viernes, 30 de junio de 2017

JULIÁN ANDRADE, EL AMIGO DE MOREIRA.

JULIÁN ANDRADE
Una parte de la vida de Juan Moreira en Tandil

Una historia rica de vicisitudes, legendaria, que ocupó una página en la literatura argentina y que reflejó toda una etapa política, fue la de Juan Moreira y su fiel amigo Julián Andrade.
Tandil no fue ajeno a estas vidas agitadas porque Andrade al final de su vida vino aquí a pasar sus últimos años y vivió con su familia hasta su muerte.
Eduardo Gutiérrez inmortalizó la vida de ambos y acerca del desenlace que costó la vida de Moreira y el rol de su amigo nos dice: Por el camino, Moreira había encontrado a Julián Andrade, gaucho muy valiente, a quien invitó a la parranda y a tomar parte en el combate que sostendrían contra el pequeño ejército que les esperaba.
Moreira, acompañado de Julián Andrade, hizo noche en una pulpería del camino y a la mañana siguiente se dirigieron ambos a La Estrella, donde llegaron a las 11 a.m.
El Cuerudo, que había quedado bombeando el establecimiento, llevó el parte al Juzgado de Paz, donde estaba preparada la gente que había de prenderlo. Era el 30 de abril de 1874.
Entretanto, Moreira y Andrade almorzaban alegremente un puchero de gallina, largamente rociado con un par de vasos de vino carlón "del que toma el cura".
La Estrella era una casa de negocio donde se comía, se bebía y donde despachaban hermosas mujeres, una de las cuales había merecido las más finas atenciones por parte de Moreira.
La esquina estaba ocupada por el café y en el primer patio había unas cinco o seis habitaciones, que servían de aposento de parroquianos o de las maritornes.
Concluido el almuerzo, Andrade y Moreira pidieron una habitación cada uno para echar una larga siesta y cada uno eligió la suya, teniendo cuidado de que, en caso que vinieran a prenderlos, pudieran tomar la partida entre dos fuegos de sus trabucos, operación que les aseguraría el triunfo.
Julián Andrade era un gaucho bravo, digno compañero de Juan Moreira, y capaz de ayudarlo de una manera eficaz, pues no le faltaban entrañas para hacer una limpiada.
Así los dos amigos se dirigieron cada uno a su pieza. Andrade se entregó al reposo y Moreira salió para acomodar el caballo a los fondos de la casa, calculando no tener más que saltar la pared para ponerse a su lado en un caso de apuro, y volviendo en seguida, acompañado del Cacique, a la pieza que había elegido.
Para eso ya la partida que los buscaba estaba en las inmediaciones hasta que llegó el decisivo encuentro. Relata Gutiérrez los dramáticos instantes y prosigue:
“En ese momento Julián Andrade, haciendo un esfuerzo poderoso, había logrado deshacer sus ligaduras y corrido a la calle buscando su caballo.
¡Vana esperanza! Apenas pasó el umbral de la puerta, desarmado como iba, fue acometido por los que rodeaban el edificio y herido de dos hachazos en la cabeza.
Andrade cayó esta vez completamente postrado; fue amarrado fuertemente y entrado de nuevo a la casa, donde se llevó un nuevo ataque a Moreira”
……………….                                                                               
Relata luego la muerte de Moreira a manos de Chirino  no sin antes herir a Eulogio Varela muriendo casi enseguida, después de dos vómitos de sangre. Nacía de ese modo  una leyenda y uno de los personajes más conocidos de la historia popular Argentina. Fue el final de la célebre dupla  aquel 30 de abril de 1874 : “…el juez de paz de Lobos, Casimiro Villamayor, por orden del Gobernador, envió a veinticinco hombres que, al mando del comandante Francisco Bosch perteneciente a la policía de Buenos Aires, se dirigieron al almacén y pulpería “La Estrella” (ubicado en lo que hoy es el Sanatorio de Lobos en la intersección de las calles Chacabuco y Cardoner).
Juan Moreira peleó con todas sus fuerzas, pero justo cuando estaba a punto de saltar la pared que se interponía entre los policías y su caballo, fue herido por la bayoneta del sargento Andrés Chirino, que le perforó el pulmón izquierdo. Sin embargo, el aguerrido Moreira alcanzó a disparar su trabuco hiriendo en el rostro a Chirino -que perdió un ojo- y a cercenarle cuatro dedos de un cuchillazo, lesionando además al capitán Eulogio Varela.
Vilmente derrotado, Juan Moreira murió al instante.”-nos relata el periodista e investigador azuleño Eduardo Agüero Mielhuerry sobre los momentos finales del entrevero.
“Entretanto, Julián Andrade, había sido sorprendido en un cuarto contiguo. Al hallarse durmiendo, no pudo resistirse, quedando apresado. Justo fue retirado de la habitación en el momento en que su admirado amigo Juan moría en medio de borbotones de sangre” agrega Agüero Mielhuerry.
Julián Andrade, había nacido  en Navarro en 1848, hijo de Guillermo Andrade y Crescencia Jara, y su vida estuvo signada por las aventuras en riñas y entreveros. Luego del episodio donde muere Moreira, el 2 de mayo de 1874 quedó detenido en la cárcel “La Blanqueada” de Mercedes. Fue condenado por homicidio en riña, por el juez  Francisco Ramos Mejía.
Inmediatamente se convirtió en un preso célebre y desde entonces no dejó de recibir diversos regalos de las mujeres que iban a visitarlo: chiripás, yerba y azúcar, cintas bordadas con mensajes, entre otras prendas y alimentos
Julián Andrade vivió casi treinta años en Azul, empero a pesar de haber tenido un cambio rotundo en su conducta, para muchos seguía siendo un gaucho matrero.
Hacia 1915, Andrade rumbeó hacia Tandil, para reencontrarse con viejos amigos y buscar nuevos horizontes…
Apasionado por los caballos, pronto encontró aquí una interesante actividad hípica donde no tardó en conseguir trabajo como cuidador  y vareador de parejeros en el hipódromo local.
Poco después llevó a su mujer y a sus hijos para vivir todos juntos en la humilde vivienda que había levantado en la calle Mitre 1351.
Con motivo del centenario de Tandil, el diario Nueva Era editó un Suplemento especial, el 4 de abril de 1923, que incluye una extensa entrevista a nuestro personaje de hoy. Allí el gaucho, anciano y legendario, relata la historia de sus aventuras con Moreira de la que hemos seleccionado los párrafos más salientes.
“… Andrade habló largo rato. Es gaucho fuerte y erguido, a pesar de las catástrofes. Su voz denota el pasaje por los infiernos. No se queja, sin embargo resumimos sus recuerdos: Moreira -dice Andrade- era hombre blanco, de patilla cerrada, alto y fornido, muy buen mozo. No fue nunca un ratero ni nada parecido. No tenía necesidad de eso. Trabajó de tropero y de sargento de policía. Era guitarrero y mejor jinete, jugaba a la taba y al billar. No fue nunca un villano. ¡Que va a ser un facineroso! Era hombre de juicio y defendió al desvalido. Dígalo así nomás, no podrán desmentirlo.
- ¿Y cómo?..
-Era un alma de coraje. No creo que haya otra igual. ¡Pobrecito! No nacen como ése. Luego la política, amigo, la política. Se peleaba diariamente entre alsinistas y mitristas y él hizo dos muertes a facón. Quien lo provocase tenía que pisar firme. Frente a la misma iglesia mató a un tal Leguizamón y al poco tiempo, por ahí cerca nomás, al teniente alcalde Juan Córdoba. Moreira estaba entonces con los alsinistas, le prometieron el indulto, no se lo dieron y concluyó por pasarse al otro bando. Esa fue su perdición. Triunfó Alsina y Moreira entró a andar con todos. ¿Dónde ocurría eso?
-En Navarro, pues. Allí vivíamos nosotros.
-¿Anduvieron juntos muchos años? -Desde el 68 hasta el 74, cuando nos prendieron.
-¿Siempre en Navarro?
-¿Cómo puede pensar semejante cosa? Tuvimos que irnos más de una vez. Moreira recorrió varios partidos: Salto Argentino, Cañuelas, Nueve de Julio, Veinticinco de Mayo... No paraba. Tuvo muchos encuentros con las partidas y se vio obligado a matrerear. El General Garmendia lo persiguió con alma y vida. Al último los milicos no se atrevían a buscarlo. ¿Para qué? El no preguntó nunca cuántos lo perseguían y menos si lo acorralaban. Su valor no tenía fin, créalo, amigo, no tenía fin. Se lo dice un hombre que ha visto mucho. Se trenzaba con los que se le presentasen. ¡Mejor si eran veinte, se animaba más! ¡Un valiente, amigo, un valiente! ¡Pobrecito! ¡Qué va a ser un bandido!
…………
-¿Y cuántos despacharía Moreira en sus peleas?
Andrade nos mira con ojos interrogativos, quiere leernos el alma, procura cerciorarse de que estamos con él. No aceptaría así nomás que profanáramos la memoria sagrada. Mueve su anciana cabeza, recapacita.
-No podría decirlo, tendría que recordar mucho –declara- ¡Peleó tanto! Marcó a una punta. Pegó tajos y tiros. No se le «caiba» el facón ni la pistola, el cuchillo ni el trabuco. Andaba de un lado a otro y tenía que tener cuidado. En las partidas dejó amargos recuerdos. En Salto Argentino mató a Rico Romero, un malo de por allí. Jugaron una carambola y a Moreira le costó poco ganarle. El mozo jugaba bien y qué iba a hacer. Rico quedó hirviendo y le buscó camorra. No sabía que era Moreira, pues se hacía llamar Juan Blanco. Recién había llegado, no lo conocían. Este es un paisano flojo, lleno de armas, le dijo Rico y le pegó un tacaso. Usted comprenda lo demás. Moreira lo dejó tendido a puñaladas. Salió en seguida de Salto y fue a dar a los toldos de Coliqueo, en Nueve de Julio....El 73 estábamos en Navarro. Juan no tenía miedo. Si no es hoy será mañana, solía repetir. Cierta noche, viviendo en el fondín Los Vascos, sintió un pito de ronda. Allí no había eso y comprendió lo que pasaba. ¡Qué momentos, compañero! Él se acomodó sobre el pucho e hizo volar la luz de un tiro. Al hombre lo habían vendido. La partida rumoreaba en la puerta. Para que nadie supiera nada había llegado al pueblo en carretas. El teniente Cortina le intimó rendición de parte del gobierno. Era un oriental bravísimo que después fue coronel. Se produjo el entrevero. Sonaron gritos, ajos y balas. ¡Mire que casualidad! El espía era un tal Carrizo y quedó sin lengua de un tiro. La bala le atravesó las mejillas. Moreira lo había alcanzado a ver al oscuro. ¡Daba lástima el trompeta! A Moreira también lo hirieron, pero se les hizo humo. ...Llamamos a un médico y el hombre vino. No sabía quién era el enfermo, ni lo conocía. Quiso cortarle la cara para sacarle la bala. ¡Pobre hombre, qué susto! Soy Moreira y a mí nadie me hace eso, le dijo. Sáquela por donde ha entrado. El médico cumplió la orden y salió. Moreira mejoró pronto y en seguida fuimos a vivir tranquilamente en Navarro. Las policías no se metieron con nosotros por un tiempo.-¡Era tan grande aquello!-recuerda- Tomaba un poco, me sobraba vida y qué diablos... Tras algunas resistencias explica el final doliente.-...Llegamos aquel día a Lobos. Era el 30 de abril del 74. ¡No podré olvidarlo mientras tenga aliento! Cuando un hombre pasa eso puede decir que no ignora lo que es el mundo. Moreira y yo estábamos acostados, dormíamos tranquilos, cada cual... No podíamos creer que hubiera peligro, que la partida estuviera cerca y nos persiguiese.
-¿No se trataba de una esquina?
-No, amigo, no era eso, se lo aseguro.
-En los libros se habla de la esquina La Estrella.
-La Estrella sí, pero no esquina. Era lo que yo le digo. Rodearon la casa unos cuarenta soldados y nosotros no oímos nada. Llegábamos de un viaje y nos encontrábamos un poco cansados. La partida llegó al mando de Francisco Bosch, que después fue general. Cuando desperté me hallaba sin armas, con los brazos a la espalda, sin poderme mover. Comprendí que estaba perdido, que era inútil forcejear. Pensé en mi compañero con toda el alma. Se acabó Moreira, me gritó uno. No, este no es Moreira, contestó otro, él está en la otra pieza. Cuando supe esto sentí esperanzas. Moreira sintió el ruido de las latas y se levantó. Abrió la puerta y vio bien lo que pasaba. Bosch le dijo que saliera, que se entregara, que le respetaría la vida. Sí, para que me fusilen, les dijo Moreira. Espérenme, ya voy a salir. Las carnes temblaron, el momento era fatal. Salió Moreira como sólo un valiente puede hacerlo. Sonó su trabuco y cayó muerto el teniente Varela. El general Bosch se salvó no sé cómo. Hubo corridas, saltos, balas y gritos. Moreira se hizo campo, fue librando la espalda, acorralando a los que se mostraban; no quiso entregarse ni dio cuartel. El comandante Bosch se retiró diciendo que no quería ver morir a ese guapo. No sé lo que le pasaba. Moreira había quedado libre y se retiraba, sin dejar de amenazarlos a todos con las armas. Un poco más y estaba en salvo. El sargento Chirino se hallaba escondido en el brocal del pozo y cuando Moreira quiso saltar la pared lo clavó por la espalda cobardemente, lo traspasó con la bayoneta. ¡Un miserable, amigo, un miserable! Moreira alcanzó a sacarle un ojo de un tiro. Un teniente corrió a ultimarlo con el máuser y le hizo astillas uno de los brazos. Moreira murió allí mismo. ¡Yo no pude morir con él!
-¿Si lo hubiesen tomado vivo lo habrían fusilado? ¿Qué le parece a usted?
-¡Qué esperanza! Moreira no fue nunca un bandido, fue un hombre de pelea. No lo hubieran fusilado.
-Usted debió sufrir mucho, indudablemente.
-Sí, yo fui maltratado, amigo. Si tuve culpas las pagué con sangre.
-Un momento, Andrade, no se levante, unas líneas más.
-¡Si ya tiene demasiado!
-No nos deje trunca la historia.
Y Andrade siguió contando, soporta resignadamente nuestras preguntas. Cuenta que pasó cinco años eternos en la cárcel de Mercedes, arrastrando doble barra de grillos. Lo trataron como a fiera. Después lo pasaron a la Penitenciaria y allí sufrió tres años y medio. Era otra vida, sin embargo. Alivió sus pesares con las visitas de algunos corazones buenos. Conversó muchas veces con el general Francisco Leiría, estrechó más de una vez la mano de Olegario Andrade y de Benito Machado, trabajó de tipógrafo y se entretuvo en contarle a Eduardo Gutiérrez las páginas de su famoso libro. Desde el 82 hasta el 87 lo pasó en Sierra Chica. Picó piedra, durmió en la paja y los días fueron amargos. Creyó que no saldría vivo. Lo habían condenado a cadena perpetua y sin recurso de gracia, para completar el desconsuelo. Eso era lo más triste, declara. Supo esperar, tuvo resignación y salió por fin del oscuro presidio. Debe su liberación a Francisco Leiría, Ángel Falcón, Eduardo Gutiérrez y sobre todo al escritor Julio Llanos. Es hombre de sentimiento y recuerda a sus bienhechores con el más grande cariño.
-¿Solo, Andrade?
-Casado y con nueve hijos. Me casé en el Azul poco después de quedar libre.
-¿Y Moreira?
-Tuvo esposa y dejó un hijo. Se llama Juan también. Es un muchacho honrado. Creo que trabaja en la aduana de Buenos Aires.
-¿Mucho tiempo por aquí?
-Hace ya ocho años.
-¿Dónde vive?
-Mitre 1351. Espero que me visiten.
-Gracias.
- ¿Hay trabajo?
-No falta algún parejero y ya puede suponer que yo sé cuidarlo con gusto.     
- ¿Muchos años?
-Tengo ya 74. Nací en el 48 en Navarro. Pero basta, ya tiene de sobra, me voy. Estrechamos la mano de Julián Andrade con fuerza y efusión
Sus últimos años transcurrieron en paz. A pesar de la pobreza, crió a sus hijos dignamente y sostuvo el hogar infatigablemente….”
Julián Andrade falleció en Tandil el 9 de agosto de 1928 y sus restos reposan en el Cementerio Municipal. Cuando los mismos fueron reducidos, se vio al cráneo con la marca de un sablazo, según nos relata uno  de los nueve bisnietos que viven en Tandil, Héctor Andrade (51), quien agrega que según la tradición familiar, Julián era de pocas palabras, con un gran sentido del honor y que en su tarea de lo que hoy sería un guardaespalda de políticos, fue muchas veces traicionado y que nunca mató a sangre fría, siempre fue en pelea, hombre a hombre o contra varios cuando acompañó a Moreira. Nos dice que en la película de Favio no hubo una pintura realista de ambos y sí muy novelada.
El legendario Andrade también vive hoy en la historia de nuestro pago a través de sus numerosos descendientes…
Bibliografía
-“El Tiempo” de Azul: “Julián Andrade, amigo fiel” 1 de febrero de 2015 por  Eduardo Agüero Mielhuerry
-Entrevista del autor a Héctor Andrade, febrero de 2016.
-Gutiérrez, Eduardo: Juan Moreira, EUDEBA, 1961.
-“Nueva Era” Suplemento Extraordinario del 4 de abril de 1923. “Entrevista a Julián Andrade”. 


Daniel Eduardo Pérez

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