LOS “MÁRTIRES” DE LA FUNDACIÓN DE TANDIL
Los episodios de La Perfidia
La expedición había llegado a su fin y con los planos de
Crámer y de los Reyes aprobados por Martín Rodríguez, el 4 de abril de 1823,
300 soldados a las órdenes del artillero uruguayo sargento mayor Santiago
Warcalde, comenzaron a excavar los fosos del futuro Fuerte Independencia.
El acampe de los aproximadamente dos mil ochocientos
expedicionarios fundadores, se hizo normalmente para estas situaciones de
terrenos casi desconocidos. Oficiales y soldados compartían las dificultades propias
de la situación y del clima. Los
primeros días del Fuerte fueron de intenso trabajo y sacrificio por parte de los
cuadros, lo que colaboró para que el antiguo mal de las deserciones
apareciera una vez más: poco después del día fundacional, cierto número de
milicianos, amparados por la oscuridad, huyó del campamento sin temor al castigo de
sufrir la prevista pena de muerte para esos casos.
Inmediatamente se ordenó que una partida saliera en
su persecución y, el 14 de abril, la
misma regresó al campamento con ocho de ellos. Rodríguez,
inflexible, ordenó que se cumpliese la ley como lo exigía el Bando que el
Gobernador dictara, oportunamente, en el campamento de Monte y el
15 por la mañana, los desertores fueron
ejecutados. El redactor del Diario de la Expedición (se presume que fue José María de los Reyes,
secretario de Martín Rodríguez), reflexionó en torno a estos hechos de
la siguiente manera:
"… E aquí a nuestra milicia cuando menos indicios
daba de desconfianza en su conducta, cuando se creía que su moral no se hallaba
tan corrompida, y que servirían a su país en una obra interesante a ellos
mismos y sin peligro manifiesto para ello. Su conducta nos convence de su
incapacidad y poca confianza. Mas estamos persuadidos que cumpliéndose la ley,
y castigando su poca fidelidad, será el medio más seguro de reducir a estos
hombres a que lleven su deber cuando la patria les reclama sus servicios"
El 28 de
abril, o sea un mes después de su arribo, el gobernador y el general en jefe
(Rodríguez y Rondeau respectivamente), partieron hacia el “desierto” al frente
de las divisiones compuestas únicamente
por tropa montada y el convoy.
En la primera jornada, llegaron hasta la Sierra de
la Tinta donde acamparon en su falda
occidental. Para aumentar las provisiones, los hombres recurrieron a la caza de
mulitas: "Se cazaron más de 400, y
esta especie abundante era suficiente para mantener el ejército algún tiempo
acampado en aquel lugar". Las
tropas se mantuvieron allí hasta el 1 de mayo y el comandante envió un
lenguaraz a las tolderías para anunciar a los indios la inminencia de las
marchas.
Al día siguiente, las divisiones recibieron unas 200
cabezas de ganado, remitidas por el ministro de guerra (Fernández de la Cruz)
desde el Tandil. El lenguaraz llegó al vivac con buenas noticias: " El contento de la futura amistad, nos
decía, reinaba en todos los indios y nuestra reunión solamente la aguardan para
coadyubar a la guerra contra los Ranqueles disidentes….”
El avance del 3 de mayo resultó agotador pues los baqueanos-
que eran indígenas- condujeron al ejército siempre por terrenos quemados,
"aniquilándose de este modo las
cabalgaduras". Los enviados de los caciques "amigos" no aparecieron
hasta el día 5 en que "... arribó
una partida de más de veinte indios con el aspecto imponente de emisarios. Dos
de ellos se distinguían entre los demás por sus sombreros emplumados, pintadas
las caras y con aire grave"
El embajador principal era un hermano de Pichiloncoy;
don Martín lo recibió y lo escuchó: todos los caciques se comprometían, por su
intermedio, a prestar ayuda y tributaban grandes consideraciones al "Capitán
Grande" (Rodríguez). La alianza podría formalizarse al día siguiente,
para lo cual los indígenas solicitaban la presencia del gobernador y de sus más
"Viejos Capitanes”. Rodríguez respondió
que “en la tierra de los cristianos no era
costumbre en semejantes actos que saliese el Capitán Grande a tratar de paz con
otras naciones: que esto era obligación de sus segundos y que para este caso el
general del ejército (Rondeau)
ocuparía su lugar”
Al insistir el emisario indio en su solicitud,
Rodríguez rehusó nuevamente concedérsela; en cambio, ordenó que Rondeau con 20 oficiales se preparase para
concurrir a las ceremonias del pacto. Los enviados intercambiaron luego algunos
"artículos del país" por yerba o tabaco y se retiraron.
Al día siguiente (6 de mayo), Rodríguez esperó, pero
los caciques no aparecieron. Por la noche, se descubrió que los indios habían
acampado a sólo dos millas del sitio que ocupaban las tropas, las que se mantuvieron sobre las armas, alzándose algunas voces que sugerían atacar por sorpresa a las
tolderías.
" ...
La milicia que se hallaba incorporada a los cuerpos de líneas lo deseaba, sin
embargo que esto no era extraño cuando palpaban el poder despreciable de los
salvajes que tantas veces se habían hecho dueños de sus propiedades con tanta
impunidad".
Sin embargo los ánimos se aquietaron y a pesar de la
desconfianza que reinaba, se esperó a la mañana del día siguiente. "Las caballadas se habían aniquilado
demasiado con las fuertes heladas diarias, la falta de pastos y las rondas que
sufrían maneadas y acollaradas para evitar las disparadas nocturnas. El ganado
vacuno se consumía sucesivamente y ambas especies sufrían una disminución
considerable a pesar de la vigilancia que se observaba. Quedaba el único
recurso para proveerse de estos artículos, y seguir la campaña con la alianza
anunciada, aunque triste a la verdad, pero necesaria por la posición en que nos
hallábamos".
Al amanecer del 7, unos 400 indios se presentaron a
la distancia, armados de bola, lanza y algunos sables; en el bajo de una colina
inmediata, a retaguardia, se distinguía además una masa agitada de unos
800 hombres.
Rondeau y los suyos se pusieron entonces en marcha
hacia el lugar donde esperaban los caciques. A poco andar, los gritos y las
señales de los indios hicieron que se detuvieran; desde ese instante, la marcha
se interrumpió varias veces por las
objeciones que los indígenas interponían al número de soldados, a sus balas y a
sus sables. "Allanados todos estos
obstáculos no eran más que demostraciones de una perfidia consumada",
el general Rondeau se aproximó. Los .caciques exigieron a Lincón "para que llevase entre todos la voz en el
tratado". A un ademán suyo, todos los jefes indios desmontaron de sus
caballos. Lincón alzó los brazos hacia el cielo, pronunció una letanía y luego
señaló la tierra: los demás repitieron la ceremonia susurrando las mismas palabras
"en voz trémula y exterioridad
imponente". El intérprete explicó a los blancos que de esa
forma ellos dirigían sus votos al sol y lo ponían por testigo de su sinceridad
y buena fe; por otra parte, juraban "que
si en los cristianos se descubrían siniestras miradas”, la tierra que los
había visto nacer, sería su sepultura "antes
que sufrir ningún ultrage de la perfidia".
El acto conmovió a los soldados y les infundió confianza.
Los hechos posteriores demostrarían que ese juramento "no era otra cosa que un paso de apariencia y
política de estos viejos indígenas y que a la verdad no era fácil de ser penetrado".
Finalizados los cánticos, Rondeau fue abrazado por los indios y tratado como "hermano"
en señal de buena amistad, lo que retribuyó invitando a los caciques a
tratar directamente con el gobernador en el campamento. Como se estilaba, dos
oficiales pasaron en calidad de rehenes a los toldos, ”…en tanto que Lincón y Cayupilki se dirigieron a la tienda de Martín
Rodríguez. Este los agasajó y entabló conversación con Lincón. La franqueza
genial de este viejo deslumbró toda sospecha y ninguno distaba de dudar de su sinceridad".
El gobernador habló sobre los medios que los indios
debían facilitar para la campaña contra los ranqueles, sobre la compra de los
terrenos donde se había erigido el fuerte de la Independencia y acerca del
tratado de paz perpetua. Lincón respondió con evasivas, manifestando que nada
podía decidir sin la convocatoria de todos los caciques, pues los terrenos
aludidos eran propiedad del común. Respecto a los auxilios, manifestó que serían prestados al ejército más
adelante, y las paces quedarían selladas a la vuelta de la expedición. Lincón
regresó luego a su campo, prometiendo volver para dar cuenta de lo que hubiesen
resuelto sus compañeros, por su parte, los oficiales rehenes retornaron al
vivac.
El 8 de mayo,
diversas noticias proporcionadas por lenguaraces y "bomberos",
coincidieron en avisar que los indios
fraguaban una intriga. Rodríguez planeó entonces inspirarles mayor confianza
para "caer sobre ellos en momento de
un nuevo pacto".
En esas circunstancias, los caciques solicitaron
nuevos rehenes antes de iniciar las conversaciones previstas para la jornada.
El sargento mayor Juan Bulewski (de
blandengues) y el teniente 1° Julián
Montes (de húsares) fueron voluntariamente hacia el campo indígena.
El cacique Pichiloncoy se entrevistó con Rodríguez
en el vivac del comandante y pidió dos Capitanes más como rehenes, para
que los cuatro caciques principales acudiesen a pactar. Los capitanes Lucas Bott y Lorenzo Ferrer fueron los comisionados con ese fin. Los jefes
indios aparentaron dirigirse a la tienda del gobernador pero al cruzarse a
mitad de camino con los dos últimos rehenes, los aborígenes envolvieron a éstos
y los llevaron a gran carrera hacia la retaguardia de su línea.
" ...
Corrió la misma suerte el teniente coronel Miller
(2° jefe de Blandengues) y el Porta (cabo) de su mismo
cuerpo Alvendin, quienes
cándidamente y sin permiso prévio, creyentes de la buena fe de los bárbaros salieron
del campo siguiendo la comitiva de los rehenes y cayeron con estos en el lazo
pérfido de los bárbaros .. “
Los indios alzaron una impresionante gritería, levantaron
sus lanzas y desplegaron un frente de combate con rapidez prodigiosa, pero la
proximidad de la noche y
aniquilamiento que los caballos habían sufrido con las heladas, impidieron que el ejército expedicionario pudiera reaccionar.
aniquilamiento que los caballos habían sufrido con las heladas, impidieron que el ejército expedicionario pudiera reaccionar.
" ...
Todos estos inconvenientes se tocaban, y a no ser así, fácil hubiera sido
reportar en el momento un triunfo sobre estos vándalos…."
Se supone que los seis hombres, caídos en manos de
los naturales, fueron asesinados esa misma noche. Los soldados comenzaron a
replegarse en la mañana del 9 mayo, sin el concurso de los baqueanos que,
siendo indígenas, habían abandonado al ejército y se habían refugiado entre los
suyos. .
La indiada, en número de 700, apareció sobre las lomadas
"abrazando una circunferencia de más
de 2 millas", sus integrantes incendiaron al campo y cargaron sobre guerrillas
de la retaguardia del ejército y sobre su flanco derecho. Lo hicieron varias
veces y otras tantas fueron rechazados.”
A las 12 la artillería consiguió hacerles perder algunos jinetes y se retiraron
en dispersión" Los indios ya no se dejaron ver hasta la llegada de las
divisiones al fuerte de la Independencia el 11 de mayo.
" ...
Arribó el ejército con la pérdida de los referidos seis oficiales, 2 cornetas y
el lenguaraz de cuya mala fé estábamos persuadidos hasta entonces…"
El gobernador confiaba en que esos hombres aún estuviesen
vivos y pensaba rescatarlos por medio del canje de algunos indios que mantenía
prisioneros.
La cruel verdad apareció a la vista,
los cuerpos lanceados de los voluntarios que confiados habían sido entregados
como rehenes, yacían en las cercanías de una laguna la que a partir de aquel
sangriento hecho, llamaron "La
Perfidia", que es la actual laguna “El Chifle”, ubicada
en el partido de Benito Juárez, a unos 395 km de Buenos Aires por ruta 3, a 35 km
de Benito Juárez, a 7 km de Tedín Uriburu y a unos 110 km de Tandil. Con una depresión
natural de unas 250 hectáreas profundidades máximas que alcanzan los 5
metros, costas arenosas y barrosas y bastante desniveladas, es de propiedad
fiscal y privada. No posee ni afluentes ni emisarios, solo unos desbordes casi
permanentes que funcionan como desagote natural de las aguas excedentes. Se
alimenta del régimen pluvial. Hoy la laguna es muy reputada por la pesca
que se obtiene en sus aguas.
En sus proximidades quedaron para
siempre los jefes Mariano Miller y Juan Bulewski, los capitanes Lucas Bott y
Lorenzo Ferrer, el teniente Julián Montes, el porta Alvendin, dos cornetas y un
lenguaraz.
Las huestes de Lincon y Pichiloncoy habían faltado a la
palabra y los primeros mártires de la fundación fueron sus víctimas….
La muerte de estos valientes nos depara una curiosidad en nuestro origen, es la
participación del único polaco que estuvo en esos momentos
primigenios del Tandil: Juan Valerio
Bulewski, otro soldado que había pertenecido a las tropas del gran Napoleón (como Crámer).
Nacido en Polonia en el siglo XVIII, muy joven se
incorporó a las huestes napoleónicas en el que alcanzó el grado de Teniente
Coronel de Caballería. Luego de la derrota de Waterloo, Bulewski regresó a su
patria y allí, enterado de las luchas por la Independencia americana, se
embarcó hacia Buenos Aires donde llegó el 14 de junio de 1818, presentándose
para ofrecer sus servicios tres días después, aceptándosele , siendo destinado
nada menos que al Ejército de los Andes,
con el que llegó a Chile. Allí el joven oficial polaco se vio envuelto en una
confusa situación que lo llevó a ser confinado por el general San Martín en el
fortín de San Carlos. Absuelto, en 1819, fue destinado al Estado Mayor de
Plaza, hasta que en 1821 solicitó incorporarse al ejército de Tucumán, dado que
en tres años no había podido entrar en
combate, como era su ferviente deseo al llegar a nuestras tierras.
En esa situación se incorporó al Ejército de
Operaciones en el Sud y aquí llegó como ¡Jefe del Detall! (la sección encargada
de las cuentas)…
Murió-como ya manifestamos-lanceado en las
circunstancias relatadas. Allí quedó tendido para siempre el cuerpo sin vida de
este infortunado y valiente polaco, de quien poco o nada se ha divulgado, pese
a ser uno de los que podríamos llamar "mártires" de la fundación.
Las conclusiones y enseñanzas, deducidas de la
segunda etapa de la campaña, fueron realmente pobres. La historia de la
expedición de 1821 parecía haberse repetido…
"La
experiencia de todo lo hecho -escribía el redactor del Diario- nos enseña el medio de manejarse con estos hombres: ella nos guía al
convencimiento que la guerra con ellos debe llevarse hasta su exterminio. Hemos
oido muchas veces a génios más filantrópicos la susceptibilidad de su
civilización e industria, y lo fácil de su seducción a la amistad ... Era
menester haber estado en contacto con sus costumbres, ver sus necesidades, su
carácter y los progresos de que su génio es
susceptible para convencernos de que aquello es imposible ... Veríamos, también con dolor, que los pueblos civilizados no podrán jamás sacar ningún partido de ellos ni por la cultura, ni por ninguna razón favorable a su prosperidad. En la guerra se presenta el único, bajo el principio de desechar toda idea de urbanidad y considerarlos como a enemigos que es preciso destruir y exterminar... "
susceptible para convencernos de que aquello es imposible ... Veríamos, también con dolor, que los pueblos civilizados no podrán jamás sacar ningún partido de ellos ni por la cultura, ni por ninguna razón favorable a su prosperidad. En la guerra se presenta el único, bajo el principio de desechar toda idea de urbanidad y considerarlos como a enemigos que es preciso destruir y exterminar... "
Las tareas de fortificación en el Tandil, en tanto,
habían hecho grandes progresos y nuevos personajes se habían agregado al
panorama laborioso y colorido de la vida en el fuerte. Ciertos comerciantes, “mezcla de buhoneros y truhanes”, habían
instalado sus mostradores y la reja de alguna pulpería muy cerca de la plaza. "Seguían llegando otros muchos, y el
número de especuladores ya no correspondía al de consumidores".
El frío de la estación que se avecinaba decidió a
Rodríguez a no emprender más operaciones militares en ese año y a licenciar una
parte del ejército. El 19 de junio, el gobernador mandó leer una proclama en la
que expresaba su agradecimiento a todos los participantes de la campaña. Las
milicias fueron despedidas; la caballería veterana se retiraría pronto a sus
cuarteles de invierno, "cubriendo al
mismo tiempo el antiguo cordón de fronteras…”
El 24 de julio de 1823 el Brig. Gral. Martín
Rodríguez, emprendía el regreso a Buenos Aires. Tandil había sido fundado y nueve
“mártires” habían dejado sus huesos en estas tierras de avanzada, en aras de un
porvenir imaginado por el fundador cuando
dijo las conocidas palabras “esta
será algún día una ciudad populosa y rica”.
Fuente principal: “Diario de la Expedición al desierto”. Ed. Sudestada, Bs. As, 1969.
Daniel
Eduardo Pérez
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