba al gobierno a vender 1500 leguas cuadradas  otorgadas en enfiteusis, dando prioridad de compra a los poseedores de las mismas con un plazo hasta fines de 1837. Por esos tiempos la valuación era de $ 4000 la legua cuadrada.
De esta manera, varios enfiteutas en el Tandil pasaron a ser propietarios en territorios rurales. Nos dedicaremos hoy a quienes ocupaban buena parte de los actuales cuarteles 6º, 8º y 9º, es decir en la zona de las actuales María Ignacia y estación Vela.
Apellidos como Valerio, Ponce, Morillos, Guerrico, fueron algunos de los detentadores de posesiones en esta zona a la que nos referimos
Otro, el Cnel. Martiniano Rodríguez, había sido agraciado por el gobierno con 4 leguas cuadradas en propiedad en 1834, las que vendió el 19 de setiembre de 1836 a Pedro José Vela, quien finalmente adquirió al Estado-decreto del 14 de marzo de 1836- poco más de 6 leguas cuadradas en la misma zona, con lo cual este propietario pasaba a ser uno de los poderosos hacia fines de 1838, dado que era dueño de todo el actual cuartel 6º y parte del 7º.
Por su parte y avanzando en el tiempo, diremos que las tierras del tal Ponce, desde el arroyo Los Huesos al Chapaleofú, extendiéndose por los hoy partidos de Tandil, Juárez y Azul, fueron adquiridas  por Vicente Casares e hijos, el 27 de febrero de 1857, con un total de 29.536 hectáreas.
Ahora bien, ¿quiénes eran estos hombres, de dónde provenían y qué relación tuvieron con Tandil, especialmente en esa zona geográfica en las que todavía no existían ni la estación ni el pueblo,  ya citados?
Aquí viene entonces esta pequeña historia entretejida, que desembocará en la dilucidación de estos pequeños enigmas planteados al comienzo.
Oportunamente y gracias a la colaboración de descendientes y amigos de estas antiguas familias y la investigación paciente en fuentes genealógicas y documentales, hemos podido precisar algunos datos de quienes fueron personajes con posesiones en Tandil y que además tuvieron funciones políticas importantes y hasta nominaron parte de la actual geografía del partido.
Pedro José Vela, había nacido en 1790, en Ávila, España, llegando muy joven al país, como inmigrante en busca de nuevos horizontes, pese a provenir de una familia de larga prosapia y fortuna.
Originario-como ya expresamos- de Ávila, la famosa ciudad amurallada de Castilla la Vieja, los Vela constituían una familia en la que muchos de sus integrantes tuvieron funciones y riquezas acreditadas, entre los que pueden citarse a Blasco Núñez Vela, que fuera el primer Virrey designado en el Perú, en 1544 y que tuviera poca fortuna y duración en el cargo.
Su hermano, Francisco Vela, por su parte, fue padrino de bautismo de Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, luego nada menos que Santa Teresa de Jesús (1515-1582), Doctora de la Iglesia, quien junto  a Santa Catalina de Siena, son las únicas mujeres que ostentan ese título y cuya huella perdura hasta los días que corren. Tres de sus hermanos varones, se alistaron en la expedición de Francisco de Pizarro, conquistador del Perú.
Asimismo, un hijo de Blasco Vela- el citado Virrey, amigo personal del padre de Santa Teresa, Alfonso Sánchez de Cepeda-Cristóbal Vela, fue Arzobispo de Burgos y  consejero de Santa Teresa, que a su vez fue gran amiga de María Vela, hija de su padrino de bautismo, Francisco Vela.
En las Obras Completas de Santa Teresa, puede leerse la carta XXX, dirigida precisamente a ella .
La casa troncal en Ávila, es hoy la Alcaldía de la ciudad, frente al templo principal, y parte de un Museo. Sobre la puerta de acceso puede verse el escudo de armas de los Vela: un brazo en alto sosteniendo una antorcha, sobre azur, plata y oro, donde puede leerse el lema que reza: " Quien bien vela, Vela".
De aquellos Vela, que doscientos años antes de su nacimiento, habían tenido la prosapia que de alguna manera reflejamos en estos breves datos, provenía este ahora inmigrante, que tendría estrecha relación y participación en la historia de Tandil.
En Buenos Aires se desempeñó como dependiente de una tienda en la Recova, encarando luego con éxito otras tareas y negocios, llegando a ser propietario de una importante tropa de carretas, con la que alcanzó a redondear una interesante fortuna.
La afinidad de estas ocupaciones con la labor de campo, lo impulsó a obtener tierras y desarrollar en ellas tareas especialmente ganaderas, de tal suerte que entre 1820 y 1830 solicitó las mismas en la todavía frontera con el indio, en el centro sud de la provincia, adjudicándosele en Tandil, en tiempos del gobierno de Juan Manuel de Rosas, varias leguas cuadradas, concretadas en propiedad en 1836 en la compra ya citada.
Con el paso del tiempo su patrimonio fue aumentando y surgieron las estancias "San José ", " Loma Partida"," Cinco Lomas", "Sierra Alta", "El Amparo", " El Mangrullo", "Loma Negra", " La Argentina","La Blanqueada" y otras que abarcaban los antiguos partidos de Tandil, Chapaleofú y otros aledaños.
En el actual partido de Tandil, hacia 1838, poseía alrededor de doce leguas cuadradas, en la zona citada, limitando con las posesiones de Vicente Casares.
Su capacidad y rápida inserción en el medio porteño de la alta y media burguesía, le permitieron a Vela alcanzar cargos políticos importantes en la provincia, siendo además Presidente de la Casa de la Moneda y mucho más tarde, de la Comisión que la reformó, en 1854, pese a que Rosas-a quien acompañó en sus ideas- ya había sido desalojado del poder.
Entre sus destacadas actividades, estuvo además la de haber sido activo propulsor de la creación del Banco de la Provincia, impulsando diversas obras públicas y estimulando la ganadería.
Vela había contraído matrimonio con la criolla Petrona Vázquez, del que nacieron catorce hijos, siendo su primogénito Felipe Tobías, de intensa actuación política en Tandil-como veremos-, y algunos de los restantes, Eduarda Vela, casada luego con Alvear,  Teresa Vela de Fontán,  Inés Vela de Troncoso- la que luego sería heredera de gran parte de las tierras en Tandil-, Ángel, José León, Agustín, Pedro José- que luego alcanzaría cierto renombre como pintor-, Antonio y otros.
Las tierras tandilenses eran poco frecuentadas por los Vela, salvo el caso del ya citado Felipe Vela, quien una vez instituida en Tandil la  figura del Juez de Paz, luego de la Revolución de los Libres del Sud en 1839, fue designado en el cargo en 1841, 1844, 1849 y en 1852, año en el que también lo fue Albino Vela, otro integrante de la familia. A la caída de Rosas, Felipe Tobías Vela dejó de ocupar cargos políticos en el partido de Tandil, aunque siguió estrechamente relacionado a las actividades del campo.
A Felipe Vela le correspondió una etapa complicada de la política, dado que luego de la citada revolución, la represión fue dura y muchos perdieron sus campos confiscados por el gobierno, como represalia, dado que el Tandil había tenido una  participación activa en el levantamientos fracasado contra el Restaurador, quien hasta le cambió el nombre al partido, imponiéndole el de Chapaleofú.
En ese contexto, Felipe Vela se manejó con cautela y   cierta moderación lo que le  ganó  algún respeto de los vecinos de la aldea que recién comenzaba  a delinearse alrededor del Fuerte, en cercanías del cual Vela tenía una pulpería, además de la consabida tropa de carretas.
El joven Felipe contrajo nupcias con Mercedes de Iturralde, que le dio trece hijos, nietos del fundador de la familia Vela en Argentina, algunos de los cuales no alcanzó a conocer, dado que Pedro José Vela falleció en Buenos Aires el 14 de noviembre de 1857, heredando sus inmensas posesiones su viuda doña Petrona Vázquez, que fue en su época una de las más grandes propietarias de tierras en Tandil y la mayor contribuyente, datos que ampliaremos más adelante. Doña Petrona falleció también en Buenos Aires, el 25 de agosto de 1881.
De los hijos de Felipe y doña Mercedes , el primogénito fue Alberto Cecilio, le siguieron : Jorge, Eduardo, quien luego desposó a Dolores Victorica y Urquiza; Raúl, casado luego con Joaquina Salas Oroño; César Mauricio, que  contrajo matrimonio con María Elisa Harilaos y Bosch; Ernesto, quien casó con Angélica Acosta; Pedro José, casado luego con Ernestina Bonfanti; Mercedes, quien se casó con Carlos Alcobendas; Adela, casada con Natal T. de Torres; Ema, casada con Carlos Duncan, y Sara, María y Lucía que fueron solteras.
Estas uniones matrimoniales, como puede apreciarse por los apellidos, potenciaron aún más los bienes de los Vela, dado que los esposos o esposas pertenecían en general a familias de propietarios de importantes negocios rurales.
Decíamos al comienzo, que otro de los grandes propietarios de tierras en el Tandil de la época y en la misma zona de las posesiones de Vela, fue Vicente Casares.
Este vizcaíno, llegado al país joven a finales del siglo XVIII, fue luego el primer representante consular de España en la Argentina y tronco de esta familia en el Río de la Plata, casado con Gervasia Rodríguez Rojo, hija del tesorero del Virreinato del Río de la Plata, habiendo tenido una destacada actuación en las invasiones inglesas. Falleció en 1870.
Los campos adquiridos por Casares y sus hijos, comprendían, además, los que después fueron los establecimientos "Lauraleofú", "Los Potreros", " Vigilante" y "La Laguna". Una mensura del profesional Enrique Nelson, del 8 de octubre de 1864, daba para el campo de los Casares 29.197 hectáreas, es decir 200 menos que las que figuraban originalmente.
Otras familias, como la de los hermanos Juan y Nicolás Anchorena, también quedaron en posesión de tierras en la zona que estamos explorando, siendo origen más tarde, por ejemplo, de la famosa estancia "Acelain", que Josefina de Anchorena y su esposo, el ilustre escritor Enrique Larreta, legaron a la posteridad, siendo actualmente un orgullo para todos los que habitamos estas tierras.
Fallecido don Pedro Vela, heredó las tierras-como quedó dicho- su viuda doña Petrona Vázquez, vecina de los Casares, siendo el Chapaleofú Chico el límite parcial de sus tierras.
En 1865 se fijaron los límites definitivos del partido de Tandil- el que luego de la caída de Rosas había recuperado su antiguo nombre-con lo cual a partir de esa fecha podemos comparar planos y mapas con más exactitud, visualizando más claramente las enormes dimensiones de tierras de Tandil, que por entonces estaban en manos de estas dos familias.
El 20 de junio de 1870, los hermanos Sebastián, Mariano y Vicente Eladio Casares, herederos de la firma Vicente Casares e hijos, dejaron como propietarios de la inmensa fracción a Mariano y Vicente Eladio, quien a su vez el 14 de febrero de 1873, quedó como único dueño, al venderle su hermano la parte correspondiente.
Vicente Eladio Casares, nacido en Buenos Aires en 1817, había contraído matrimonio con María Ignacia Martínez de Hoz, descendiente de José Martínez de Hoz, madrileño llegado a Buenos Aires a fines del siglo XVIII y que fuera, en 1786, Regidor del Cabildo, falleciendo en 1819 y siendo fundador de la familia de este apellido en la Argentina.
Aquí nace otra rica historia que enlaza nuestro suelo con más personajes de la historia hispanoamericana. Efectivamente, por  la rama materna, María Ignacia Martínez de Hoz, descendía del Adelantado Juan de Sanabria, nacido en Medellín y descendiente del  Alfonso IX, rey de León, que combatió con éxito a los moros (1171-1230), que había sido designado gobernador del Tucumán en 1549 y que murió al poco tiempo.
Del matrimonio de Sanabria con Mencia Calderón, nacieron varios hijos, entre ellos María Sanabria y Calderón, quien casó con Hernando de Trejo y luego de enviudar con Martín Suárez de Toledo.  Entre los ilustres personajes que descendieron de esta rama, están Fray Fernando de Trejo y Sanabria, que fuera obispo de Tucumán y fundador de la Universidad de Córdoba; Hernando Arias de Saavedra, que alcanzara a ser gobernador del Río de la Plata; Dalmacio Vélez Sarsfield, el ilustre autor del Código Civil y más cerca de nuestros tiempos,. Martha Ignacia Casares, quien se casó con Adolfo Bioy, que fuera Ministro de Relaciones Exteriores entre 1931 y 1932, matrimonio del cual nació el escritor Adolfo Bioy Casares. También el economista José Alfredo Martínez de Hoz, de polémica actuación en la reciente historia del país, fue descendiente de aquellas familias troncales.
Por su parte en Martha Ignacia Casares  se entrecruzan a su vez  lazos de sangre con descendientes del Adelantado Domingo Martínez de Irala- a través de su hija Ursula de Irala- el que con Ayolas fuera clave en la historia del Paraguay.
En estas tierras del Tandil, venían a confluir estas familias con ascendientes, tanto los Vela como los Casares-Martínez de Hoz, de antiguas raíces en la historia, no sólo del país sino de Hispanoamérica, lo que todavía nos deparará algunas novedades.
De la citada unión de María Ignacia Martínez de Hoz y Vicente Eladio Casares, nacieron Vicente L., Emilio, Héctor y Josefa, nombres más cercanos a la historia reciente , en especial en la zona que llamaríamos "velense", ya veremos por qué.
En 1879, el libro de la "Colecturía de la Provincia, tercera sección (Tandil)" registra las contribuciones directas y nos dice que Petrona V. de Vela, poseía 28 1/3 leguas cuadradas en el viejo cuartel 4º, hoy 6º, que estaban valuadas oficialmente en $ 9.100.000, por las que debía abonar una cuota de $ 45.000 (el 5 por mil), con lo que se constituía en la mayor contribuyente del partido de Tandil, como lo mencionáramos en su oportunidad.
Por su parte, los Casares tenían registradas 12 leguas cuadradas con una valuación fiscal de $ 4.000.000 en el mismo cuartel, por las que abonaba $21.000, en tanto su vecino Anchorena, figuraba con apenas 3 leguas cuadradas y una tasación de $ l.800.000, debiendo abonar $ 9.000.
Al comenzar la famosa década del ochenta, los veinte mayores contribuyentes del Tandil, aportaban- o debían hacerlo- casi el 45 % de la recaudación fiscal de la provincia en nuestro partido, la que alcanzaba a $ 606.000.
Ese pequeño número de propietarios- aproximadamente el 3 % del total de contribuyentes empadronados- poseía más de la mitad de la superficie del partido.
Para enriquecer esta parte de nuestra historia, digamos que esos veinte propietarios de la época, más poderosos, eran en orden decreciente: Petrona V. de Vela, Benjamín Zubiaurre, Vicente Casares e hijos, Ramón Santamarina, Prado y Pereira, Luis Bilbao, José Castaño, Bartolo Vivot, Juan Peña, Anchorena, Pourtalé Hnos., Mercedes Miguens, José Buteler, Norberto Ramírez, Ramón Gómez, Agustín Ramos, Tristán Gómez, Norberto Melo, José C. Gómez y Federico Girado.
Los Casares tuvieron intensa actividad política. Carlos, otro de los hijos de Vicente, fue gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1875 y 1878, presidente del Banco de la Provincia y presidente de la Sociedad Rural Argentina, casándose también con otra Martínez de Hoz, María Josefa.
Por su parte Vicente L., hijo del ya citado Vicente Eladio con María Ignacia, fue el fundador del célebre establecimiento  La Martona, en Cañuelas, exportando a Inglaterra el primer trigo y la primera manteca procedentes de sus establecimientos, siendo el introductor de la pasteurización de la leche. Fue asimismo presidente del Banco de la Nación, en 1891 y primer presidente de la Lotería Nacional. Falleció en Buenos Aires en 1910.
Tandil crecía a buen ritmo bajo los mandatos de los Jueces de Paz, merced a su actividad especialmente ganadera, incipiente agrícola, luego de la pionera tarea de Fugl y ya se comenzaban a explotar las canteras de  su famoso granito.
El transporte sin embargo, hacia comienzos de la década del ·80, seguía siendo la tropa de carretas, aunque el ferrocarril ya había llegado hasta las proximidades de nuestro pueblo.
Le correspondió al Juez de Paz Dr. Eduardo Fidanza, ilustre médico, de quien ya hemos hecho diversas referencias , ser el que encarara con vigor y entusiasmo la iniciativa de bregar por la llegada de las vías ferroviarias hasta Tandil, entendiendo -inteligentemente- que con ello se favorecería el transporte tanto de carga como de pasajeros.
Su lucha, que lo llevó a fundar un periódico con el nombre de El Ferrocarril, fue perseverante hasta lograr que el Ferrocarril del Sud extendiera sus rieles y así en agosto de 1883, se iniciaban los servicios regulares con Buenos Aires, en medio de una gran algarabía.
Las estaciones de Iraola y Tandil eran una avanzada más en pos del progreso, especialmente económico con la salida de la producción hacia Buenos Aires.
Otros pueblos del interior provincial siguieron la iniciativa y el vecino Juárez (hoy Benito Juárez), fue uno de ellos, logrando en forma bastante rápida que se extendieran las vías desde Tandil hasta la localidad.
Las vías atravesaban tierras del partido de Tandil, para lo cual los propietarios cedían o vendían bajo régimen indemnizatorio las tierras respectivas.
Entre los propietarios más conocidos estaban precisamente los Vela, los Casares y los Gómez. Los trabajos se iniciaron no sin incidentes en su desarrollo, puesto que los empresarios ingleses se apropiaban de tierras que no estaban entre las que les correspondía.. Las cosas llegaron a tal punto, que en "El Eco del Tandil " del 9 de marzo de 1884, se denunciaban estos hechos, surtiendo efecto la denuncia y  arreglándose las cosas para que las obras continuaran.
El 23 de mayo de 1884, salía la primera locomotora desde Tandil- que todavía no poseía la estación actual terminada-para probar las flamantes vías hasta la sección chacras. El duro invierno no fue obstáculo para que los trabajos avanzaran a buen ritmo y ya para la primavera los trabajos iban llegando a su fin. Los campos tandilenses ya estaban atravesados por el camino de hierro.
En el recorrido se habían previsto dos "estaciones": una que se denominó Pilar (poco después Gardey), en homenaje a doña Pilar Gómez y la otra Vela, que tomaba el apellido de quien había sido dueño de esas tierras, y de quien ya hemos hecho referencia , don Pedro José ( y no Felipe T. su hijo, Juez de Paz, como figura en algunos diccionarios y otras publicaciones).
En enero de 1885 se anunció la inauguración del ferrocarril a Juárez, que debía efectuarse el 15 de febrero, pero por diversas causas la misma se postergó, obteniendo en su transcurso, la Municipalidad vecina, la autorización para gastar $ 2.000 en la celebración del arribo ferrrocarrilero.
Finalmente el domingo 8 de marzo de 1885, se hizo el viaje inaugural atravesando las estaciones de Pilar y Vela hasta arribar a Juárez, donde llegó el Juez de Paz de Tandil, Dr. Fidanza, entre grandes festejos de la población y también la alegría de los vecinos rurales de nuestro partido, que fueron deslumbrados por el paso del " caballo de hierro".
El apeadero o pomposamente la "Estación Vela", quedaba oficialmente inaugurada en esa fecha y con ese acontecimiento.
Días más tarde, el 27 de marzo, quedó librado al servicio público el tramo Tandil- Juárez, con el siguiente curioso horario: Salida desde Tandil a las 7,30 p.m., arribando a Pilar a las 8,24, a Vela a las 9,04, a López ( ya en el partido vecino) a las 9,45, llegando a Juárez a las 10,10.Típicamente inglés…
Así quedaba inaugurada esta estación, en esa fecha, que sería la que debería celebrarse, y no como se hace el 11 de setiembre, cuestión que expusimos hace más de veinte años y que sin embargo continúa en el error histórico de insistir, sin fundamentos fehacientes que lo avalen. En fin, cosas  ya clásicas en nuestras costumbres....
Así como en materia de transportes se avanzaba en el interior de la provincia, también los gobiernos, en la segunda mitad del siglo XIX, elaboraban lentamente políticas tendientes a incrementar la colonización de zonas rurales, con el objeto, entre otros, de fomentar la inmigración, distribuir mejor la tenencia de la tierra y apuntar al desarrollo de la agricultura.
A Tristán Gómez, uno de los veinte poderosos propietarios ya mencionados, le correspondería ser el último Juez de Paz antes que se designara el primer Intendente, don Pedro Duffau, en 1886.
Fue en esos tiempos, en que los objetivos mencionados acerca de la colonización, se concretaron cuando en la gobernación de Máximo Paz, se presentó en la Legislatura un proyecto con su firma y la de Manuel Gonnet, para la creación de Centros Agrícolas.  Luego de arduos debates, el mismo fue aprobado y sancionado el 22 de noviembre de 1887, siendo promulgado tres días después.
Esta Ley proponía la formación y organización de centros agrícolas en la provincia, tomando como base las tierras que rodeaban las estaciones ferroviarias, si es que ya no los tenían.
Estos Centros Agrícolas podían establecerse o crearse por expropiación del gobierno, por empresas o por particulares,  otorgando beneficios para el uso del ferrocarril y creando la Oficina de Agricultura, que sería la encargada de dirigir los Centros y fomentar la inmigración.
A lo largo de sus cincuenta y tres artículos, la Ley dejaba establecidas las obligaciones de empresarios y agricultores.
En Tandil, rápidamente se acogieron a la Ley- que finalmente no obtuvo los resultados deseados, salvo en escasos lugares- José Luis Tagle, con el Centro de su apellido; Juan Mariano Zubiaurre, con el Centro también de su apellido y el de nuestro conocido Vicente L. Casares, concesionario de dos: el " Cnel. Martínez de Hoz" y el "María Ignacia", de 6,302 ha.
Nació así, lindante a la Estación Vela, como lo pedía la Ley, el núcleo que con el tiempo sería la importante localidad rural de nuestro partido, cuyo nombre le fue puesto en homenaje a María Ignacia Martínez de Hoz de Casares, madre de Vicente L. Casares, fundador del Centro Agrícola.
Según el "Estado de los Centros Agrícolas al 31 de diciembre de 1892", el "Centro Agrícola María Ignacia", tenía el número hipotecario 11.459, con un precio estimado y acordado de $ 56 por hectárea ( las había de hasta casi diez veces más), habiendo sido escriturado por Casares, en favor del Banco Hipotecario de la Provincia, el 21 de diciembre de 1888, por ante el escribano Irineo Collado, habíéndosele acordado un préstamo de 354.000 valores cédulas de la serie "N", luego transformado en ordinario por decreto del 14 de julio de 1890.
Según el informe de 1893, el Centro, como tal, no respondió a las expectativas que la Ley pretendía, lo que no fue obstáculo, sino más bien un estímulo para que las mensuras y traza del Centro y la existencia de la estación ferroviaria acicatearan el asentamiento, en las proximidades, de pobladores que levantaron sus viviendas modestas, conformando primero en forma desordenada, por la errónea traza de calles, y luego más prolijamente, un núcleo poblacional que fue creciendo a buen ritmo.
Vicente L. Casares había adquirido las tierras de su padre Vicente Eladio, el 17 de diciembre de 1888, entre ellas las que  comprendían Los Potreros, Vigilante y  La Laguna, aunque años más tarde esta operación fue anulada y las tierras entraron en la sucesión de Vicente Eladio.
El panorama ofrecía interesantes perspectivas, por lo que se establecieron comercios diversos, esperando poder hacer sus ventas y prestar sus servicios a los presuntos colonos y a quienes se movilizaban por la Estación. Surgieron así apellidos de pioneros, que aún hoy poseen descendientes en la zona, tema del que alguna vez nos ocuparemos en otra nota, como es merecedor el tema.
La cría del ganado era la actividad más importante, adquiriendo el ovino un crecimiento destacado, de tal suerte que entre 1880 y 1900, se registraron las cifras más elevadas, situación de predominio sobre el vacuno que se mantuvo casi hasta la década del veinte.
La confusión para  designar la incipiente localidad en que se iba transformando el lugar, tuvo tempranas raíces y hacía el 1900 se hablaba del Pueblo de María Ignacia, por otros también llamado Vela, que fue el que dejó para sus pobladores el patronímico de "velenses".
En 1896, hemos verificado que el martillero Martín Iparraguirre ( abuelo de nuestro amigo y colega Carlos), levantó un plano del "Pueblo" que tenía delineadas 44 manzanas rodeadas de quintas y de chacras, figurando como propietaria destacada Josefa Casares de Nouguier, una de las herederas de las tierras, que había sido favorecida con las que incluía buena parte de María Ignacia, también denominada como Reserva Segunda, con una superficie de 1.856 ha., rodeando a la Estación, que era parte del antiguo establecimiento Vigilante.
El crecimiento demandó una escuela, que con el Nº 13, aún perdura, una capilla, - donada  en 1901 por la familia Casares-Nouguier- e inaugurada con grandes pompas hasta con la presencia del Obispo de La Plata Mons. Alberti- y servicios varios cubiertos por la Municipalidad: alcalde, inspectores, médico y hasta "casas de tolerancia" o prostíbulos, dado que era la época de la prostitución legalizada.
Las enormes posesiones de los Vela y los Casares, según puede observarse en el mapa de 1919, levantado por el cartógrafo Fulgencio Domínguez, estaban divididas y las fracciones más importantes  que habían sido de los Vela, estaban a nombre de la heredera Inés Vela de Troncoso, poseedora  de la mayor en el cuartel 6º. Las de los Casares, por su parte, estaba en manos de la ya citada Josefa C. de Nouguier.
Pese a estas consideraciones, analizadas las posesiones hacia 1930, de los cuarteles 4º, 5º.6º,7º, 8º, y 9º, las tierras continuaban de una u otra manera en manos de los apellidos mencionados en la presente nota, es decir, Vela, Casares, Zubiaurre, Anchorena, Peña, Castaño, etc.-
Hasta aquí hemos intentado brindarle-amigo y paciente lector -un panorama que además de ilustrativo, ha tenido rasgos curiosos y hasta poco conocidos-por no decir desconocidos hasta hoy-, pero la historia nos depara todavía algo más, que será el cierre de este relato nacido a partir de reyes y conquistadores.

Felipe Tobías Vela, el ya citado Juez de Paz de la época de Rosas, tuvo los trece hijos mencionados. El mayor de ellos Alberto Cecilio, que había casado con Joaquina Cazón, tuvo a su vez siete vástagos, uno de ellos Nicolás Alberto Vela, que contrajo matrimonio con Amalia Isasmendi Varela, con quien tuvo tres hijos, siendo el mayor de ellos Alberto Nicolás Vela, quien en quinta generación unió los destinos-lo  que parecía  casi inevitable-y se casó con María Inés Bullrich Casares.  Finalmente las sangres de las dos familias más poderosas y que han sido el numen de esta nota, se unían, de alguna manera cerrando una historia, en la que de aquí en más los hijos de este matrimonio, Ana Inés, Marina, Nicolás Alberto, el primogénito varón, y Clara Vela Bullrich Casares, contemporáneos nuestros, tienen tras de sí esta rica historia de pampa, carretas, pulperías y también de poder y de gloria, de apellidos que quedaron fijados para siempre en la geografía y la historia del Tandil.

Daniel Eduardo Pérez   

martes, 13 de septiembre de 2016

QUÉ COMÍAN NUESTROS ANTEPASADOS...

VIDA Y COSTUMBRES EN EL TANDIL DEL SIGLO XIX
Qué comían nuestros antepasados…
                                                               “Venía la carne
                                                                con cuero,
                                                                la sabrosa carbonada,
                                                                mazamorra bien pisada,
                                                                los pasteles
                                                                y el güen vino…” Martín Fierro

                                                                                   
El pasado ofrece tantas posibilidades de enfoques atrayentes para el conocimiento, la comparación y el aprendizaje, que hoy hemos querido reflejar muy someramente algunos aspectos de la vida de nuestros antepasados, en este caso cómo y qué comían. Este viaje gastronómico ha sido reconstruido sintéticamente a través de la palabra de viajeros, testigos y estudiosos.
Muy tempranamente, Manuel de Pueyrredón, que participó en 1824 en el intento de fundación de Bahía Blanca saliendo del Fuerte Independencia, nos decía:Después de terminados los trabajos de fundación, y asegurarla con un hermoso fuerte en forma de estrella, de haber hecho grandes huertas, plantadas de árboles las unas, y sin plantar otras, para el sostén de la guarnición, se retiró a la capital a preparar los medios de una grande expedición al Sur, que tuvo lugar en 1824, y de la cual vamos a ocuparnos.".
Por su parte Juan Fugl en sus Memorias, afirma que hacia 1850: “Un par de estancieros que habían sembrado un poco de trigo para locro, me dieron cuatro fanegas (medida antigua de capacidad que equivale a 55,5 l.). Como era tarde para preparar tierra para sembrar, se lo di a  dos portugueses chacareros, para sembrar a medias, y con un  resultado de 30 fanegas. Ahora tendría semilla para el próximo año y me sentía muy feliz con esta idea”.
La vida cotidiana por esos años no era fácil y el mismo Fugl nos habla de su modesta y austera vida: “Yo vivía económicamente, acostumbrado desde mis primeros años de lechero y carrero cerca de Buenos Aires. Comía prácticamente sólo carne. Continué así hasta que yo mismo coseché trigo y fabriqué harina. Una copa de vino era sólo para el sábado a la noche cuando después del trabajo iba al pueblo para comprar un poco de café y azúcar para la semana. Era un lujo que siempre conservé”
Notable perseverancia y confianza  las que puso el pionero, el que además nos cuenta con franqueza total sus sinsabores en sus intentos de agricultor. Así nos dice por ejemplo que “No podía trabajar fuera de casa para ganar algo, pues necesitaba quedarme para vigilar el trigo y unas papas que había sembrado, además de una pequeña quinta. Continuamente montaba a caballo para ir a espantar otros animales que lo invadían, y mi pobre caballo no estuvo desensillado durante tres meses, y yo mismo nunca desvestido, ya que durante día y noche recorría mi sembrados”.
John Miers, que fue un botánico inglés que trabajó y exploró en América del Sur de 1819 a 1838, afirma: “Recién hacia 1848 (con la introducción del alambrado), los cultivos “campaña adentro” se libraron de la “tiranía animal” para iniciar el desarrollo que convirtió a la región en el centro más dinámico de un país que llegó a pensarse como “el granero del mundo”.
 Narciso Parchappe, ingeniero que participó en la fundación de Bahía Blanca en 1828, describe: “…el gaucho, eventualmente peón o miliciano, requiere para su subsistencia de ciertos “vicios” como yerba mate, alcohol de caña y tabaco; y algunos productos básicos, como ponchos, chiripa, espuelas y cuchillos. Productos que, ofrecidos exclusivamente en estos ámbitos, debe forzosamente comprar a precios exorbitantes al comerciante minorista rural. Una vez que ha consumido en la pulpería la totalidad de su salario, termina endeudándose con el pulpero/avaro”.
Y el mismo Parchappe, nos informa: Los caminos de la provincia de Buenos Aires están cubiertos de pulperías, especie de tabernas que no dan alojamiento [...]. Se puede comprar en las pulperías vino, aguardiente, refrescos, yerba mate, tabaco, pan, queso, algunos artículos de quincallería; sirven de lugar y descanso a los viajeros y son el sitio de reunión de todos los holgazanes y gente de mal vivir de los alrededores; por eso a menudo se convierten en teatro de peleas que terminan, por lo general, en puñaladas”
Entre los múltiples aspectos de la pulpería rural, también es destacado por los viajeros, su carácter de ámbito de reunión, pero desde una perspectiva negativa como espacio de “vicios” y “juego”.
Los investigadores, en general, no dejan de resaltar la importancia de las pulperías como lugares de encuentro donde podían comprarse vituallas varias y bebidas, intercambiar informaciones y noticias, jugar a los naipes y tocar la guitarra sin embargo, cabe notar que la pulpería rural no es vista como un ámbito de “sociabilidad” y “civilidad”. Destacando las características errantes, solitarias e individualistas del gaucho, estos historiadores expresan que “El hombre de la pampa, nuestro campesino, careció del sentido de la sociedad como el que estimuló la creación del club. Cuando llegó a la pulpería lo hizo más con el espíritu de un esparcimiento circunstancial, que por un acuerdo de seres en sociedad
En 1833, el célebre Charles Darwin, realizó un viaje por el país, dejando sus impresiones en un memorable trabajo. Allí también está presente Tandil en su pluma, quien dice sobre nuestros pagos, por esos tiempos: " ...en el Plata, el puma caza principalmente ciervos, avestruces, vizcachas y otros pequeños cuadrúpedos, rara vez ataca al ganado vacuno o caballar y menos frecuentemente aún al hombre".
William Mc Cann, en su muy interesante " Viaje a caballo por las Provincias Argentinas", nos regala una deliciosa descripción del Tandil de 1842. Nos relata: “Tandil era el punto más distante a que pensaba llegar en mi viaje;  tal vez por ello me hice la ilusión de que allí terminarían mis andanzas. También en ese día sentí por primera vez las angustias del hambre. El tiempo estaba hermoso y nos entretuvimos cazando armadillos, que constituyen un buen manjar. Las perdices son tan abundantes y mansas que las matábamos con los rebenques; de esta suerte nos procuramos un excelente almuerzo”.
H. Armaignac, quien recorrió nuestro Tandil hacia 1870, reflejó en páginas de su "Viaje por la pampa argentina" su experiencia aquí y nos dice: “En consecuencia, nos dirigimos a un hotel francés que pasaba por ser el mejor de la localidad, y nuestro primer cuidado fue encargar un almuerzo a la francesa, excelente almuerzo, por otra parte, en el que no faltó ni la alegría, ni el burdeos, ni el champagne. Todo esto me parecía tanto mejor, cuanto que llevaba tres años sometido al régimen del desierto, donde la galleta, la carne, los huevos, los productos  de la caza, el vino, el café y algunas legumbres, formaban invariablemente el menú de todas las comidas; gracias que de cuando en cuando podíamos conseguir algunos pancitos criollos o de esos pasteles de hojaldre que amasan las mujeres del lugar con harina, huevos y grasa fresca.
"El pan criollo se hace con harina de trigo candeal, a la que se mezcla una cierta cantidad de grasa de vaca o de oveja que tiene la propiedad de conservarlo fresco bastante tiempo. Se lo cuece en pequeños hornos de barro o de ladrillos calentados con huesos de animales, leña de oveja o troncos de cardos.
……….
"Los pasteles de que hablo no son tampoco muy finos que digamos. La harina y los huevos, a los que se añade sebo de carnero en lugar de manteca, sirven para hacer una pasta de hojaldre que se corta en trozos de diversas formas, se rellenan con huevos duros y carne picada y luego se ponen a freír en grasa de vaca como los buñuelos”. Delicioso relato…
Por su parte Juana Manuela Gorriti (1818-1896), escritora salteña, que también se hizo célebre por las peripecias de su vida y por haber tenido una notoria afición por la cocina, nos anoticia: Durante el siglo XIX se comía en forma muy variada.  Los menús sociales incluían entre cinco y seis platos más postre. En las casas de familia, los platos básicos eran la olla podrida -así se llamaba al puchero-, una gran cantidad de vegetales -mucha mandioca-, las carnes asadas y los pescados de río. Las mejores dulcerías y reposterías provenían de Tucumán, Chile y Asunción del Paraguay.  Los licores (vinos y brandies) venían de Europa y las infusiones se reducían a la yerba mate.
Estas mesas fueron empobreciéndose a medida que transcurrió el siglo XIX y entramos al siglo XX, con una gastronomía muy aburrida: carne asada, bifes y pucheros; casi nada más. Las excepciones eran algunos toques afrancesados en las clases urbanas más acomodadas y, en la sociedad rural y el interior, los locros, las empanadas y las humitas siguieron teniendo una fuerte presencia.
Los hábitos comenzaron a cambiar y a enriquecerse al final del siglo XIX, gracias la llegada de inmigrantes que dieron paso a la nueva cocina Porteña. Aunque la más importante fue la cocina italiana, alemanes, británicos y judíos de diversas nacionalidades también aportaron lo suyo.”
Asimismo mencionaba en su  «La cocina ecléctica:  sopas variadas (especialmente de gallina) salsas varias, variedades de puré, pasteles de carne y otros, empanadas, frituras diversas, tortillas, budines (de carne etc.), aves diversas (gallina, pato, perdices, palomas, etc.), cazuelas, mondongo, albóndigas, estofado, pierna de carnero, tortugas, ranas, cerdo, cordero, morcillas y salchichas varias, huevos fritos y al agua, todo tipo de legumbres y verduras, el infaltable asado, repostería variada: gelatina, torta de natas, buñuelos, dulce de leche, mazamorra, arroz con leche, ponches varios, también helados, café y chocolates. Gorriti escribió su libro  en las postrimerías del siglo XIX, cuando ya buena parte de las preparaciones que menciona habían sido olvidadas entre la gente de la región central y pampeana y era la época en que se producía el gran influjo innovador de la comida italiana traída por los inmigrantes.
Lucio V. Mansilla, a su vez, recuerda en sus “Memorias” que en las ciudades eran comunes el quibebe (plato de origen guaraní, con una textura de punto medio entre una sopa y un puré),  los postres de mazamorra,  los pescados pacú, surubí, sábalo asados. Tanto la gente del campo como la de la ciudad basaba su dieta cotidiana en el consumo masivo de carne vacuna, lo que reafirma  el escritor e historiador Roberto Elissalde-presidente de la Academia Argentina   de Historia     Gastronómica -, que considera a la gastronomía gaucha en esta región, como “hiperrproteínica                                                                                 debido al elevado consumo de carnes (incluso las gallinas eran alimentadas frecuentemente con trozos de carne en lugar de granos), es célebre el refrán gaucho «todo bicho que camina va a parar al asador» y un ejemplo de ello era el consumo de asados, carbonadas, horneados y guisos de vizcachas, mulita y peludo. Elissalde relata que “a fines de siglo XVIII e inicios de siglo XIX no existía una señalada diferencia entre los alimentos que consumían los pobres y los ricos ya que la comida era muy abundante (especialmente las carnes vacunas y el pescado, así  como las de aves) y muy barata; a tal punto abundaba la carne que cuando los carros que transportaban cuartos de reses perdían una pieza, los carreros o conductores no se preocupaban en cargarla de vuelta; pero las carnes aunque abundantísimas solían ser duras por lo que eran muy comunes los cocidos donde la carne había hervido durante horas. Lo que a inicios del siglo XIX resultaba relativamente caro era el pan ya que aún no había grandes cultivos de cereales y, por ende, escaseaban las harinas, peor aún: al no haber todavía alambrados hombres y animales pisoteaban muchas veces los escasos sembrados de esa época”- recordar a Fugl. Preparaciones comunes eran sopas con trozos de chancho, huevos, porotos y legumbres varias; rodajas de pan que remojaban en caldos de buey; gallinas y perdices, cocidas con legumbres, panes con espinaca y tiras de carne; guisos de cordero. Entre las especias, las más importantes eran el perejil, el ajo y la pimienta, que era importada, teniendo las comidas un gusto fuerte, el ajo y la pimienta junto a la sal de mesa, eran usados para ayudar a conservar los alimentos con carne. Hasta 1880, aproximadamente, lo común era comer casi todos los platos del almuerzo y de la cena en forma de puchero, donde abundaban las hortalizas (zapallos, papas, zanahorias, etc.) y verduras (repollos, puerros, cebollas, etc.) que se obtenían de las quintas que por entonces abundaban en «las afueras" de las ciudades a pocas cuadras de las plazas centrales.
El Mansilla recuerda asimismo en su  obra «Una expedición a los indios ranqueles”, que en 1860 los indígenas de la pampa occidental le agasajaron con tortillas de huevos de «avestruces» (ñandúes) y nos informa que también consumían diversos frutos y carnes de animales, hasta de un ofidio llamado curiyú o también langostas, que asfixiadas por humo que producían, eran recolectadas, desecadas y hechas luego harina.….
Por estos pagos, hombres como el gallego Manuel Suárez Martínez (1845-1917) comenzaban a  hacer su huerta, tal como lo dice su hijo en los Apuntes autobiográficos: “La cosecha de tomates fue espléndida, como lo fue la huerta bien provista y cultivada.
La huerta fue después, junto con la carpintería bien provista, uno de los entretenimientos de mi padre, para sus ratos libres, como ejercicio físico y despreocupación de sus negocios.
Más tarde se fue ensanchando fuera de la tapia, con un ampuloso zapallar y los no menos extendidos melonar, sandial, y maizal, en terreno que por haber sido corral de ovejas, producía juntamente con exquisitos choclos, especiales y deliciosos ejemplares de sandías rojas, deliciosos melones "escritos" y
"cantalupi".
…………
“Evocación de aquellos años debe florecer aquí su recuerdo, íntimo y emotivo con el perfume fresco y agreste del orégano, del cedrón, de la menta y el perejil; con la policromía, que vive aún en la retina, de aquellos lirios blancos bordeando el camino principal, recostado sobre "las casas"; de las grosellas de rojo, apretado y jugoso fruto; de las ásperas, ácidas y pequeñas guindas, únicas frutas conseguidas allí, no obstante alternar, dentro de la tapia con durazneros que, impertérritos, negaron su deseado fruto
Perduran aún en mi recuerdo los bien trazados tablones de cebollín, ajos, apio, lechuga y escarola, de zanahorias y nabos, de repollos y coliflores, habas, porotos y alverjas y de papas los más extensos. Los caminos anchos y los angostos, cubiertos de carnosa verdolaga que, alguna vez, mezcló su autóctona prosapia con la sustanciosa papa y los carnosos tomates, en sabrosas ensaladas.
El maizal rectilíneo destinado a los choclos incomparables por su dulzura, merece un evocativo comentario.”
Finalmente citaremos a Sarmiento quien dijo que la ciudad de Buenos Aires era de «señoras gordas» y esto porque hasta fines de siglo XIX era común comer seis platos por persona entre el almuerzo y la cena. Se cenaba muy temprano, apenas «caía el Sol», luego la mayoría de la gente se acostaba y los niños y niñas eran enviados a dormir. También durante el siglo XIX en las principales ciudades se distinguían los tamaños de los platos, los platos «a la francesa» eran más chicos que los tradicionales «a la española».
Por lo común los niños y niñas -aproximadamente hasta los 12 años de edad- eran obligados a comer en mesas apartadas de las de los mayores. Las mesas de mayores estaban presididas en su cabecera por el patriarca familiar -o la mujer más anciana y respetada, es decir la matriarca- o por el padre de familia cuando el hogar carecía de adultos mayores. Hasta esos tiempos el modo más común de servir la mesa era «a la francesa», es decir poner todas las comidas ya preparadas sobre una gran mesa y que cada comensal eligiera lo que quisiera. Luego, esta tradición dio paso al modo actual «a la rusa» en el que los platos se van trayendo a la mesa por turno. Cabe considerar que la actual modalidad «a la rusa», se impuso en Argentina donde ha predominado el protocolo inglés (los tenedores y cucharas se disponen en la mesa con las puntas hacia arriba, de un modo contrario al protocolo francés).

Si bien recién con la llegada de inmigrantes, especialmente italianos, se comienzan a popularizar las pastas, el citado Mansilla comenta la existencia de los ravioles en las principales ciudades rioplatenses hacia la década de 1880, pero esto es una exageración, en cambio Borges dice que «la primera vez» que conoció los ravioles fue a inicios de siglo XX al concurrir, siendo muy niño, a la casa de unos inmigrantes italianos. Pero ya entramos al siglo XX…

Daniel Eduardo  Pérez